Sobredeterminaciones.
En cada persona, el entrecruzamiento de múltiples
variables, particulares y singulares de
los tiempos que va atravesando, van precipitando. Ir envejeciendo, supone
pérdidas corporales y mentales. Musculares, articulares, de sistemas y aparatos
según los particulares cuidados, descuidos y hasta maltratos a que hayan sido
sometidos por su portador. En las neuronales, según usos o desusos. Influyen
también las cargas genéticas, que a veces, no dejan llegar a viejos. Hay formas
y formas de envejecer, que dependen de los cuidados de que se haya gozado y que
se haya tenido.
Inciden, clima y geografía de residencias. También
identificaciones y relatos familiares de envejecimientos trasmitidos, en la
ontogenia. También, las carga genéticas, y el trauma en sí, de advertirse
envejeciendo. Éste se subjetiva según la estructura nodal de cada uno, y como
cada uno la soporta.
Escenas,
causas y razones, de reacciones diversas ante el envejecimiento.
Son observables, diferencias
posturales y gestuales de gente que va envejeciendo en franjas de edades
similares. Son tan significantes como las palabras. Claro que cómo éstas, sólo
si se articulan a otros significantes y en un contexto significante. Advertirán
muchas diferencias. Comunes que aparentemente no trasmiten nada, los de
espaldas encorvadas, sacada renegatoria de pechos, posturas resignadas, serias
y serenas, dignas, indignas, “cómo sí”, etc. Si el afectado se psicoanaliza, cada
una trasmite, y es interpretable en el contexto y tiempo transferencial
oportuno.
Hay que observar cuál es su “lalengua”[1]
y preguntar calmamente, sin inhibiciones, lo que no se les entienda. Es
importante para deducir, pero también, para favorecerles renovarla. Sino, son
extranjeros hasta entre sus familiares más cercanos. Particularmente entre los nietos,
que para el que va envejeciendo, son la segunda generación posterior y los
“dueños” de la informática y los “controles” remotos. Lo mismo ocurre con las
noticias, y los cambios culturales. La globalización, no sólo ha tornado
ambiguas y “como sí”[2]
las culturas, sino que las modifican a velocidades virtuales, no humanas.
Ambivalencias.
Ante los más jóvenes sienten, impaciencia, enternecimiento, enojo,
idealización, envidia. Nietos que enternecen, nietos que enojan. Nietos que
convocan a trasmitir saberes. Hay un
fenómeno nuevo, el del saber invertido. El viejo, pasa a ser cada vez más
desecho y menos hecho. A diferencia con culturas previas en que se los
suponía. Depositarios del saber.
También se establecen ambivalencias y diferencias en
las relaciones con los otros. Esposos, hijos, nueras, yernos. Al contexto
familiar lo afecta, encontrar que el que envejece ya no es el que era. Las
reacciones, suelen ser muy diferentes y tienen su origen en una articulación
entre: envejecido (emisor) y los receptores. O sea, entre cómo va envejeciendo
el afectado, y cómo lo vivencian los receptores. Lo viven según sus propias
estructuraciones y las incidencias que sobre ella van teniendo las variaciones
del que envejece. También según los momentos particulares que van atravesando sus
vidas. Un envejeciente con sus olvidos, sus distracciones, sus pérdidas de
fuerza puede despertar impaciencias, enojos, enternecimientos, deseos de
sacárselo de encima, de protegerlo. Es un real. Para él, no hay saberes previos
debido al carácter singular de cada proceso, y al contexto diverso en que se
irá transitando cada envejecimiento en particular, hasta la muerte como punto
final.
