Voy a contar un cuento de sapos. De un análisis que en lo mejor hizo sapo, lo que llevó a que el analista se quedara con la sensación de también haber hecho sapo, aunque otro, y con la analizante sin saber que hacer con los sapos.
Cierta vez, una ilusionista fue a pedir análisis a un viejo analista.
La aquejaba una situación muy particular. Con regular frecuencia, la llamaba una mujer para contarle lo bien que la pasaba en las actividades sexuales que frecuentemente llevaba a cabo con el Jirafa, sobrenombre del marido de la consultante. En los comienzos de esta situación, la maga no atinó a otra cosa que a interrumpir la llamada y correr a relatarle al Jirafa lo ocurrido. Quien mostró sorpresa e inocencia, lo que a ella no le resultó difícil de creer. Tenía un matrimonio bien avenido, no había razones para sospechar. Las llamadas se tornaron frecuentes y la situación una tortura. La afectada quiso convencer a la otra para que dejara de comunicarse con ella. Imposible. La intrusa aprovechaba para entrar en conversación y contarle los detalles mas tortuosos de los supuestos encuentros.
Ciertos hechos fueron patentizándole al oficiante que los dichos de la señora eran veraces, aunque resultaran inverosímiles. La otra le contaba detalles, ya no sólo de sus relaciones con el Jirafa y de las partes cubiertas del cuerpo de este, sino también de pasos que daba en su cotidianeidad la consultante. El psicoanalista le sugirió (ante una implicación perversa a la hija de la paciente por parte de la voz telefónica) que acudan a un juez para que les intervengan el teléfono y parar la acción de la intrigante. El Jirafa se opuso, las llamadas cesaron. La ilusionista no dudó de su marido.
Mientras, se fue desplegando el relato de otros problemas que afectaban a la consultante. Entre ellos, una poderosa fobia a las aguas. No soportaba, que estuvieran por encima de sus rodillas.
Se recordaba como una niña enamorada de su papá hasta la pubertad. En esa época, este se fue de la casa. Según su recuerdo, no sólo se separó de la esposa sino también, de los hijos. En la medida que se fue desenvolviendo el análisis, narró una enorme dependencia de la madre con respecto a su propia madre. O sea, a la abuela de la paciente. Reconocía en sí, un gran afán de perfección. Retirado el padre de la casa, había tomado a su cargo muchas de las funciones que él ejercitaba. ¡La madre era tan tonta, tan incapaz para las cosas prácticas!
El análisis se fue desplegando muy rápidamente. Soñaba, y trabajaba regularmente esos sueños. Lo mismo ocurría con otras formaciones del inconsciente. Y con el análisis de algunas modalidades de goce. Un mundo se había abierto. Las interpretaciones, relanzaban productivamente su discurso. Por ejemplo: a raíz de un sueño, analizó su rutina sexual. La misma consistía en practicar el coito siempre de la misma manera para que ella pudiera arribar al orgasmo. Tenía que estar encima de él, montarlo. Señalado el significante -montarlo- acudieron una gran cantidad de asociaciones. Sobre la posición de ella jefatureando la familia, a la vez que montándose en ciertos aportes del esposo para el sostenimiento de la casa, particularmente en el terreno monetario. En ese decurso, comenzó a analizar las razones inconscientes de su elección de profesión. Su pasión por velar el saber sobre la verdad. Se produjeron cambios en conductas de la paciente en relación con lo real de su vida. Por ejemplo, acotó sus tendencias altruistas, que reconocían como sustento el inmenso goce narcisístico que le producía su identificación a la función fálica.
En dicho trance soñó lo siguiente. -Iba a un zoológico y cuando llegaba al lugar de las jirafas, encontraba sólo sapos. Se disgustaba y decidía seguir adelante. Llegaba a una hermosa playa con un mar muy sereno y se adentraba en sus profundidades sin ningún temor. Se despertó angustiada.
El psicoanalista, se inquietó. Decidió interpretar igual. No hacerlo, podía resultar peor. Lo identificaría al superyó de la analizante, estimulando la angustia y trabando la continuidad.
