martes, 17 de abril de 2012

Los laberintos del amor

Por Sergio Rodríguez

El amor: entre lo imposible y lo contingente

El amor es imposible. Sólo se accede a él, contingentemente. Y es imposible, justamente porque se establece sobre la base del desencuentro, aunque sus protagonistas crean que es sobre la base del encuentro. Hay una frase de Lacan, que nos resultó compleja a todos los lacanianos y mucho más a los inexpertos en sus dichos: “El amor es dar lo que no se tiene a aquel que no lo es”. Me parece que es la frase que expresa mejor y más radicalmente el desencuentro ya que instala al amor como un efecto del encuentro con lo real, o sea con lo que en el otro y en sí mismo no cesa de no inscribirse.

Lo real de nuestras carencias nos lleva a lo sintomático de nuestros amores

El flechazo de Cupido nos conmueve, porque imaginamos o creemos detectar en la otra persona aquello que a nosotros nos falta, por eso nos apresuramos a tomarlo. Como al otro suele ocurrirle lo mismo, nos encontramos con que también se nos acerca buscando lo que cree que tenemos, ofreciéndonos lo que a él o a ella le falta. Aunque quede encubierto por la apariencia de las mejores galas. Del encuentro entre ambas carencias, surgen los primeros malentendidos. De como éstos sean piloteados por la pareja dependerá que entre ellos se estabilice o no el amor. Freud colocaba al enamoramiento como un típico fenómeno de masa, aunque fuera una masa constituida solamente por dos personas. Digo personas, porque al provenir esta palabra del griego personne (máscara) define bien que nuestras apariencias no hacen más que recubrir lo real que en cada uno de nosotros insiste en hacerse presente.

Esto suele observarse desgarradoramente en aquellos que padecen algo que “podría llamar” ciertas formas de orfandad. No necesariamente son hijos de padres muertos. Pueden ser, lo que resulta peor, hijos de padres que han sido poco padres. Porque han estado tomados más por otro hijo, o por el enamoramiento o la hostilidad entre ellos mismos. Entonces, el hijo “patito feo” busca pareja desde esa especial orfandad. La otra parte, acertadamente siente que esa persona sabe sobre orfandad. Lo que no advierte, generalmente no quiere advertir, es que ese es un saber que dicha persona quiere usar para resolver su propia desgracia. El resultado más probable será que se encuentren dos orfandades que buscan “aquellos padres” que no tuvieron. Por lo tanto es muy fácil que entre ellos ocurra el desencuentro. Porque lo que cada uno va a encontrar en el otro es el pedido de padres, no el otorgamiento de padres. Quizás sea un ejemplo muy radical, pero no infrecuente.

En el reino de lo imaginario: el enamoramiento

Los psicoanalistas, desde Freud en adelante, diferenciamos enamoramiento de amor.

El enamoramiento es ese momento de impacto, de flechazo, en el que aparece la absoluta seguridad de que se encontró lo que se buscaba. Se está en pleno enamoramiento narcisista. El narcisismo es efecto de la función de desconocimiento del yo de la enunciación (1), que encandilado por el espejismo de la imagen del otro, no advierte que la mirada que lo sostiene no hace otra cosa que devolverle su imagen, pero invertida. Dirá Lacan: “el emisor recibe del receptor su propio mensaje invertido”. El narcisismo además, cae en la trampa que nos mostró Moebius con su sencilla cinta (2). Cuanto más avanza en lo que cree que le es favorable, más posibilidades tiene de pasar inadvertidamente a la otra cara, la que lo introduce en el campo contradictorio de lo desfavorable para el mismo. De ahí que como ejemplificaba Freud con el enamoramiento adolescente, pueda ocurrir que en ese estado se vacíe toda la libido del propio yo, en el yo del otro.

