viernes, 31 de agosto de 2012

Madrugada de hermanos.



Sergio Rodríguez

Pocas cosas debe haber más lindas que un amanecer de invierno. Claro, cuando es seco, límpido y con sol. Si corre brisa, mejor. Un fresco suave y ligero recorre la cara recién despierta. Ligero, porque el sol si ya deslumbra, entibia la ráfaga.
Así era ese domingo. Lito, se había levantado temprano un poco malhumorado. No le gustaba levantarse los domingos a esa hora, pero había que laburar. Los tres pibes y la señora (que también trabajaba) se lo merecían. Era eso de las 7 y ya estaba en el auto. Un Corsa nuevo, recién comprado, el sueño de su vida. Trabajador “independiente”, había logrado al fin cambiar el viejo cascajo que se venía abajo en cualquier bache, por ese lindo “fierro”. Bueno, tampoco para exagerar. No podía negar que cuando veía pasar un BM... un respingo de envidia lo fastidiaba brevemente. Pero para la edad que tenía y el oficio, se la había rebuscado bien. Más, teniendo en cuenta que nunca aceptó un peso del padre. Estuvo preso por defraudar aceptando coimas, a la empresa del estado en la que era gerente de compras y el Lito, hombre de ley, nunca se perdonó. Claro que para el Corsa, la casa y el estudio de los pibes, él y la flaca habían tenido que deslomarse. No era la primera vez que se levantaba temprano y se iba a trabajar “un rato”, hasta las “pastas” del domingo.
Así iba, perdido en sus pensamientos, cuando lo agarró el semáforo de la villa que siempre lo agarraba. Paró a esperar la verde. Él no era de esos pequeño burgueses pelotudos que creen que porque ahí vive gente pobre era más peligroso que en otros lados, él respetaba las normas de tránsito y creía en la honestidad de los pobres. Por eso militó de joven en Clase Proletaria, el partido de vanguardia al que los obreros nunca alcanzaban.
En eso, por la ventana del conductor, por la misma que entraba la brisa, asomó un revólver y una cara odiante que le decía: corréte. Del otro lado, alguien abría la puerta y se sentaba apuntándolo con una pistola. En un santiamén quedó encerrado entre dos pibes, excitados. Nerviosos, temblorosos, lo puteaban y amenazaban mientras le daban unos culatazos en la cabeza y las costillas mientras le decían: ¡agacháte, tiráte al suelo boludo!. Lito no entendía nada. Eran pibes mal vestidos, con los jean y las zapatillas ajadas, los pulóveres desteñidos, igual que los pasamontañas que les semicubrían los rostros.  
Asustado se tiró al suelo, sin atinar a decir nada. Sólo se le cruzaban los rostros de sus pibes y de la mujer. Quedó en el piso hecho un ovillo. Mientras, interminablemente el auto daba vueltas y vueltas. Los rebotes le informaban que eran calles llenas de agujeros y el “rascado” de las cubiertas, que se habían metido en tierra y barro. A partir de ahí la velocidad era escasa y el recorrido muy “enroscado”. Pararon, quiso levantar la cabeza para mirar y un culatazo del tercero que iba atrás, se la bajó sin apelaciones. Pero notó una diferencia, éste le gritó: “¡Bajá la cabeza imbécil!”. Éste hablaba distinto, usaba palabras como las que el mismo Lito solía usar. Además no se las tragaba, se las podía entender mejor. Eso sí, estaba tan acelerado como los otros dos. Seguramente estaban merqueados.
De pronto un grito del acompañante cambió todo. ¡Pará bolú que están los verdes!. El coche frenó de golpe, giró en seco y se metió de nuevo en el laberinto. Después, el mismo griterío, otra frenada y una chorrera de puteadas y palabras ininteligibles mientras el acompañante reventaba a culatazos a Lito que literalmente se estaba cagando y meando. Frenaron nuevamente, pero esta vez abrieron las puertas y con un arma entre las costillas lo bajaron al tiempo que ellos hacían lo mismo. Lito alcanzó a ver gente en las puertas de las casillas. Algunos miraban con rostros preocupados, otros risueños, la mayoría se metió adentro corriendo. Mientras, Lito escuchaba un griterío entre sus captores.