-Encontrar sapos en vez del Jirafa, la incita a no quedarse, seguir, y meterse en profundidades que la angustian.
Un silencio denso pobló el consultorio. Después de un rato dijo: esto es muy duro. El analista preguntó: -¿Desacertado?. Ella contestó: -No, pero muy duro.
No quedaba otra, que dar por terminada la sesión.
Dos o tres días después, la ilusionista llamó por teléfono al analista y le dijo que por un tiempo iba a dejar de concurrir. Este le preguntó por qué. Argumentó que no le resultaba soportable. El analista le preguntó si eso estaba relacionado con el último sueño, lo que ella confirmó. Vuelta de él, a preguntarle si estaba en desacuerdo con la interpretación, vuelta de ella a reafirmarla, pero con un comentario agregado. -De seguir por el camino que estaba transitando con el análisis, tendría que tomar decisiones para las que no se encontraba preparada. Que más adelante seguramente iba a volver.
Al analista se le hizo evidente, que momentáneamente no había más que hablar. También se le precipitó el recuerdo del planteo freudiano sobre la viscosidad de la libido. Y las disquisiciones de Lacan sobre el goce y sus relaciones con el deseo. Quedó cavilando sobre la función de resistencia al deseo, que habitando rutinas, el goce suele jugar.
En Inhibición, Síntoma y Angustia, Freud dejó escrito “/... tras cancelar la resistencia yoica, es preciso superar todavía el poder de la compulsión de repetición, la atracción de los arquetipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido; y nada habría que objetar si se quisiese designar ese factor como resistencia de lo inconsciente [i]” Lacan planteó que el inconsciente no resiste, el inconsciente quiere hablar. Lo que es así, como efecto de la causa del deseo y del deseo como causa. Pero en lo citado, Freud plantea lo inconsciente, en referencia a lo constituido por la atracción de los arquetipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido. Articula (según yo lo leo) arquetipos y lo pulsional reprimido, –o sea, modelos particulares, arcaicos y reprimidos de goce.
Los psicoanalistas tenemos que buscar parámetros, que nos permitan orientarnos en situaciones difíciles y que resulten decisivas, para afianzar un tratamiento como psicoanálisis y asegurar que no quede en psicoterapia.
Hago la hipótesis siguiente. Los arquetipos inconscientes de goce aludidos por Freud como causa de la resistencia del ello, son escrituras de un saber hacer inconsciente que guían hábitos del sujeto ante vericuetos de su vida. Como los análisis lo muestran, propician su estar en el mundo, generando la ilusión de ser, a la vez que funcionan como resistencia a deseos inconscientes, que no han podido salir de esa categoría en función de aquella. Abandonar dichas posiciones de goce para las que hay causa, o sea significantes en lo inconsciente, no resulta sencillo. La alternativa planteada por el deseo, que como sabemos está causado por lo que falta y circula entre los significantes, no es sencilla, pues por esas mismas razones, no ha encontrado aún, cuales son los significantes posibles para escribir el acto que lleve lo deseado al terreno del goce. Cuando esa falta de significantes, de causas para un nuevo goce, parece radical, o cuando la valentía del sujeto resulta insuficiente, este no atina a otra salida que refugiarse en su fantasma. En su función de acotar y propiciar el goce a través de la repetición de un saber hacer dentro de los límites que encuadra con una apariencia de objeto, por fuera de la consciencia, y como resistencia a lo fundante del deseo, a su causa, la falta de objeto.
Si advertimos esto, tenemos algunas chances de encontrar una vía contra la resistencia, menos confiada a la intuición o la experiencia, esas funciones tan inasibles y muchas veces engañosas. Tenemos a mano un elemento conjeturable, calculable, más o menos mensurable, como presencia o ausencia de saber hacer inconsciente en el más allá del fantasma que sostuvo la vida hasta entonces. La cuestión del “timming” se libra del almanaque y del reloj, y se integra a la lógica discriminada por Lacan. Dicho de otra manera, de lo que se trata en las ocasiones referidas, es de conjeturar si hay la dotación significante mínima que permita al momento de concluir (interpretación, escansión, intervención) abrir el tiempo de un nuevo acto, para el sujeto en análisis.
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