Sergio Rodríguez
Los tiempos que
corren, corrieron más de cien años de psicoanálisis. Con su descubrimiento del
Inconsciente, Freud inició la ruptura epistemológica[1]
del psicoanálisis con respecto a las diferentes disciplinas que se ocupan del
“alma humana”. Cien años después, merced al trabajo de aquél y de continuadores
como Winnicott y Lacan, podemos encontrar una estructura formal lógica que
sostiene la práctica de los psicoanalistas más actualizados, que amplia dicha
ruptura epistemológica y le da más rigor. Ese desarrollo metodológico, también permite
sustraer nuestra práctica, de los límites exclusivos de trabajar sólo con las
neurosis y en los límites de la consulta singular.
Propongo explicitar dicha lógica desde, una constante
y discreta retrosignificación fundada en el nudo Borromeo, el cuarto nudo y los
matemas discursivos de Lacan y otros desplegados por algunos de nosotros. Desde ese
axioma, la retrosignificación viajará por objetos a, atrapados cómo pérdida y gozando gozados, habitando el espacio potencial entre los cuatro lazos en el que transcurren los fenómenos transicionales que acompañan lo real de la vida de cualquiera de
nosotros. Por lo tanto: tensados desde
los tres registros de la experiencia de vida, ante circunstancias reales, en
las cuales pugnan pulsiones y deseos son trabajados en discurso y lazo social.
¿Qué digo, en esta síntesis brutalmente condensada?
La neurobiología ha logrado discernir de un modo experimental positivo,
que la palabra tiene tantos efectos sobre el sistema neuronal, como los
psicofármacos. Este arribo de las investigaciones fisioneurológicas que
ratifica al descubrimiento freudiano, es un paso muy importante, pero insuficiente.
De él, se pueden colgar: los cognitivos conductuales, los sistémicos, y hasta
esoterismos varios. Cada una de esas prácticas puede lograr resultados varios, pero
ninguna de ellas, la amplitud y profundidad que logra la psicoanalítica. ¿Dónde
radica la diferencia y en qué se fundamenta?
Radica, en que el buen psicoanalista, pone en juego todo su aparato
perceptivo, para registrar lo que el hablante emite verbalmente y de varias
formas más. Sea en la soledad del consultorio o en muchas otras formas de
trabajo. Ese alerta perceptivo, al que Freud llamó atención libremente flotante,
presta atención a
las diferencias, registrando las letras, –esos emergentes litorales
entre lo simbólico y lo real[2]-,
que convocan a la escritura de otro significante que lo que la meseta de los
dichos van emitiendo. Ese significante, en ese punto habrá mostrado una nueva representación
de sujeto y deseo Inconsciente, para aquellos otros significantes que el
contexto metonímico ha ido escribiendo. Pero ese litoral, es el mismo en el que
la pulsión presiona como goce excedente y a pérdida, entre lo somático y lo
psíquico. Esa lógica es la que se le pierde a cualquier otra “terapia” en su
accionar a “pura conciencia”. ¿Por qué se les pierde? Porque no aceptan la información que ofrece
el psicoanálisis con respecto a la estructura formal que rige a esos animales
que somos, diferentes de cualquier otra especie. Diferentes en tanto la
disposición y evolución del habla se fue estructurando en lenguaje. Lo que nos
permitió una incidencia sobre la naturaleza, para bien y para mal, que ninguna
otra especie tiene y que pagamos al precio de la ignorancia producida por
la imposibilidad de decir, de escribir todo. La que resulta en nuevos “agujeros
negros” más amplios, en el saber cada vez más amplio que adquirimos. Eso nos
lleva en esos puntos a ignorar radicalmente, los efectos de nuestro accionar
sólo captables en el a posteriori de acto, rescribiendo la expectativa previa. Aquellas
“terapias”, rechazan la información del psicoanálisis sobre que las estructuras
básicas del lenguaje penetran en los hablantes tempranamente, a través de la
actividad civilizatoria de los agujeros que el cuerpo usa para incorporar y
eliminar. Penetración llevada adelante principalmente por quienes ejercen las funciones