Trató de calmarlos. Tranquilos muchachos... ¿Qué quieren ...? Abrió la billetera y sacó los pesos que llevaba, también los dólares que había enrollado en la media izquierda. El “Nariz” se los agarró, mientras le gritaba al “Panza” que le apoyaba el arma en las costillas: ¡boleteálo, boleteálo...! Lito sentía como le temblaba la mano al “Panza” mientras decía: -¡No loco, no...! ¿Para qué?... Se metió Roby: hacélo, hacélo... ¿No ves que ya nos vió las caras?. Aterrado Lito atinó a decir: Herma..no, lleváte el auto, pero a mí no me hagas nada, no los voy a denunciar... no soy buchón... Tengo pibes ... Fue peor. ¿Ahh..., así que no sos buchón, nos querés tomar de giles? Dijo  el Nariz...  Ahora porque estás cagado, después rajás a batirnos... Sacudíle bolú, le insistió al Panza. Mientras Roby apuraba, ¡metéle el cohetazo y rajemos que se nos van a venir los gendarmes! Lito quiso salir corriendo y escuchó un estruendo como si el cielo se viniera abajo... sintió un dolor muy fuerte en la espalda... dio vuelta la cabeza y volvió a decir, ¡no hermano, no ...! Comenzó a caer... sentía todo en cámara lenta. Toda su vida pasaba por su vista como una película... La cara de la vieja dejándolo en el jardín de infantes, el nacimiento del hermano, las visitas a Devoto para ver al padre, el frío del patio de la cárcel y el viejo sin afeitarse tratando de darle explicaciones a la madre que no paraba de llorar. El primer baile... ¡le llamaban asalto!. El primer levante, la flaca... cuando conoció a la flaca... las primeras relaciones sexuales... el casamiento, el nacimiento de Cachito... y la nena... la nena... y Pichin... tan chiquito... Y cuando bailaba rock todos lo miraban, igual que hoy. Y ahora que le había tomado el gusto a una cumbia de vez en cuando. ¡Cómo lo divertía el desparpajo de Los Pibes Chorros!. ¡Qué frío, como pesan las piernas ...! Que sueño... los ojos se cierran... Se quedó dormido para siempre.
Mientras, los chorros, o secuestradores fracasados... vaya a saber qué, rajaron cada uno para un lado diferente. Eso sí, el Nariz primero le dio la guita al Roby. No quería “rollos” con el jefe.
Cuando salió de la villa, con el gesto de siempre, Roby se arregló la ropa, se pasó el peine, se limpió las zapatillas contra el Pierre Cardin que llevaba como jean, paró un taxi y se volvió a la casa en las Lomas de San Isidro. Era como las 9. Entró por la puerta de servicio y trató de subir sin hacer ruido. El padre, que  como todos los domingos ya estaba en el comedor de la cocina desayunando y leyendo Ámbito Financiero, pegó un grito: -¡Vos no vas a cambiar nunca!. Roby hizo como que no lo había escuchado y siguió su ruta al dormitorio. Se tiró a la cama, se mandó el Dormicum de 15 y se durmió. Se despertó a las 5  de la tarde. Se bañó y se fue a darle el parte y la parte al jefe. El comisario estaba con cara de culo. Lo barajó con un -¡Pero ustedes son boludos o se hacen!. Suerte que lo limpiamos al negro de mierda ese, que si lo agarran los gendarmes y nos canta, vos y yo perdíamos. Roby no podía entender. –Jefe: ¿De quien habla?. -¿Cómo de quien, te hacés el pelotudo vos? Del Nariz. ¿De quien va a ser? Lo enganchamos cuando ya tenía a los gendarmes encima. Suerte que le dimos, sino nos bate a todos. Roby no lo podía creer. –No jefe, no, el Nariz era de una, jamás hubiera abierto la boca. Ah... así que sos tierno vos, me parece que te va a hacer falta la medicina que la que le hicimos tragar al Nariz... –¡No jefe no, sabe que soy suyo hasta la tumba... mire, aquí está la guita, no tocamos un peso. Como siempre usted nos da lo que nuestro y yo le llevo su parte a los pi... digo, al Panza. Bue... dáme y andáte. -¿Cómo andáte? ¿Y nuestra parte? -¿De qué me hablás? -¿Con dos fiambres en el medio, te traés unas monedas y encima me hablás de parte? ¡Olivá rápido o sos boleta vos también!
Roby se  fue pateando piedras. ¿Qué carajo le decía al Nariz? Seguro que se perseguía paranoiqueando una mejicaneada. Los vió de lejos, estaba con su barra. El Negro, el Polaquito, el Barba, el Ojo. Estaban chupándose unas birras. ¿Iba? Por ahí lo querían fajar. Se tocó la máquina. Cualquier cosa pelaba. Contó. El Nariz ni pensó, de un solo botellazo lo durmió. Después habló: -¡Hijo de puta... currar al Nariz! Ayúdenme que lo tiramo’en la tosquera. Se lo llevaron arrastrándolo como si fuera un borracho. Don Julio los vio pasar y pensó estos pibes cada vez peor, el borracho parece un muerto. Ya en la tosquera le ataron un eje del ferrocarril abandonado al cuerpo y lo tiraron.
Después, desde el celular del Roby le hablaron al padre y le exigieron unos miles de dólares por el rescate. El viejo no les creyó, pensó que era otra avivada del hijo y los mandó a la puta que los parió. No quisieron insistir, estaba pesada la calle, no se habían preparado para la ocasión y los podían cazar.
¿La inseguridad urbana, vio?


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