En la realidad del amor se articulan lo simbólico y lo imaginario

Pero si el enamoramiento y el amor son gatillados por lo real de las carencias, se sostienen en la realidad del afectado. Al componente imaginario de dicha realidad me referí, en el parágrafo anterior. Pero es en su articulación con lo simbólico, que forja la realidad de ese ser parlante, donde cederá el enamoramiento y advendrá el amor o el fracaso. Según la función simbólica, el enamorado advertirá en el otro rasgos representativos de algunos de los personajes claves de su historia infantil y puberal. Esos rasgos, inconscientemente, vuelven a traerle recuerdos de quienes supieron, o no, qué hacer con sus primeras carencias. Fueron eficaces o ineptos para lo que comúnmente se les llama “cuidados maternos”. En esa “atmósfera” y según como el “infantil sujeto” (3) haya reaccionado ante ese saber o no saber hacer, es que se constituirán fantasías no dichas, sí actuadas, que guiarán las repeticiones del ser hablante en cuestión. Lacan, en su Proposición del 9 de octubre de 1967 despliega su teoría sobre la transferencia después de haber trabajado durante un año su seminario La Transferencia. Finalmente la relaciona, igual que al amor que en ella se despliega de algún modo, con la atracción que ejerce para cualquiera suponer que el (o)Otro sabe hacer lo necesario para resolver sus carencias y dolencias. Lo llamativo y fuente de neurosis, es que en general el deseo empuja al neurótico no a buscar resolver simple y llanamente aquello de lo que careció en sus primeros años, sino que busca engarzarse (4) con alguien que le presente las mismas dificultades que le quedaron presentes de aquellas imagos infantiles para tratar transformarlo en alguien que no las ofrezca. De ahí que la histérica quiera “hacer” de su partenaire un hombre (según ella supone que tendría que ser) y el obsesivo “entender” qué hace mal, para hacerlo bien según corresponda a la demanda de su amada para lograr que Ella lo ame. Lamentablemente a muchos en eso se les va la vida.

Lo real en la pareja y su destino

La convivencia, el compartir más momentos de la vida, va haciendo aparecer lo real de la cotidianeidad. Ahí, el enamoramiento se transformará en amor si la pareja logra ir elaborando el desencuentro. Sino, sobrevendrán la desilusión, el alejamiento y la ruptura.

Cuando digo elaboración no me refiero al terreno intelectual, al pensamiento. Me refiero a que el desencuentro y las fallas se tornen posibles de ser tramitadas, porque se advierte que hay otras cosas que van pasando a primer plano y dando el sostén necesario para poder soportar los desencuentros.

Sufrimiento y desencuentro existieron siempre, pero hubo épocas en que quedaban más velados. Las costumbres sociales no incluían la separación. El divorcio es un invento reciente. Los matrimonios solían transformarse en “ministerios de relaciones exteriores o de fuerzas armadas” según las circunstancias. Por eso, solía aparecer la otra casa, la llamada “casa chica” para el varón, y los amantes furtivos para la mujer. Todo para velar, las zozobras del amor.

En el amor no hay racionalidad en el sentido de la razón del pensamiento, del proceso secundario. Por eso esas parejas que se proponen “construir el amor”, suelen fracasar horriblemente. Y no sólo eso: la pasan muy mal todo el tiempo que están tratando de construir el amor. El sueño se les transformó en un trabajo por “necesidad” y no por deseo. En ese sentido, no hay racionabilidad posible. El amor ocurre o no, no lo construimos.

La función del Falo en el amor

Ahora, si lo pensamos desde algo así como la razón matemática encontraremos que existe un ordenador, que más allá de la conciencia de cada uno de los participantes en la pareja, da razón de ese amor. Ese ordenador está muy relacionado con lo que la teoría psicoanalítica ha ido discerniendo como Falo (el máximo común denominador del deseo). Gracias a ese ordenador aparecen muchas cuestiones que implican encuentros y acuerdos que van supliendo aquellos desencuentros a los que nos referimos inicialmente. Entonces, a veces descubrimos que una pareja que se enamoró suponiendo equis cosa uno del otro, algunos años después ataron un fuerte lazo de amor que no se basa en los datos iniciales por los que se enamoraron. Pero ambos vivieron situaciones de encuentro, aparentemente exitosos, que fueron tomando el valor de ordenador de su vínculo. Obsérvese que decimos, tomaron valor de ordenador. No que le dieron ellos valor de ordenador ni que lo tuviera, sino que los hechos se les impusieron como dándoselos.

