Tocando el pan con los manos…
Se acercaba la mitad del siglo XX. Los Señores Vasena y don Hipólito, desataron
una semana, radicalmente trágica. Resolvieron a tiros la huelga en los talleres
metalúrgicos. Remató un anti-personalista alvearizando
al gobierno. Cuando el ex comisario y pequeño terrateniente volvió a yrigoyenizarlo, sólo leía solo, el
diario que le imprimían “sus amigos”. ¿Se hacía el distraído, o su cabeza
estaba en otro lado? Ya viejo, tal vez en el Averno.
Chirinada. Uriburu “hizo patria” un año. Fraude va,
fraude viene. Luego, un Justo que no era Juan Bautista Justo, sino Agustín
Pedro DESAjusto. Los obreros de la
construcción reajustaron al desajustado, con tres meses de huelgas, cascotazos,
algunos muertos. Luego un diabético amargado y anti-personalista, acompañado por un Castillo de naipes de nombre Ramón.
Desastre nacional. Indecisión sobre la 2ª guerra europea. ¿A quién apoyar? Europa
se creía el mundo, y la llamaba: Segunda Guerra Mundial. ¿O el nombre
se lo dio la isla japonesa. La que provocó en Pearl Harbour a USA, y rápido el tío Sam mandó
soldados a fines del 41. Y... murieron miles de soldados brasileros.
En Buenos Aires, algunos oficiales le habían tomado
el gusto a las chirinadas. Se habían unido en un grupo. Para unos, puro grupo.
O un asunto, de a quien servir en la matanza europea. Pero otro, pensaba más
allá. Y hacía. Desde la Secretaría de trabajo y Previsión, prevenía. Mejor
“prevenir que curar”, dar un poco, que perder todo. Una cosa, quedarse con algún vuelto. Otra, con toda la torta. Claro, los desajustadores, odiaban repartir algo.
Así, que mejor aislarlo. Y para aislarlo, qué mejor que Martín García. Pero no
contaban con la astucia de la compañera. Y la organización, de los que prefirieron
pan para hoy, que promesas para mañana.
Los desajustadores se asustaron y
levantaron los puentes. Los obreros del sur, igual cruzaron el Riachuelo. En bote, lancha, nadando,
como fuera. No querían que les quiten de la boca, el pan recién conseguido. Y para
dar fe que estaba vivo y nuevamente en su lugar, el coronel apareció en el
balcón. Por diez años, no se iría de él.
Los padres del viejo de nuestro cuento, eran muy
jóvenes. Él, una historia de lucha en el
frigorífico. Ella…, lo de siempre… fregar, cocinar, lavar la ropa… Pero esta
vez había escuchado que una piba de su edad, y linda como un sol, al frente de
los negros de Avellaneda y Mataderos, llevaba pelea para liberar a su hombre. Así que en menos que canta un gallo, se había
sacado el delantal y con su hombre,
se fue para la Plaza. Ahí estuvieron los dos contentos, poniendo el pecho, levantando
sus manos al balcón y lavándose las patas
en la fuente. Tenían dos pibes que quedaron en casa. Llorando abrían sus
manitos llamando.
A partir de ese 17 de octubre, mucho cambió. Comían
todos los días. Dejaron de pasar necesidades.
Los hijos, serían profesionales. Pero
su niñez, la pasaron en la universidad de la calle. La calle pasó a ser su
madre, mientras su madre trabajaba en la calle. Recorría el barrio hablando con
las vecinas, para que ninguna olvidara lo nuevo que vivía. Los contreras sabían hablar, eran doctores,
ellos simples obreros y amas de casa.
A los chicos se les cerraron las manos en un puño,
cuando en 1955 vieron como la policía se llevaba presa a su madre. Los despedía,
sacando la mano por la ventanilla del autito
de la “cana”. Se despedía haciendo la V.
La misma V que habían hecho los
gorilas en señal de “Cristo vence – victoria”, cuando Aramburu y Rojas expulsaron al líder de la
Rosada. Luego los de abajo, trocaron esa misma V, en Perón Vuelve.
Y la calesita del destino, nunca más quedaría mano a
mano…
La
llegada del relevo
El país ardía,
mucho más, los jóvenes. Ardían por todos lados. Ideas, sexo, ilusiones. El
mundo ardía. África y Asia dejaban de ser colonias. París, levantó fiebre en
mayo de 1968. La primavera llenaba de flores a Praga y de tanques rusos. Aquél
sueño, se había vuelto pesadilla. Tras su blindaje paquidérmico, llevaban los
restos mortales de la última ilusión del siglo XX. Los vietnamitas, los negros
y la juventud universitaria norteamericana, acababan con más de 30 años de
guerra en Vietnam y muchos más de colonia. En un largo lagarto verde del Caribe de Guillen, barbudos desarrapados, estudiantes,
y gastronómicos, habían volteado a milicos bananeros. Comenzaban una pachanga, poblada de esperanzas.
