Sergio Rodríguez
Pocas cosas debe
haber más lindas que un amanecer de invierno. Claro, cuando es seco, límpido y
con sol. Si corre brisa, mejor. Un fresco suave y ligero recorre la cara recién
despierta. Ligero, porque el sol si ya deslumbra, entibia la ráfaga.
Así era ese
domingo. Lito, se había levantado temprano un poco malhumorado. No le gustaba
levantarse los domingos a esa hora, pero había que laburar. Los tres pibes y la
señora (que también trabajaba) se lo merecían. Era eso de las 7 y ya estaba en
el auto. Un Corsa nuevo, recién comprado, el sueño de su vida. Trabajador
“independiente”, había logrado al fin cambiar el viejo cascajo que se venía
abajo en cualquier bache, por ese lindo “fierro”. Bueno, tampoco para exagerar.
No podía negar que cuando veía pasar un BM... un respingo de envidia lo
fastidiaba brevemente. Pero para la edad que tenía y el oficio, se la había
rebuscado bien. Más, teniendo en cuenta que nunca aceptó un peso del padre.
Estuvo preso por defraudar aceptando coimas, a la empresa del estado en la que
era gerente de compras y el Lito, hombre de ley, nunca se perdonó. Claro que
para el Corsa, la casa y el estudio de los pibes, él y la flaca habían tenido
que deslomarse. No era la primera vez que se levantaba temprano y se iba a
trabajar “un rato”, hasta las “pastas” del domingo.
Así iba, perdido
en sus pensamientos, cuando lo agarró el semáforo de la villa que siempre lo
agarraba. Paró a esperar la verde. Él no era de esos pequeño burgueses
pelotudos que creen que porque ahí vive gente pobre era más peligroso que en
otros lados, él respetaba las normas de tránsito y creía en la honestidad de
los pobres. Por eso militó de joven en Clase Proletaria,
el partido de vanguardia al que los obreros nunca alcanzaban.
En eso, por la ventana del conductor, por
la misma que entraba la brisa, asomó un revólver y una cara odiante que le
decía: corréte. Del otro lado, alguien abría la puerta y se sentaba apuntándolo
con una pistola. En un santiamén quedó encerrado entre dos pibes, excitados.
Nerviosos, temblorosos, lo puteaban y amenazaban mientras le daban unos
culatazos en la cabeza y las costillas mientras le decían: ¡agacháte, tiráte
al suelo boludo!. Lito no entendía nada. Eran pibes mal vestidos, con los
jean y las zapatillas ajadas, los pulóveres desteñidos, igual que los
pasamontañas que les semicubrían los rostros.
Asustado se tiró
al suelo, sin atinar a decir nada. Sólo se le cruzaban los rostros de sus pibes
y de la mujer. Quedó en el piso hecho un ovillo. Mientras, interminablemente el
auto daba vueltas y vueltas. Los rebotes le informaban que eran calles llenas
de agujeros y el “rascado” de las cubiertas, que se habían metido en tierra y
barro. A partir de ahí la velocidad era escasa y el recorrido muy “enroscado”.
Pararon, quiso levantar la cabeza para mirar y un culatazo del tercero que iba
atrás, se la bajó sin apelaciones. Pero notó una diferencia, éste le gritó:
“¡Bajá la cabeza imbécil!”. Éste hablaba distinto, usaba palabras como las que
el mismo Lito solía usar. Además no se las tragaba, se las podía entender
mejor. Eso sí, estaba tan acelerado como los otros dos. Seguramente estaban
merqueados.
De pronto un
grito del acompañante cambió todo. ¡Pará bolú que están los verdes!. El coche
frenó de golpe, giró en seco y se metió de nuevo en el laberinto. Después, el
mismo griterío, otra frenada y una chorrera de puteadas y palabras
ininteligibles mientras el acompañante reventaba a culatazos a Lito que
literalmente se estaba cagando y meando. Frenaron nuevamente, pero esta vez
abrieron las puertas y con un arma entre las costillas lo bajaron al tiempo que
ellos hacían lo mismo. Lito alcanzó a ver gente en las puertas de las casillas.
Algunos miraban con rostros preocupados, otros risueños, la mayoría se metió
adentro corriendo. Mientras, Lito escuchaba un griterío entre sus captores.
Trató de
calmarlos. Tranquilos muchachos... ¿Qué quieren ...? Abrió la billetera
y sacó los pesos que llevaba, también los dólares que había enrollado en la
media izquierda. El “Nariz” se los agarró, mientras le gritaba al “Panza” que
le apoyaba el arma en las costillas: ¡boleteálo, boleteálo...! Lito sentía como
le temblaba la mano al “Panza” mientras decía: -¡No loco, no...! ¿Para qué?...
Se metió Roby: hacélo, hacélo... ¿No ves que ya nos vió las caras?. Aterrado
Lito atinó a decir: Herma..no, lleváte el auto, pero a mí no me hagas nada, no
los voy a denunciar... no soy buchón... Tengo pibes ... Fue peor. ¿Ahh..., así
que no sos buchón, nos querés tomar de giles? Dijo el Nariz...
