viernes, 20 de abril de 2012

Diferencias –pasado y presente

Sergio Rodríguez 22 de junio del 2000

Epígrafes: "¿-Cómo podría captarse toda actividad psíquica sino como un sueño, cuando mil veces cada día se oye esa cadena bastarda de destino y de inercia, de tirada de dados y de estupor, de falsos éxitos y de encuentros ignorados, que son el texto de una vida humana?"

"De modo que de mi discurso no esperen nada que sea más subversivo que el propio hecho de no pretender darles la solución."

Jacques Lacan: El Reverso del Psicoanálisis.

"Finalmente, a nivel de la objetivación o del objeto, se oponen lo conocido y lo desconocido. Porque lo conocido sólo puede ser conocido en palabras, lo desconocido se presenta como teniendo una estructura de lenguaje. Esto nos permite volver a plantear la pregunta de que es lo qué ocurre en lo tocante al nivel del sujeto." Jacques Lacan: La Etica del Psicoanálisis.

1950, Buenos Aires, incipiente Villa Freud. Un candidato de APA entra al consultorio de su analista, ritual que repite 50 minutos 4 veces por semana. Sabe que así será durante 4 años y medio aproximadamente. El didacta también lo sabe. Como eso le ocurre con toda su agenda de pacientes, también sabe que si le piden una nueva hora, tendrá que hacer ingresar al peticionante a una lista de espera por cuatro años.

Sus honorarios se sabe cuáles son y que serán aumentados progresiva y regularmente en el curso del análisis; lo que se sabe, dará lugar a resistencias e interpretaciones sobre el tema del dinero y por lo tanto de la analidad, que no es lo mismo que la pulsión anal (la diferencia es la que hay entre personalidad y sujeto del inconsciente).

Como es lunes, se sabe que habrá alguna interpretación sobre la depresión del fin de semana, y como se acerca febrero, sobre la de las vacaciones.

Como podemos observar, anticipadamente, se sabía demasiado. Lo que podía aburrir y estimular ganas de obtener el alta lo antes posible (claro que dentro del tiempo reglamentario). Pero nuestro paciente imaginario, que alguna vez existió efectivamente y como analizado de un bronce actual de APA y de alguna Apita, no podía sacarse el maldito vicio de fumar, sabiendo que para el didacta eso era causa suficiente para no otorgar aquella. Así que fumaba desesperado antes de entrar a sesión, para no hacerlo en ella. Luego, algunas pastillas de menta disimulaban el aliento tabáquico. Ya en sesión, podía ocurrir que se torturara, porque lo primero que se le ocurría era la cuestión de la disimulación del tabaquismo, lo que lo hundía en un silencio pertinaz. A lo que el didacta, sin inmutarse, respondía igual toda la hora. Salía entonces malhumorado, pensando que había desperdiciado una sesión por el puto cigarrillo. También admirado por la capacidad de aquel para soportar el silencio. Eran épocas en las que se consideraba que el final del análisis proveía una bendita identificación con el analista.

1980: la primer hiperinflación y sucesivas inflaciones habían sacudido a Buenos Aires y otros lugares del mundo. El huracán lacaniano[1], desde las catacumbas ponía en cuestión los saberes previos. La rajadura que habían producido en los 70 Plataforma y Documentos en APA, abrió la necesaria inconsistencia en el discurso del Otro, que facilitó a las nuevas camadas y a algunos de los viejos, elegir estudiar el discurso de Lacan. Difícil, alambicado, pero realmente atractivo al generar la sensación de que llevaba verdaderamente a analizar y reabrir fecundamente, debates claves para el siglo, sobre la Cultura, la sociedad, la política.

El debate de los años 30 sobre las mujeres, enfrentó a un Freud un poco machista que no veía otro ordenador para la femineidad que la envidia del pene, y una Melanie Klein feminista, que la suponía sólo defensiva. Lacan va a advertir que en las mujeres late el deseo de ser mujer, obviedad que saca a estos análisis de la rivalidad imaginaria.

Durante los 80, se generalizó el egreso en masa de estudiantes de psicología que se volcaban a la práctica analítica y peleaban por su ley de incumbencias que los sacaría de ser las cenicientas de los médicos. Poblaron hospitales, psiquiátricos, obras sociales e incipientes prepagos.

Analizarse dejó de ser lujo de una élite y pasó a extenderse (con las limitaciones que esas instituciones estipulan) a capas mucho más amplias de la población. En París, se bautizó a Buenos Aires: capital del psicoanálisis (significante de llamativa plurisemia). Los honorarios exigían, en la mayoría de los casos, ser re- contratados mes por mes debido a las inflaciones. Se espació la regularidad de las sesiones, de 4 a 3, de 3 a 2, de 2 a 1. El tiempo de las mismas comenzó a ser tomado a veces mejor, a veces peor, por la formalización del tiempo lógico promovida por el maestro francés. En pasillos y supervisiones se escuchaba cada vez menos: ¿qué material trajo? Y más: ¿qué escuchaste?. Se estaba dejando la lectura de los dichos de los pacientes desde la doctrina y con interpretaciones icónicas, para volver a la escucha freudiana de la letra y el significante, rescatada por Lacan.

Allá por 1984 la camada joven del lacanismo francés encabezada por Jacques Alain Miller arrimaba el acto analítico, apoyándose en el seminario que con ese nombre había dictado Lacan, y replanteaba la problemática del fin del análisis. Ambas propuestas sacaban a éste de ser un mero ejercicio intelectual que lo eternizaba, y promovía un nuevo modo de practicar la clínica, más interesado en los actos del sujeto. Hasta ese momento, la palabra actuación era una mala palabra en el imaginario psicoanalítico. Por la vía de Lacan, Ferenczi y Winnicott volvían remozados. Este movimiento fue y es dificultoso. A algunos los llevó a perder la brújula de la primacía del significante, con lo que las supuestas intervenciones se transformaban en aventuras arbitrarias. También a creer que la interpretación no es un acto analítico. Otros, que llegan tarde a dicha elaboración, pues entonces la rechazaron, proponen las intervenciones en lo real, y confunden lo inefable por reprimido, y la carne del cuerpo, con real, suponiendo entonces, que éste puede ser realizado con x recursos, sin el concurso del significante.

Entrados los 90, algunos sectores olvidaron el rechazo de Lacan a la nominación sajona de border line, y comenzaron a hablar de: estructuras o patología de bordes y a ceder a la presión del DSM IV, armando especializaciones sobre bulimias, anorexias, toxicomanías (adicciones), psicosomáticas. Volvieron al psicoanálisis centrado en las identificaciones y modalidades de goce, arrasando con la causa: la función y singularidad, de los deseos inconscientes. Toman como , patologías de fin de siglo, lo que fue descripto por Bleger en Simbiosis y Ambigüedad en 1963, y que a ojos de buen lector, aparece en casos de Freud, en 1895.

Se les escapa que de que de lo que se trata es de que, al haber ampliado Lacan la formalización, formulización y topologización de las estructuras del sujeto, ha generado nuevas condiciones de posibilidad para entender cuadros que, o no se podían entender, o que al comprendérselos desde el marco de las estructuras neuróticas, o de descripciones fenomenológicas como la noción de núcleos psicóticos, se equivocaba el tratamiento. En particular, y con riesgo de iatrogenia con la psicosis y las esquizofrenias,.

La conceptualización de Lacan sobre el significante del nombre- del- padre y su articulación en los tres registros anudados borromeicamente y sin posibilidad de no fallar, pero a veces zurcible por la función re- anudadora del 4º nudo (sinthôme), facilitó repensar y reubicar dichos tratamientos, y los que aparecen en las fronteras.

Una de las dificultades mayores.

La instalación y el sostenimiento de los análisis, o sea el manejo de la transferencia y la resistencia, y cómo situar y utilizar lo que se dio en llamar contratransferencia. Del lado kleiniano, predominaba la idea que todo era interpretable y en el aquí y ahora conmigo. De donde lo interpretable resultaba, no tanto de formaciones del Inconsciente como de lo que pudiera encontrarse como analogable a algo ocurrido en la relación analítica. La atención estaba puesta en imágenes y analogías más que en fallas, repeticiones, o insistencias en el discurso. La indicación de interpretar primero la resistencia y después lo resistido, transformaba a los análisis en discurso universitario con consecuencias lógicas de fascinación y/o tensión agresiva, imposibles de analizar. Tributaria de estas creencias, fue la noción de contra transferencia que algunos están reflotando ahora, a diferencia de Lacan que captando la relación de dicho fenómeno con el registro imaginario, prefirió hablar de transferencias recíprocas. Agreguemos que en las posiciones más extremas se consideraba que sentimientos, ideas y acciones del analista, eran productos de lo que el paciente le inoculaba. El análisis quedaba encerrado así, en capturas imaginarias.

Lacan re-lanza la praxis con su indicación de centrarse en la interpretación del deseo, de lo reprimido y no de la resistencia. En vez de sostener el espejismo reinante pos-mortem de Freud, descentra al yo, e insiste al igual que el fundador, en que lo inconsciente desea hacerse escuchar. Elabora el concepto de deseo del analista. Le recuerda que es suya la responsabilidad de las curas que conduce -la resistencia es la resistencia del analista- y lo retira de la prisión contratransferencial.

Fernando Ulloa entre nosotros, va a insistir sobre la importancia de que el psicoanalista no rechace, sentimientos y asociaciones que le surjan mientras escucha, pero para abstenerse de usarlos hasta que aparezca lo impensado que por vía de la interpretación dispare en el paciente lo impensable.

La aportación más importante de Lacan a la práctica fue el desenvolvimiento de la posición y función del analista, planteando que debe colocarse en semblant de objeto como causa de deseo, para sostener la transferencia del analizante y su deseo de analizarse. Propuesta que rompe con la estrategia del analista pasivo, hiper abstinente, silencioso, gris, opaco, neutro, de absoluta neutralidad. Después de plantear en La Dirección de la Cura, la táctica de la vacilación calculada, agrega en 1974: “Entonces relájense, sean más naturales cuando reciban a alguien que viene a pedirles un análisis. No se sientan tan obligados a mostrarse de cuello duro. Incluso como bufones que están justificados en ser bufones./.../ Soy un payaso. Tómenlo como ejemplo, ¡y no me imiten![2].

De lo que se trata entonces, es de leer durante la sesión la escritura borromeica que se despliega ante nuestros ojos, oídos y demás percepciones, para operar no sólo con las interpretaciones, sino con todo nuestro cuerpo, desanudando y generando condiciones para el re- anudamiento de lo que se va presentando como proveniente del Inconsciente. Creo entonces que no es exactamente en semblant de objeto causa de deseo que nos colocamos, éste está perdido sin habérselo encontrado, ni haber podido serlo nunca, razón por la cual creo, no hay como semblantearlo.

Nuestra posición tiene más relación con un cierto semblanteo en el fantasma. ¿En qué lugar?. Propongo en el del losange, $a. Entre el sujeto y el objeto: como más, menos, como conjunción, disyunción. Ni exageradamente cerca, ni exageradamente lejos, ni en total conjunción, ni en absoluta disyunción a la vestidura, en la identificación transitoria a apariencia del objeto, que en el fantasma soporta el deseo del sujeto.

Alguien que está tratando de hacer algo mejor que sólo sufrir con sus malestares, y que se está formando en psicoanálisis, entra al consultorio de su analista. Venía una vez por semana. La recesión y la decisión del analista de no rebajarle los honorarios, lo está haciendo acudir cada quince días. Entra entusiasmado con su último sueño, intercambia algunas bromas con el analista mientras se reclina en el diván, relata aquél, y ¡oh sorpresa!, las bromas anodinas estaban en estrecha relación con lo soñado. La interpretación lo re- encontró, asombrado, con algo de sí que le resultaba impensable.

En estos finales de siglo, las sesiones son menos frecuentes, suelen durar menos, los análisis resultan menos caros, pero si están bien conducidos y la estructura del paciente lo permite, resultan mucho más eficaces que cuando los obsesivizaron las normas IPA. Como vemos, el siglo se enriqueció gracias a lo que aportaron a la Cultura: Freud, Lacan, Winnicott, Ferenczi, Abraham, Klein, Reich y muchos otros de igual calaña.

De nudos y enredos

Dije anteriormente que no todo es interpretable. Lo que está a mano de la interpretación, es lo que desconcierta nuestras percepciones y lastima significados. Librarnos del condicionamiento imaginario nos facilita dejar en suspenso el saber referencial y someternos al saber textual que nos entregan las enunciaciones verbales y/o corporales del analizante. Para los que Lacan es un psicoanalista a ser usado, el trabajo con el paciente tiene como base dominar la articulación que discriminó entre tres registros: Real, Simbólico, Imaginario; y el cuarto nudo, como condición necesaria para pasar del síntoma al synthõme, de la miseria psicopatológica a un estilo frente a la vida. Con ellos trabajamos, y no sólo con lo que proviene del Inconsciente. Esa es la principal diferencia entre la clínica freudiana y la lacaniana. No sólo se toma en cuenta lo que el inconsciente dice a través de lapsus, fallidos, equívocos, etc. El campo se amplió, lo que ha ampliado la eficacia del psicoanálisis. El psicoanálisis, encorcetado a tratar con el encuadre clásico y con sólo la interpretación del inconsciente, no lograba nada con pacientes que no están hechos para ese encuadre, y que constituyen un importante porcentaje de la población. La casuística psicoanalítica se construyó con la minoría que perseveraba. Ahora, hay una camada de psicoanalistas que adquirió mayor eficacia en su práctica, logrando que muchos pacientes que antes se iban enseguida se queden más, logrando mejores resultados.

"Porque lo conocido sólo puede ser conocido en palabras, lo desconocido se presenta como teniendo una estructura de lenguaje." De esta idea clave, parte la de la primacía del significante. Lo que no quiere decir que no haya equivalencia entre los tres registros. Pero a la hora de vivir, para el ser parlante, se van articulando y tensionando diversamente. En como se presenta un sujeto, se observa que hay momentos en los que domina lo imaginario. Otros, en que actúa por presión de lo real. Y otros, en que opera principalmente lo simbólico. También circunstancias, en las que se articulan más o menos armónicamente los tres.

La base, está en la palabra. Porque de ella procede la función significante con sus tres efectos diferentes: a) Producir la creencia de que significa total y absolutamente a algo. Lo que deja la sensación de que ese significado es el único sentido posible, excluyendo por ese momento la posibilidad de que operen otros sentidos. b) aislada de otras palabras y/o imágenes -no puede producir ningún sentido, es: sin sentido. c) articulada a otra u otras, produce un efecto de sentido que puede resultar en la sensación explicada anteriormente, o por el contrario la de que no se abrochó lo que se quiere trasmitir. Algo sigue apareciendo real, fuera de sentido. No hubo de lo simbólico y lo imaginario, lo que lo aprehenda. Si ese resto real causa el deseo del sujeto, estamos ante lo que Lacan llamó objeto "a". Si lo causa a responder interpretativamente por falta de o en el significante, se producirá un delirio, una mitomanía o hasta un síntoma. Como se puede advertir, es por la dependencia del sujeto del lenguaje, que registra su experiencia en tres dimensiones. Es básico, distinguir naturaleza de real. Real no es ni deja de ser –materia-, es lo que en esta o en lo inmaterial, pero incidente, se escapa al saber. No es lo anatómico, sino lo que de su anatomía se le escapa al saber del sujeto.

El sujeto no es el del enunciado, como engaña la conciencia, ni tampoco su fragmentación. Habrá sido, los efectos de la articulación en la enunciación, entre diferentes componentes y efectos: el significante que lo representa (S1) puro sin sentido, que toma efecto de sentido por la significación que le otorga el significante que viene del Otro (S2). Que por ese hecho es el que parece "saber" sobre él. No porque sepa nada, sino porque convocado por el S1 le significa un saber. Lo que deja al sujeto dividido entre ambos significantes, y perdiendo un resto que queda sin significar, y que también lo divide, causándolo a seguir eslabonando cadena, parloteo.

En consecuencia, la operación analítica no consiste sólo en recortar y poner en evidencia el S2 cuando se manifiesta a través de cualquiera de las modalidades de enunciación (formaciones del inconsciente, giros discursivos, insistencias significantes, homofonías, insistencias pulsionales en los significantes utilizados, etc.). A través de la lectura de esas producciones, se devela lo inconsciente que se va poniendo de manifiesto, pero también como se posiciona el ser parlante en cuestión. Ello indicará, cual puede ser el posicionamiento más conveniente del analista para la buena marcha de ese análisis.

Lo decisivo está en el funcionamiento del analista en cada sesión. Desde sus conjeturas, construirá la apariencia necesaria para causar el deseo del paciente a analizar-se.

Dicho de otra manera: lo que escuchamos, -siempre son sueños, ficciones, mitos, que el anudamiento borromeico en que el analizante está atrapado teje para su sostén y para historiarse (ubicarse en una historia). Lo hacemos desde nuestro anudamiento. Y cuando las cosas andan bien, habitados por el deseo del analista que nos incita a abstenernos, a no tomar partido y a colaborar con el analizante para que pueda ir caminando su camino, discriminando ideales de objetos. Atendemos en las ficciones que nos narran, las manifestaciones de las enunciaciones inconscientes. Se nos van tejiendo entonces nuestras propias ficciones sobre el analizante. Más aún, -si intentamos rechazarlas. El arte está, en no creer que son la verdadera realidad, y en no rechazarlas. Tomarlas como aproximaciones provisorias que nos indican posicionamiento, semblant conveniente, estrategia probable, táctica conducente.

Finalmente. De las enunciaciones del analizante, es fundamental captar si predomina en su posición, la entrada o no en discurso. Se decía en otras épocas que si no entraba en discurso, era inanalizable. Sin embargo, a muchos incapacitados por su enfermedad para entrar en él, se logra generarles un artificio, un lugar, para que el tratamiento resulte útil, eficaz. Para eso, lo importante es darse cuenta de que forma entra o no en vínculo social. A que tipo de discurso lo hace más habitualmente, a que lugares y en qué funciones. Como es su relación con el falo y la castración, y con su propio valor -imposible de calcular. Lo que lo lleva a responder con valores de uso, como moneda para entrar en el intercambio. También como percibe y se ubica en la "relación que no hay, entre los sexos". Dicho de una manera más sencilla, como percibe y se ubica en las dificultades de relación entre los sexos.

La primacía del significante, sus relaciones paradójicas con los tres registros y la eficacia de nuestra práctica

1) Un alerta En este presente que transitamos, entiendo que estamos ante un desvío con respecto al psicoanálisis que de imponerse, lo lleva a devenir tributario de ideales humanistas y con pretensiones de reformar al yo. Un psicoanálisis que se apartaría de su principal función, el trabajo con lo real, con el deseo y la pulsión, a través de lo simbólico, para que el sujeto quede advertido de que es efecto del Inconsciente. Dicho desvío lleva a un psicoanálisis que dependería del saber referido y no del saber no sabido del hablante- ser. ¿El resultado? Sin lugar a dudas la identificación al saber(?) borromeico del analista. ¿La consecuencia? El reforzamiento de la represión. Nada más que una nueva terapia de la conducta, en estas circunstancias: lacanoide.

2) El Punto en Cuestión.

Reducido a su mínima expresión: creer que el planteo de Lacan sobre la equivalencia borromeica entre los tres registros, voltea su tesis principal sostenida hasta el final de su vida, sobre la primacía del significante. Esto se evidencia en muchos trabajos que se enredan con los piolines del nudo borromeo, al confundir, lo que fue escrito para la mostración (o sea para la culminación de la lectura de lo analizado en la práctica) con lo que funcionaría como causa de esta. Dicha idea, los lleva a recaer en conjeturar sobre los pacientes, desde el saber referencial (lo leído, lo ya sabido, lo enredado) perdiendo de vista el saber textual, o sea, lo trasmitido en los dichos de los analizantes por sus enunciaciones.

3) A mi modo de entender, la diferencia depende de cómo se entienda la categoría: significante. Si se queda con la definición de la Instancia de la letra, se puede creer que lo que Lacan produjo fue sólo un ajuste en la lingüística estructural. Ahora si se lee a la letra, la definición de Los Cuatro Conceptos (sostenida hasta el final de sus días) -"Un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante"-, se captará que se ha salido de la lingüística, para internarse decididamente en el campo del Inconsciente y en consecuencia del psicoanálisis. Lo mismo ocurre con el enriquecimiento del concepto de letra, que va entre La Instancia, y Los Cuatro Conceptos. Entra el sujeto (se entiende que del Inconsciente) como representado, no por una representación (que se resolvería unívocamente, punto a punto con relación a la imagen o el sentido) , sino por un representante, que sólo puede representar con efecto de sentido en tanto otro representante lo signifique. Con la consecuencia lógica de que será representante de... ¿otro sujeto?. No. Al no poder haber dos sujetos del Inconsciente en posiciones distintas en un mismo discurso, hay falla, malentendido, fracaso de comunicación. Pero además, el significante como cualquier otra cosa, no puede no tener potencialidad simbólica, imaginaria y real. Puede funcionar como representante (en tanto solitario = sin sentido). Como representación (la palabra árbol como representación de la imagen árbol). Como vehículo por fracaso, de lo que queda fuera de sentido. Por ejemplo: ¿representación de que imagen? ¿vegetal, arterial, de leva, genealógico etc.) y aún si alguno de esos S2, aclarara, algo se seguiría escapando: ¿está en una radiografía, ecografía, en el cuerpo propiamente dicho, etc., etc.?. Además, quien describió el árbol arterial generó las condiciones para que apareciera el colesterol que ya estaba, y luego las dietas, los medicamentos, -la anorexia, y nuevamente etc.

4) En consecuencia, es por la atadura del hablanteser, no tanto a la palabra como al significante, que el Inconsciente está estructurado como un lenguaje. De ese hecho deriva que la experiencia se le aparezca organizada en tres registros equivalentes, pero subordinados a la primacía del significante. De ahí también, la insistencia de Lacan en sostener la primacía del significante, hasta sus últimos días. Suponerle linealidad a la cadena significante, es en primer lugar no haber sacado las consecuencias necesarias del funcionamiento del lenguaje en dos ejes, sintagmático, y paradigmático, horizontal y vertical, con relaciones diacrónicas y sincrónicas, tan importantes ellas, para entender las funciones de la metáfora y la metonimia. Pero es quedarse además en la definición lingüística, por no interpretar adecuadamente todas las consecuencias derivadas de cómo Lacan termina definiendo al significante. De lo que deriva, que es absolutamente equivocado suponer que Lacan se desprende de la función del discurso. Hay movimiento en los vínculos sociales sólo por vía del discurso. Hay estancamiento e impasse cuando el efecto organización artificial de masa, se sobrepone al discurso. No hay efecto de sentido, ni significación, sin al menos dos lugares -agente y otro- y un significante emitido desde cada uno de ellos, donde el 2 (otro), sabe sobre el 1 (agente). Sabe, no porque sepa, sino porque lo significa. De esa estructura mínima, la condena al malentendido, a ser mal interpretado, a las dificultades de comunicación.

5) Todo esto lleva al valor de la letra. La dialéctica de los hablanteseres se la podría reducir al trabajo causado por lo que en el saber nunca termina de saberse y que no cesa de causar a hablar, amar y trabajar. O sea al par que se establece entre la falta de saber y la búsqueda de saber. Porque lo conocido es conocido a través de las palabras, es que lo desconocido se nos presenta según las leyes del lenguaje. Lo desconocido puede serlo, por que hay un saber que está reprimido, o porque nos hallamos ante un real sobre el que el saber fracasa. De la dialéctica entre ese par, proviene la centralidad de la función del signo, el significante y la letra. Si las mismas quedan veladas y secundarizadas por conjeturas inspiradas en diferentes formas de anudar el nudo borromeo al margen de lo que en las instancias antedichas (letra, significante, signo) haya ocurrido, se pierden las herramientas fundamentales del psicoanálisis y se vuelve al abordaje comprensivo de los pacientes, criticado por Lacan ya desde sus Seminario 1.

6) La ética del psicoanálisis se afirma en primer lugar en como se analiza, en la disposición y el accionar del analista para enfrentar al sujeto con lo real. Pero también en como se trasmite el saber sobre la práctica a quienes se están formando. En esa trasmisión debe haber solidaridad lógica con el objeto (el Inconsciente) en cuestión. La trasmisión debe partir entonces, del trabajo con sus modalidades de presentación y su tetrapartición en Simbólico, Imaginario, Real y objeto a, tal como se termina mostrando a través del fundamento borromeo.

Sergio Rodríguez 19 de junio del 2000



[1] Gracias Emilio (Rodrigué), me permito parafrasearte

[2] La Tercera de Roma

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