Acá en el sur, hijos y nietos de 1918, retomaban viejas
luchas y nuevas calles. Ya no estaba en el poder, quien redistribuyendo había
pacificado el país. En 1955, los desajustadores
lo habían echado. En 1958, sucesores de los obreros de Vasena defendieron la historia
de Lisandro de Latorre, escudanso al frigorífico que llevaba su nombre. A tiros
y gases, se lo quedaron otra vez, los “Roca Runciman” de la segunda época del siglo.
Palos y piedras, frente a tanques y tanquetas. A ese ritmo, los estudiantes desbordaron
las calles contra la privatización universitaria. Ya lo habían hecho en 1956. La
saga continuó en 1969. Córdoba escuchó tronar a sus obreros. Volvían a exigir que
se repartiera con mayor justicia, lo que producían sus manos. Otra vez, los
estudiantes acompañaron. Hostigaban a policías y militares desde su tradicional
bastión del barrio Clínicas. “El
Cordobazo”, tuvo acta de nacimiento. Por si a los militares no les
alcanzaba, lo coronaron con un Viborazo dedicado
al milico interventor desvergonzado, que los había llamado víboras.
Contagiados por la maroma, jóvenes de diversos pelajes
políticos pero no gorilas, se sumaban a lo que la maroma traía. Los jefes,
recorrían el país.
Quiroga, fue a armar “orga” a Corrientes. De día se
militaba, de noche, guitarra y “movida de tabas”. Alegraba el Chamamé, saltadiito, al compás de la cordeona. Las chicas suspiraban por el
“porteño”. Alto, grandote, ojos azules, vozarrón de macho. Y… ¡Cómo fumaba…! Parecía
el Clark Gable. Y miraba, cómo miraba. Parecía el Alain Delon. Dos generaciones
se juntaban. Sus manos de dedos largos, eran toda una promesa. No se podía
saber nada de él, era clandestino. Corría el rumor de que se había cargado un cana, que tiroteó a unos cumpas.
A saltitos acompasados, una noche se enamoraron.
Noche correntina, ardiente, corría la caña y la grapa. Y los ojos de ese
porteño, su cabellera, sus bigotazos…
El codo sabio
Las caderas de la morena se movían mejor que nunca. Y
sus ojos verdes… cruza de África y Alemania, parecían hablar… -¿De qué? –De amor, boludo. El comentario y el codazo del amigo, lo hicieron
aterrizar, la tenía con él. Se fueron del baile pateando piedritas y hablando
de revolución. ¿Por qué las armas? –Y,
sino, te amasijan como a Pampillón… Decía
él, con voz grave y gestos de gravedad. Mientras, ella se sentía ingrávida como
Gagarin en el cosmos.
Piedrita va, piedrita viene, lo fue llevando a la
orilla del río. El Paraná les
hablaba al oído. A cada uno, cosas distintas. Pero les sonaban iguales. La luna
contenta los miraba cómplice, sonriendo. Hasta los grillos cantaban para ellos.
En el aire, luciérnagas y Tucu tucus también les hacían guiños. Ella, imaginaba
un hijo muy lindo, con los ojos y el pelo de ese churro. Él, tener ese cuerpo
entre sus manos, sus dedos. Lo imaginaba vibrante, excitado, diciéndole cosas
dulces. Ya en la orilla, una mata de pasto los acogió. Derramaron besos por
todos lados. Los vientos revolucionarios habían levantado cualquier tabú. Ella
sintió que él entraba hasta el fondo más recóndito de su alma. Él, que se le
iba la vida en ese final cuerpo a cuerpo. Jadeantes, se miraron y se besaron
tiernamente. Él la miró, con la sonrisa que la sedujo. Ella, se dejó estar entre
sus brazos. Se durmieron. Ella soñó con un bebé. Él, con la toma de un cuartel.
Ambos, despertaron radiantes. Vergonzosa, no le contó su sueño. Él, orgulloso,
contó el suyo. –Íbamos en varios autos.
Una compañera desde adentro, nos facilitó la entrada. Temblaban, como vos
anoche. Todo se tensaba, y en un de repente, todo se acabó. Habíamos triunfado.
