jueves, 2 de agosto de 2012

A Mor Feo


Había una vez, hace muy poco tiempo en comarcas muy cercanas –una Princesa. Habitaba un ardiente desierto, en el que nunca dejaba de correr el viento. Los vidriecitos de la arena no cesaban de golpear los rostros, excepto en un extraño lugar. Lo llamaban Oasis, pues se parecía sin dudas a los verdaderos. Pero era un producto de las manos de La Princesa. En antiguos años, cuando el sol azotaba de día y el frío angustiado de noche, ella, pacientemente, había horadado las dunas hasta encontrar un manantial. Amorosamente plantó brotes de palmeras y los regó sin descanso. Quería que cuando llegaran sus seres amados, encontraran el refugio que ella no había tenido. Quería que no supieran de noches frías, ni de días sin paz. Quería ofrecerles el frescor del manantial y que ellos la abanicaran con el susurro fresco del amor.
El tiempo pasó. Con él, algunas ilusiones. Pero con él también, vino la bella princesita, que La Princesa tanto había deseado. La atmósfera, el clima, las ilusiones idas, hicieron que la princesita no soportara el Oasis fácilmente. La Oasis (así llamaban a La Princesa desde que algún peregrino se refugió en su seno) se desesperaba. El amor de su vida –la niña- sufría. No se daba cuenta, pero en los sufrimientos de ella veía repetirse los propios. Aquellos que con el Oasis había querido evitarle a. Y justamente el Oasis, era lo que la niña rechazaba, al igual que La Princesa, que también se sentía extraña en lo que sus propios desvelos habían generado. También como La Princesa, la pequeña no podía dormir, y cuando lo lograba, igual que ella era asaltada por lacerantes pesadillas en las que espantosos tigres la amenazaban.
A La Princesa, el sueño le había sido siempre esquivo, al igual que a la vieja reina madre. Justamente, había aprendido a no dormir, cuando siendo niña se esforzaba para no hacerlo y correr presta cuando alguna alucinación arrancaba del lecho regio a la reina. ¿Qué temía esta en sus sueños? La Princesa lo descubrió metiéndose en ellos. Temía que fuera a ocurrir lo que podía ocurrir. Que su pequeña hijita corriera su misma suerte, no conocer el amor a un hombre. Y que entonces la acusara de no haberle enseñado a dejarse amar sin dejar de amar. Temía que su niña tuviera que habitar un desierto ardiente de día y con noches frías y solitarias.
La Princesa, al enterarse de esos temores de la reina, se preparó para evitarlos, dando a luz a Oasis. Pero no bastó. En lo más hondo del manantial se agazapó un monstruo durmiente bautizado por los paisanos con el nombre de A Mor Feo. Contaba la leyenda, que mientras durmiera no iba a pasar mayormente nada. Pero que si despertaba, se iba a apoderar de quien hubiera creado el manantial que lo albergaba y lo iba a llevar a cometer las más atroces acciones. Sin tener en cuenta el daño que le pudieran producir al que fuera objeto de las mismas, y en él, a sí misma. La Princesa, enterada de la leyenda, vio reforzada su tendencia a quedarse alerta en las noches, sin dormir ni soñar.
Especialmente en algunas, en las que El Peregrino entraba en su cama. Ocurría que éste, que como contamos antes había encontrado refugio en el pequeño paraíso de La Princesa Oasis y se había enamorado perdidamente de ella. En consecuencia sufría si la veía sufrir. Y era un cascabel, si la veía alegre. Sola, o con la princesita. Preocupado por notar que ella no dormía, o que si lo hacía despertaba agitada, angustiada, decidió averiguar. Le preguntó a los sueños (propios y de ella). Ellos le respondieron: “tu dama no duerme, porque está alerta, temerosa de que A Mor Feo despierte”. Decidido se hundió en las aguas con un puñal, dispuesto a matarlo. No fue fácil, pero encontró la cueva. En su fondo el monstruo dormitaba. El Peregrino resolvió no darle tiempo. Cuando estaba abriendo sus horribles y grandes párpados le asestó una puñalada entre ceja y ceja. El agua se enrojeció con la sangre del  monstruo. En sus últimos estertores este lanzó una risotada cruel y mirando a los ojos al asombro aterrado del Peregrino le dijo: -“matándome, te has matado. Muerto A Mor Feo, ella buscará otro amor que le de el hijo que desea. Que está en condiciones de tener, y que vos, no podés darle-”. Escuchado lo cual, El Peregrino no tuvo más ganas de volver a la superficie. Prefirió las aguas sanguinolentas del fondo. La Princesa retomaría su camino, y él habitaría sus entrañas.  

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