El
trabajo y la jubilación. Hay muchas conquistas
sociales y políticas que son producto de cálculos hechos desde puntos de vista
monoculares. En ellos se enancan el sentido común y los políticos, sin tomar el
recaudo de consultar con especialidades científicas relacionadas al cambio que
se impulsa. Por supuesto, si advertimos los cambios físicos antes enumerados,
es positivo atenuar la relación con el trabajo en función del pasaje de los
años. Pero no, suprimirlo, por lo menos hasta que el cuerpo y la mente, ya “no
den más”. Ahí, estructuración psíquica y
biología se articulan. Prácticas físicas y mentales, no de autoayuda sino de
trabajar en lo que gusta, o prácticas de gimnasio adecuadas a la edad, tango, y
otras danzas, facilitan el tránsito por edades tan difíciles. Es importante no
llegar a la vejez, siendo un “don nadie”, o sea habiendo quedado a la sombra
del padre o de otro antepasado. Es importante haber sido el abuelo Fulano, el
científico Zutano, o Manolo el diarero del barrio. Es el efecto de haberse
ganado respeto, personal, laboral. Es haberse forjado un nombre a partir
del padre pero habiendo ido a otra
posición que la de él. Posición mejor para su subjetivación, no para comparar,
sino porque va más en el sentido de deseos y modalidades de goce propios.
Vitaliza, claro que en articulación con el vigor corporal.
La
pérdida de los Cercanos. Una de las cosas más
duras del envejecimiento, son las pérdidas de seres queridos. Familia, amigos,
maestros, compañeros y ex compañeros. Las que suelen producirse, no sólo por
muerte. Los hijos, porque forman nuevas familias o siguen otros destinos,
geográficos, o de otra índole. Los de la misma generación, se van muriendo. No
se trata sólo de la desaparición física. Se trata también, de cómo suele
cambiar el trato al viejo, con respecto a cuando era el padre o la madre. Lógicamente,
los nietos absorben a los hijos. Las esposas o esposos hacen de la vieja o el
viejo, suegra o suegro. Los suegros ligan muchas veces el desplazamiento de
enojos en las parejas jóvenes. Además se ofertan inconscientemente como blanco
fácil, cuando de un modo u otro “se ponen pesados”. En el ponerse pesados
incide otra vez psiquis y neurobiología. Repiten, por olvidos de inmediateces debido
al deterioro de la reproducción celular en el hipocampo, por distracción
(fallas en la atención), y por nostalgias e introversión. En otras ocasiones la
introversión se acentúa, por razones similares a las que se pueden agregar
ciertas melancolizaciones tornándose demasiado ausentes. En fin, como la
mayoría de los lugares en la vida, el del que va envejeciendo, no es fácil.
Fuera de la pubertad y adolescencia, tal vez sea uno de los momentos más
difíciles. También cambian proporciones hormonales. El deseo sexual cuándo no
hay una reacción de elación, se atenúa, pues la biología no acompaña y las
parejas no mantienen los entusiasmos juveniles. La sublimación, si siempre es
un destino de la pulsión, en los viejos es capital en los varios sentidos de la
palabra. Para muchos, la relación con los nietos, puede ser una fuente
importante de sublimación. Pero no sólo, también es capital, que no dejen de
hacer lo que les produzca goce productivo. Por ejemplo ser suplentes de los
hijos cuando ellos salen. Es importante analizarlos favoreciendo el sentido de
que no renuncien a ser amos de sí mismos. Seguir produciendo desde el saber de
su Inconsciente, un plus que los haga sentir que no abandonan deseos propios.
En fin, es súper importante que se mantengan en red y en la medida de sus
posibilidades, en las actividades que fueron habituales y gustosas y que a otro
ritmo, puedan continuar.
Introversión
- segregación. Como dije, el envejecimiento con
el extrañamiento consiguiente, lindante en despersonalización, empuja a la
introversión de la libido. Las “manías” del viejo, costumbres fuera de época,
van promoviendo auto y hétero segregación. La sinergia entre ambos fenómenos,
es perjudicial para el devenir del viejo. Distinto es, si ambas fuerzas
participantes, están atentas y buscan formas, para por lo menos atenuarlo.