Ahora porque estás cagado, después rajás a batirnos... Sacudíle bolú, le
insistió al Panza. Mientras Roby apuraba, ¡metéle el cohetazo y rajemos que se
nos van a venir los gendarmes! Lito quiso salir corriendo y escuchó un
estruendo como si el cielo se viniera abajo... sintió un dolor muy fuerte en la
espalda... dio vuelta la cabeza y volvió a decir, ¡no hermano, no ...! Comenzó
a caer... sentía todo en cámara lenta. Toda su vida pasaba por su vista como
una película... La cara de la vieja dejándolo en el jardín de infantes, el
nacimiento del hermano, las visitas a Devoto para ver al padre, el frío del
patio de la cárcel y el viejo sin afeitarse tratando de darle explicaciones a
la madre que no paraba de llorar. El primer baile... ¡le llamaban asalto!. El
primer levante, la flaca... cuando conoció a la flaca... las primeras
relaciones sexuales... el casamiento, el nacimiento de Cachito... y la nena...
la nena... y Pichin... tan chiquito... Y cuando bailaba rock todos lo miraban,
igual que hoy. Y ahora que le había tomado el gusto a una cumbia de vez en
cuando. ¡Cómo lo divertía el desparpajo de Los Pibes Chorros!.
¡Qué frío, como pesan las piernas ...! Que sueño... los ojos se cierran... Se
quedó dormido para siempre.
Mientras, los
chorros, o secuestradores fracasados... vaya a saber qué, rajaron cada uno para
un lado diferente. Eso sí, el Nariz primero le dio la guita al Roby. No quería
“rollos” con el jefe.
Cuando salió de
la villa, con el gesto de siempre, Roby se arregló la ropa, se pasó el peine,
se limpió las zapatillas contra el Pierre Cardin que llevaba como jean, paró un
taxi y se volvió a la casa en las Lomas de San Isidro. Era como las 9. Entró
por la puerta de servicio y trató de subir sin hacer ruido. El padre, que como todos los domingos ya estaba en el
comedor de la cocina desayunando y leyendo Ámbito Financiero,
pegó un grito: -¡Vos no vas a cambiar nunca!. Roby hizo como que no lo
había escuchado y siguió su ruta al dormitorio. Se tiró a la cama, se mandó el
Dormicum de 15 y se durmió. Se despertó a las 5
de la tarde. Se bañó y se fue a darle el parte y la parte al jefe. El
comisario estaba con cara de culo. Lo barajó con un -¡Pero ustedes son
boludos o se hacen!. Suerte que lo limpiamos al negro de mierda ese, que si lo
agarran los gendarmes y nos canta, vos y yo perdíamos. Roby no podía
entender. –Jefe: ¿De quien habla?. -¿Cómo de quien, te hacés el
pelotudo vos? Del Nariz. ¿De quien va a ser? Lo enganchamos cuando ya tenía a
los gendarmes encima. Suerte que le dimos, sino nos bate a todos. Roby no
lo podía creer. –No jefe, no, el Nariz era de una, jamás hubiera abierto la
boca. –Ah... así que sos tierno vos, me parece que te va a hacer falta
la medicina que la que le hicimos tragar al Nariz... –¡No jefe no, sabe
que soy suyo hasta la tumba... mire, aquí está la guita, no tocamos un peso.
Como siempre usted nos da lo que nuestro y yo le llevo su parte a los pi...
digo, al Panza. –Bue... dáme y andáte. -¿Cómo andáte? ¿Y nuestra
parte? -¿De qué me hablás? -¿Con dos fiambres en el medio, te
traés unas monedas y encima me hablás de parte? ¡Olivá rápido o sos boleta vos
también!
Roby se fue pateando piedras. ¿Qué carajo le decía al
Nariz? Seguro que se perseguía paranoiqueando una mejicaneada. Los vió de
lejos, estaba con su barra. El Negro, el Polaquito, el Barba, el Ojo. Estaban
chupándose unas birras. ¿Iba? Por ahí lo querían fajar. Se tocó la máquina.
Cualquier cosa pelaba. Contó. El Nariz ni pensó, de un solo botellazo lo
durmió. Después habló: -¡Hijo de puta... currar al Nariz! Ayúdenme que lo
tiramo’en la tosquera. Se lo llevaron arrastrándolo como si fuera un
borracho. Don Julio los vio pasar y pensó estos pibes cada vez peor, el
borracho parece un muerto. Ya en la tosquera le ataron un eje del ferrocarril
abandonado al cuerpo y lo tiraron.
Después, desde
el celular del Roby le hablaron al padre y le exigieron unos miles de dólares
por el rescate. El viejo no les creyó, pensó que era otra avivada del hijo y
los mandó a la puta que los parió. No quisieron insistir, estaba pesada la
calle, no se habían preparado para la ocasión y los podían cazar.
¿La inseguridad
urbana, vio?
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