Ninguno sabía, que había existido un tal Freud. Ni les importaba. Estaban muy
contentos con sus sueños. Aunque ella no entendía por qué, no se había animado
a contarle el suyo al compañero. Unos
días más de reuniones y preparativos. Y… de noches de amor. Luego, la
despedida. Algunas lágrimas en los ojos de ella, un nudo en la garganta de él.
Un par de meses después, la noticia inesperada.
Estaba grávida. Los separaban mil kilómetros y sueños diferentes. Él quería
acunar la revolución. Ella también, pero no sin acunar el hijo que llevaba en
sus entrañas. Para él, la revolución, era el paraíso para los hijos que
vinieran. Para ella, el paraíso de este hijo por venir. Cartas, teléfono escaso.
Eran caras las llamadas y se interponía la clandestinidad. Él, explicaciones.
Ella, llantos. Finalmente, cortaron. Un tiempo después, ella feliz con su niño
y enojada con él, que se había borrado. Él, perturbado por el arrullo del
Paraná. Ella arrullando a la criatura, mientras no podía dejar de odiar al
porteño.
El tiempo pasa… y la revolución no llega…
El tiempo, indefectible, siguió su curso. Quiroga, arriesgó
la vida, muchas veces más. Estaba entre los más buscados. Hasta figuró en un
cartel pegado en las paredes, como los “wanted” del “far west”.
Como el lector podrá imaginar, otra mujer se le cruzó
en el camino. También compañera… y de armas llevar. Durante una acción, la
policía logró detenerla. En una de comandos, él y un grupo de compañeros la
liberaron. ¿Qué más hacía falta para qué naciera el amor? Instalados como
pareja, ella quedó embarazada. A él, se le cruzaron los fantasmas de
Corrientes. Pero esta vez, no haría lo mismo. Ya vivían juntos y todo pintaba
optimista. La oleada revolucionaria crecía. Incluso, volvió por unos días el
viejo líder. Los presos políticos, fueron liberados en masa. Se pusieron a
buscar nombres. Si era varón, Solano, viento
del este. Si venía mujercita, Eva, la primera y única mujer. Y nada más ni
nada menos, que el nombre de la que hizo del líder, la razón de su vida.
Nació una hermosa Evita. Luego, todo se volvió a
complicar. Y, a pura pérdida. Cuando advirtió que el cerco se cerraba sobre él,
en acuerdo con su compañera, huyó al exterior. Ella se escondió en un ignoto
pueblo del que él era originario, pero en el que ella no era conocida. Los
familiares de él, que no andaban en nada “extraño”, la podían cuidar. Durante
un tiempo, ninguna noticia de él. De país en país, de changa en changa. Buscaba
refugio y conspiraba. Volver, y hacer la revolución. El tiempo se fue
espaciando, era muy difícil, casi imposible comunicarse. Alguna carta pasada
por varias manos, para que los que los buscaban para matarlos no se “avisparan”
donde se refugiaba ella con Evita.
El tiempo… la pregunta…
Evita crecía y preguntaba por el papá. Todos los
chicos del jardín tenían papá. La mamá le explicaba, había tenido que emigrar. Igual
no entendía. En el pueblo, había otros papás que habían emigrado. Pero… ¡Les escribían
a sus hijos! ¿Por qué, el suyo no? Entonces, las manos de la madre sacaban esa
única carta y se la leía. Acentuaba el párrafo donde el papá preguntaba por
Evita y le mandaba muchos cariños y promesas de regalitos a su vuelta.
Él, desde el exterior, seguía preparando la
revolución. Un día sus jefes lo mandaron de vuelta al país, había llegado el
momento de reiniciar operaciones. Decidido, no dudó. De yapa, volvería ver a sus dos amores. Pero, alguien lo había
“cantado”. Su primera cita fue con un albañil en el andamio de la obra en que
trabajaba. Estaban en un noveno piso. Lo notó nervioso. Entró, en alerta. Por
el rabillo del ojo derecho, vio a unos gendarmes subiendo desde el otro lado de
la construcción. Rápido, se escurrió por donde había llegado y en el punto oportuno saltó al techo de una casa. Y
de casa en casa atravesó la manzana. Mientras, los gendarmes mataron al pobre
desgraciado que bajo tortura había batido.
Él, se les escapó. A rajar de vuelta.
La puta q’ lo’ parió… Y sin haber podido estar ni una sola vez con su amada, ni
con Evita, su amor ignoto.
Mientras, la farmacéutica, cada vez que Evita lo
reclamaba, volvía a leerle la única carta. La que Evita no entendía, por más
besitos y promesas de regalitos que trajera.