maternas y resignificadas en dicha ruta según quienes las sostienen dejen
entrar las palabras paternas y según como éstas, sean usadas por quienes deben
ejercerlas. En ese complejo proceso, se van constituyendo las pulsiones y
disponiendo la presión de sus energías libidinales como efecto del
desprendimiento de sus objetos y lo que los vaya representando, o de faltas de
desprendimiento. Ese desprendimiento nunca es total y sus consecuencias
perviven como restos más o menos importantes en lo neurótico de cada uno, en
las alucinaciones de las psicosis, en la fijeza de determinados objetos y
prácticas eróticas en las perversiones. En cada una de esas producciones,
encontramos diferentes formas de objetos
y fenómenos transicionales. Los que transcurren en el espacio potencial[3]
del juego en la infancia y se prolongan luego en el espacio potencial de lo real de la vida, espacios no planos,
como los dibujó Winnicott, sino cruzados en por las tres dimensiones de la
experiencia y sus tres registros. Registros que se articulan anudándose, no
sólo en la constitución de las fantasías sino también en la estructuración de
los actos de cada uno y luego en su retrosignificación. Justamente, de cómo
observamos a nuestros pacientes jugar en y con las potencialidades que les
brinda la vida, proviene buena parte de los insumos que nos permiten
reconstruir sus fantasmas para que hagan con y en ellos, algo distinto a lo que
los mortifica. Estas cuestiones, son las que hacen que se pueda suponer al
espacio recortado por los nudos, como potencial
para lo que ocurra en los objetos a
atrapados en él. Será de los efectos sujeto, por los que se paga con angustia
señal, que dependerá el poco de libertad que el hablante encarnado en esos
objetos pueda usufructuar. Lo que no es ni mejor, ni peor. Los resultados sólo
podrán ser evaluados por dicho hablante una vez que hayan ocurrido. El trabajo
psicoanalítico favorece mejores destinos, en tanto facilita que no queden inconscientes las letras que los
efectos sujeto, permiten emerger metafóricamente atravesando la represión y de
esa manera construir la nueva significación que la metáfora vehiculiza como
efecto del deseo que, inconsciente, circula. El hablante en cuestión, hará
luego con ese fruto, lo que su lógica temporal en relación con su estructura
borromeica le permita.
Es en referencia a esta lógica, que se despliega en forma diferente
según la modalidad de relación con la castración, con lo que falla, que se
origina cada tipo de discurso. Lacan matematizó cinco, yo propongo
agregar otros tres. Esta lectura del acto analítico, es lo que intenté
condensar en el abstract enviado a la comisión organizadora del Encuentro.
En él digo: Debido
a su atrapamiento como objeto, entre los tres registros de su experiencia de
vida, el ser hablante sólo accede con poca frecuencia a resultar sujeto. Este
acceso resulta efecto de articulaciones significantes que lo representan para
otros significantes, pero al costo de su escisión por el tironeo entre significantes y por lo
que las significaciones le restan de su ser objeto y de lo que de los
(o)Otros, se le presenta como objeto. En ese punto interviene
la epistemología psicoanalítica que
deviene de saber sobre dicha lógica, produciendo un saber hacer que sitúa mejor
al hablante ante los desafíos de las
castraciones.
[1] epistemología. Del gr. f. Doctrina de los fundamentos y métodos del
conocimiento científico. Me refiero con ruptura epistemológica, a la
observación y conceptualización acuñadas por Gastón Bachelard con respecto al
pasaje de una ciencia a otra vecina pero estructural y radicalmente distinta, tras
la convocatoria que provoca algún importante obstáculo epistemológico. Bachelard decía bellamente: “"el
conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra"
[2] Lacan: Lituraterre
[3] Descrito por Donald Winnicott en Realidad
y Juego y proyectado por Freud en
El
poeta y su fantaseo
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