Ergo, facilitar que el que envejece vaya tomando en cuenta y reaccionando ante
lo que le pasa. Ayudándolo a advertir que el paso del tiempo cambia costumbres,
y en la cultura actual, aceleradamente. No tienen porque plegarse
acríticamente, pero tampoco transformarse en “bichos raros”. De cómo el entorno
de familiares amigos y compañeros, vayan reaccionando ante el tránsito del que
envejece, se facilitará o dificultará la mayor o menor felicidad de cómo
ocurra. En consecuencia, el psicoanalista tendrá que estar atento al discurso
que se teja en el análisis. Y en ciertas circunstancias, deberá intervenir
sobre el contexto según los tiempos y formas más convenientes. En ese sentido
sabrá escuchar las demandas, tanto del analizante envejeciendo, como del
contexto afectado por el fenómeno.
El Envejecimiento de los psicoanalistas.
Las formas mejores o peores de envejecer, están muy relacionadas con las
contabilidades subjetivas sobre la vida transcurrida. Obviamente las peores,
dependen mucho de balances negativos. ¿A qué llamo tales? A los de aquellos que
van envejeciendo, con fuertes sentimientos de irrealización de deseos. Les
resultan menos dolorosos, a aquellos a los que encuentran un haber, superior al
debe. Por supuesto no me refiero al balance dinerario solamente, aunque a
algunos, sólo o principalmente se les imaginariza en ese terreno. No es lo
mismo, llegar al final con la sensación de haber logrado lo buscado, que con la
sensación de haber fracasado en eso.
Esto, válido para los humanos[3]
en general, también lo es para los psicoanalistas en particular. Las diferencias
van a plantearse, caso por caso, en cómo cada uno va encarando las dificultades
que la vida le presenta durante el envejecimiento. En los analistas esto
depende mucho de la suerte que hayan tenido sus análisis y como esa suerte les
haya influido para instalarse en el a posteriori de sus vidas. Tal vez llame la
atención que diga suerte. Creo que el azar interviene muchísimo en todo
fenómeno humano. Desde la filogenia, a través de la ontogenia y a través de los
diferentes y traumas reacciones ante ellos. Depende por ejemplo, de cómo se
hayan cruzado los vectores edípicos y pre-edípicos que estructuraron al futuro
analista, con los de su o sus analistas
en particular. Como se crucen, los imposibles de cada uno -aquellos
inanalizables que no cesan de no escribirse. Dependerá de lo que haya
reelaborado el supuesto analista en su/s análisis, de cómo y hasta donde se
haya instalado en él, el deseo del
analista. A lo que habrá que agregarle, estudios, investigaciones, repasos
críticos y conjeturales sobre su práctica y la de otros, a solas y en
intercambio con otros oficiantes. La vejez de cada analista se parece y difiere
de cada uno de los demás seres hablantes y de sus colegas, en cómo ejerza
su oficio, en cómo funcione como
psicoanalista para quienes lo consultan. Consultantes que en la vejez, tienden
a ser mayoritariamente viejos, porque así les parece mejor a los derivadores y
porque es el semblante por el que se suponen mejor entendidos los consultantes.
Sergio Rodríguez
[1] Neologismo de Lacan para nombrar a la forma singular con que cada
uno utiliza su lengua y su lenguaje
[2] Utilizo el concepto discernido por Helen Deutsch
[3] No tengo prejuicios en usar la palabra humanos. La ironía de Lacan
sobre la proveniencia etimológica de
humus, pareciera haberle prohibido a algunos colegas usarla. Sin embargo,
considero que la ironía subraya el valor de esta palabra, al recordarnos uno de
sus orígenes en la palabra latina hûmus.
A menos que se tenga una megalomanía fálica que haga suponer a quienes hacen
tabú de dicha palabra, que somos otra cosa que objetos a, desechos y como tales
no sólo desechables, sino también abonos para las generaciones subsiguientes.
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