Inesperadamente todo cambió. Elecciones, los civiles
volvían al gobierno. Él, a su Patria y sus dos amores. Pero, nada era igual. Con la farmacéutica, se
sentían dos extraños. Se separaron. Evita, preciosa y distante. No le perdonaba
los años de ausencia sin cartas. Lo llamaba. Cada vez que acudía, lo expulsaba.
La adolescente, ya no lo quería a él. Sólo quería, ser él.
Duro adolecer
Sexo, drogas y rock’n roll. La madre, desesperada,
él impotente. No sabían qué hacer con ella. Ruta, moto de alta cilindrada, el
novio al volante. Merca también, en alta
cilindrada. Un camión zigzagueante, una mala maniobra, los dos volando por los
aires. El muchacho, conmoción cerebral. Sobrevivió. Ella, una fractura. Ambos, creídos
ser inmortales. Accidente y delirada. El destino era claro. Lo coronó el
embarazo. Se fueron a vivir juntos en la casa de la madre de ella. Luego, al
rancho propio. El romance sabía de golpes y noches pasionales. Luego, de la
criatura. Los padres de ella, los ayudaron económicamente. Lo que junto a los
mangos que el pibe juntaba en su tallercito, los mantenía. Los golpes y la
“merca” seguían. Ella, consiguió de maestra. Largó la “merca”, se largó a criar
al gurí. Él torneaba piezas, y de noche, cuando el pibe no lo dejaba dormir… Torneaba
a la mujer y al pibe. Patadas y trompadas.
Forjándose a golpes…
Finalmente, como dios manda, se separaron. La
muchacha largó la “merca” y se volvió obesa. No paraba con pan, pastas y dulces.
El padre y la madre, cada uno desde sus destinos de vida, la ayudaron. La joven
madre, se dedicó mucho al hijo y en los ratos libres, colaboraba en una
organización de ex adictos. También, algún que otro novio. Finalmente el diablo
metió la cola y se enamoró de un forjador. Sí, de esos que trabajan con yunque,
martillo, hierro al rojo. Otro al que le gustaban los fierros, para una piba
hecha a golpes. Y desde siempre, con
“fierros” en la sangre. Éste, también la mataba a trompadas. Volvió a vivir en
casa de la madre. Al tiempo, ésta, con anuencia de su ex marido y padre de la
piba, se mudó a la casa que él había heredado de los padres y que estaba
desocupada. A la nuevamente suegra, se le volvía imposible convivir con los
golpes del forjador sobre su hija. El nuevo romance de la piba, que ya no lo
era tanto, duró unos años. Luego, lo de siempre, acentuado por el alcohol. Finalmente
el tipo se fue. Poco después, le refregó una nueva minusa, paseándosela por las narices de la puerta de la casa. Para
la piba, fue lo más. Se mandó una caja de barbitúricos sustraídos de la farmacia
de mamá. Después, le mandó un mensajito de texto al hijo. Sí, ya había celulares.
Le dijo: –cuidáme al Santo (el perro) y a los gatos. El pibe, que estaba en
la pileta del club, salió corriendo en malla y ojotas tan rápido como le daban
las piernas. Un horrible presentimiento lo azuzaba. Cuando llegó a lo de la madre,
la encontró tirada en el suelo. Llamó a la ambulancia, que la cargó para la
guardia. Ahí, lo de otras veces. Lavaje de estómago, cafeína, intubación, oxígeno.
Al padre le avisaron por teléfono. Acudió presuroso. Cuando volvió en sí y todo
estuvo bien, la puteó de arriba abajo. Mientras, llorando y a los gritos, le
declaraba un odio proporcional al amor que le tenía y que suponía no
correspondido. No podía entender, cómo le, había hecho eso a él.
El sueño del final.
Para el ahora definidamente viejo, pasaban los años,
las mujeres, las luchas. Pasó la vida. Y se sabe, “la vejez no viene sola”,
viene mal acompañada. En plena decadencia, tuvo un sueño. Como antaño, se zambullía en el Paraná.
Nadaba contra la corriente para llegar a un muelle. En él, estaba su madre, la correntina
a la que hizo madre no reconocida, y su mujer al momento del sueño. A la que hacía
tiempo, no cogía. A pesar que la amaba, no se le paraba. Llegado con esfuerzo al
muelle, las mujeres ya no estaban. Subida la escalera, encontró sobre las
tablas, unas manitos abiertas de chicos. Estaban, como pidiendo limosna. Dos,
de un bebé chiquitito, recién nacido. Las otras dos, como de una nena
grandecita. Más o menos, de la edad que tenía su hija cuando él se tuvo que
exiliar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario