Fuera de las perversiones propiamente dichas, es en las melancolías, donde mejor se advierte como el masoquismo funciona como herramienta de dominio. Sobre ellas planteó Freud: –la sombra del objeto perdido cayó sobre el yo. En 1990[1] José Grandinetti agregó: –la sombra del yo cayó sobre el sujeto-. Articulo ambos planteos porque observo: - que la sombra del objeto cayó sobre el yo y éste sobre el sujeto, deteniendo su deslizar debajo de los “cadenudos”[2]. Esa fijación del yo aplastando al sujeto, genera en el melancólico una gran dificultad para aceptar haber perdido lo perdido y que, paradojalmente, nunca tuvo. Posición que si no cede, lo fija narcisística y mortíferamente al tiempo de la pérdida y al deseo de recibir lo no recibido del objeto perdido mientras supuestamente estaba. El resultado es una posición masoquista que lo acerca a la perversión. De la que deriva la viscosidad[3] de la libido del melancólico y su retracción al propio cuerpo, a monofantasías y actos auto y hetero agresivos. A mí, es la entidad con la que me resulta más difícil trabajar. Trato de facilitarles advertir esa impotencia para dar por perdido lo perdido que nunca lograron, pero fantasearon poder llegar a tener. De donde la sobre investidura de dicho objeto. De lograr que lo adviertan, se abre espacio a un desplazamiento hacia otro objeto (entendido como, con posibilidad de poder).También trato de sustraerlos de la posición de hacer de la parte, todo. Posición que los deja capturados en una lógica binaria que se transparenta en la alternación de fases (de la llamada Bipolaridad) y/o en la fijación a una de ellas. Religarse a iglesias, partidos, sindicatos, movimientos de adictos – al alcohol, drogas, comida, juego, etc., cumple muchas veces con esa función. Pero al re-anudar sólo por lo imaginario, no los retira de la lógica binaria típica de los movimientos de masa, las corporaciones artificiales de masa, lo que los mantiene en la esperanza de hacer posible Lo Imposible. Quedan esperando que esos Poderes les den, incluso, cuando se les presentan sádicos. Distinto ocurre cuando re–anudan, en función de una producción propia que les dé un nombre. Sin embargo, les resulta muy difícil asirse a ellas, rápidamente tienden a desilusionarse de las mismas como ocurrió con los que fueron objetos importantes de su mito individual. De ahí la paradoja freudiana: “Por un lado tiene que haber existido una enérgica fijación al objeto erótico; y por otro, en contradicción con la misma, una escasa energía de resistencia de la investidura de objeto”[4]. Temen recibir de sus propias producciones, las mismas “traiciones” que los marcaron en la infancia. Por forclusión de Lo Imposible, exasperan el fantasma neurótico más habitual: engarzarse[5] a alguien parecido a quien les falló, para obligarlo a cumplir. Lo que por supuesto no logran y si lo logran, se desprenden de él, para reiniciar la serie de repeticiones reivindicativas. El goce se les instala, en buscar hacerse objeto del deseo del otro, de ahí la vecindad de las melancolías con las perversiones masoquistas. Para la interfase, tanto Freud como Melanie Klein hablaron de triunfo maníaco sobre el objeto. A mí me parece que durante esos episodios hay sobrecarga del yo por desesperación y retracción de la libido al mismo por pérdida de la esperanza en los otros. La forclusión de Lo Imposible creen superarla, renegando la impotencia.
Prototipos de melancolías: un tipo materno independientemente de las etnias: La vulgarmente descripta como “idishe mame”, suele ser una variante melancólica o melancoloide. Muchos ideales míticos de los humanos son masoquistas: Jesucristo, El Pueblo Judío (El elegido), los islámicos fundamentalistas y sus mártires, el Che Guevara, Julius Fucick entre los comunistas, pisar carbones encendidos en tribus africanas, el culto de la abstinencia en el derecho canónico católico.
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