Nos encontramos en esa problemática con una imposibilidad clave que va ser resuelta sintomática, o “sinthomáticamente” (5). Lacan planteó como claves para el ser parlante, las preguntas: ¿Qué quiere el Otro de mí? ¿Qué me quiere? ¿Qué soy para el Otro? Ellas son causadas por las inversas: ¿Qué quiero del Otro? ¿Lo quiero al Otro? ¿Qué es el Otro para mí? Todas ellas las podríamos reducir a dos: ¿Qué valgo para el Otro? ¿Qué vale el Otro para mí? Son absolutamente lógicas en tanto todo intercambio requiere unidades de valor para poder evaluar. Pero ocurre que en razón de la existencia de la castración, de lo real del objeto, y de la represión, el valor de cada uno de nosotros es imposible de calcular. Lo que no impide que las preguntas, en las sombras de los primeros meses de vida de algún modo queden formuladas y nos acompañen luego toda la vida. Es más, pasan a ser las preguntas repetidas, insistentes e ineludibles, en todo lazo de amor. La imposibilidad de las respuestas suele llevar a intentar responder con valores de uso. Esto es: la imagen, cómo se coge, el dinero, las propiedades, las mercancías, los blasones y “méritos” que se posee. O de los que se carece, porque también hay quienes buscan el amor de otro a través de la compasión.

La función de los hijos en el amor

Los hijos pueden unir mucho a una pareja, o pueden también desunirla. De la misma manera, las profesiones o las creencias religiosas e ideológicas pueden tener esos mismos destinos. Y ni qué decir el principal convidado, para bien o para mal en las relaciones de amor, el goce erótico. Así como hay un dicho que dice que “en la cancha se ven los pingos”, uno podría decir que en la cama se aprecian los amantes.

El enamorado/a, es una hoja en la tormenta. Por eso está buscando siempre protegerse de la tormenta y llegar a buen puerto. Cerrar los ojos no sirve para nada. Recurrentemente suele venirme a la mente la frase de un graffiti que había en las paredes del Banco Provincia, en Corrientes y Acevedo (Ciudad de Buenos Aires) y que parafrasea a otra del Indio Solari (6). El graffiti decía algo que me parece profundamente inteligente y poético: “Te amo con mis ojos ciegos bien abiertos”. Cerrar los ojos, insisto, no sirve para nada. Pero abrirlos bien no impide estar ciego. Porque ahí reaparece una cuestión eterna: los seres humanos no queremos ni podemos dejar de creer que vamos a lograr ordenar nuestra vida. Y en definitiva está bien que lo creamos, porque eso da un sustento imaginario para establecer las relaciones y llevarlas adelante. Pero en medio de nuestras creencias, se meten el desencuentro, el azar, la disparidad. Todos esos ingredientes que hacen que las acciones del ser humano finalmente se muestren con un gran componente de ilusiones. Y con esto no quiero descalifica ni ser peyorativo. Hay ilusiones que no se cumplen y otras muchas que sí se cumplen.

Para que las ilusiones tengan alguna posibilidad de cumplirse, primero hay que animarse a correr el riesgo de que puedan no cumplirse. Lo que observo en el consultorio como una de las grandes barreras para el amor, es el temor de la mayoría de los humanos a correr el riesgo de la pérdida. Toda relación de amor presupone que alguno de los dos va a perder al otro. El otro puede morir o dejar de amarnos. No hay ningún amor que no tenga la perdida en el horizonte. Y hay que animarse a tolerar esa posibilidad. Mucha gente porque no se anima a perder, vive perdiendo. Quiero decir: dan por perdido el amor entes de haberlo vivido. Eso es mucho más relevante numéricamente, de lo que se supone. Inclusive hay mucha gente en pareja, casados o no, que saben que ya no se aman. Uno los escucha hablar y se da cuenta de que no se animan a disolverla y a armar otra nueva, cuando en realidad ya han dado por perdido al amor. Paradojalmente han dado por perdido el amor, por miedo a perderlo. Cuando proceden así, ya lo han perdido. Parece un juego de palabras pero es lo que se suele observar.

Las ignorantemente sabias del amor

Las mujeres hablan más que los hombres sobre amor y de eso saben más que los hombres. Estoy convencido. Los hombres somos mucho más ignorantes en el terreno del amor. Podemos recordar el mito de Dafnis y Cloe: la mujer grande le enseña al pastor el goce erótico para que sepa qué hacer con su joven amada. Lo que dicho sea de paso, metaforiza también la relación entre la erogeinización y la disposición libidinal posterior para el trabajo. ¿Quiénes crían a los niños transmitiéndoles modalidades afectivas? Básicamente, las madres. El amor se aprende de las mujeres, no se aprende de libros o “sexólogos”. Es un saber, que lo tengan o no, lo portan las madres. Disponen de él como saber hacer, como saber inconsciente. Ellas mismas no saben lo que saben, pero sí lo saben en su hacer. Algo parecido a lo que Lacan dice de los psicoanalistas: no saben lo que dicen, pero sí deben saber lo que hacen. Y el hombre encuentra lo que encuentra, en ellas. Después el hombre alardea. Es un rasgo muy típico del que se supone ser o portar el falo.

¿Por qué Lacan y El Banquete de Platon?

A El Banquete de Platón, Lacan le dedicó íntegro el seminario: La Transferencia. Usó la pareja de Aquiles y Patroclo para mostrar el tipo de intercambio que se da en el amor: cómo de objeto se puede pasar a ser sujeto y viceversa. Aquiles era el objeto de Patroclo. Cuando Patroclo muere, Aquiles llora sobre su tumba. En ese punto Patroclo pasa a ser el objeto y Aquiles el sujeto. La situación se invierte y Lacan llama a ese movimiento: la metáfora del amor. ¿Por qué? Porque metaforiza al amor como consecuencia de la falta del objeto. Lo que más se ama es lo ausente en el objeto. En los duelos posteriores a las rupturas de las parejas, lo que más se extraña es lo que no se tuvo, lo que podría haber sido (7).

El Banquete narra básicamente un encuentro entre hombres. Incluye grandes amores de los considerados habitualmente como homosexuales. Pero también es cierto, que Lacan podría haber trabajado con cualquier otro material. En verdad, Lacan un poco se burla de la homosexualidad como supuesto cuadro nosológico. No de la homosexualidad en sí, sino de la actitud habitual de las sociedades de discriminar entre homosexualidad o heterosexualidad. Él plantea las cosas como identificación a lo femenino o a lo masculino, en función de su cuadro sobre la sexuación, cosa que es absolutamente comprobable. Cuando uno analiza a los llamados homosexuales, capta en general, que cuando forman parejas que se estabilizan y se ordenan en relación al amor y no sólo al goce erótico, se relacionan sobre la base de identificarse cada uno a alguna de las dos funciones (masculina o femenina). Pero casi siempre cada ser sexuado, tiene algo del otro sexo. Y cuando eso no le ocurre o le resulta despreciable, sufre más las penurias del amor y recorre menos los placeres en el goce.

Creo que Lacan utiliza El Banquete para trabajar el tema del amor y el de la transferencia, porque es un texto que indica claramente que el amor no es una cuestión limitada por las diferencias entre los sexos, sino que trasciende dichas diferencias. El amor cuya contra cara es el odio, es un sentimiento que transcurre por todo el cuerpo, aunque la poesía y la experiencia concreta lo asienta en sacudones y otras sensaciones del corazón. Los goces eróticos se perciben a través de sentidos, piel, mucosas, mirada-visión, oído-voz. En esos lugares del cuerpo se asientan las pulsiones que se estructuraron en la relación entre la madre, otros seres que quisieron al niño y éste. Aunque –para desbaratar una tendencia bastante frecuente a ver en esas pulsiones una lógica que se mantiene idéntica a sí misma a lo largo de toda la vida– es conveniente recordar que las mismas no son inalterables sino que, por el contrario, frecuentemente se procesan y transforman. Y son estas pulsiones en constante procesamiento las que presionan permanentemente al ser en cuestión para que “elija” modos de goce que evacuen dicha presión. El trabajo de elaboración sobre las pulsiones, es una de las razones de existencia del psicoanálisis.

Notas

1) Jacques Lacan: El estadio del espejo

2) Me refiero a la conocida como banda de Moebius, que cerrada con una sola torsión, hace que si la recorremos, pasemos de una cara a la otra sin advertirlo.

3) Como lo llamaba Freud

4) Tomando prestada una expresión de Ricardo Estacolchic

5) Así designaba Lacan a lo que podemos suponer como un logro del sujeto en hacer de lo que no sería más que un síntoma (transacción entre deseo y represión) que metaforiza que algo no cesa de no inscribirse, un elemento fundamental para mantener anudada la relación entre sus tres registros (real, simbólico e imaginario)

6) Poeta, director y cantante de los “Redonditos de Ricota”

7) Interesante observación planteada por Daniel Ripesi en un artículo sobre la temática (Amar una ausencia, soportar su pérdida) publicado en www.psyche-navegante.com

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