Seminario “Psicoanalisis y Poesía”
Con Sergio Rodriguez y Hugo Mujica
2006
Con Sergio Rodriguez y Hugo Mujica
2006
Organización: El (Otro) Sur
Desgrabación: Anahí Encina
Revisión y edición: Maria Cristina Moritz
CASSETTE Nº 1 (LADO A)
Presentador: (…) Les damos la bienvenida a nuestros invitados.
Sergio Rodriguez: No sé que pensás Hugo, pero después de lo que dijo la colega me parece que mucho para decir no hay. Bueno, primero obviamente les agradezco la invitación a El (Otro) Sur. Para mi es un placer venir a conversar con ustedes. No es una formula de cortesía ya otras veces se los he dicho, sino que uno de los peligros justamente en relación a la palabra es estar encerrado en un gallinero donde todos digan lo mismo. Entonces, cuando a uno lo invitan de otro gallinero le hacen un favor, la verdad que le hacen un favor.
Fui invitado a hablar sobre la creación poética (…) excederme demasiado, un poco nomás. Después de leer “La nueva Creación en Paraíso Vacío” de Hugo Mujica pensé: ¿y a mi para que me invitan?, él dice mejor de lo que yo lo puedo decir lo que yo quisiera decir. Les recomiendo ese prólogo, a la vez que les digo, que cuando veníamos en el avión ya me advirtió de que es el único libro que él ha modificado bastante. O sea que puede ser que a esta altura, este… pero me pareció muy, muy bueno; y después las poesías donde en varias poesías va tomando justamente la cuestión del acto creador.
Bueno, yo decía: ¿entonces a mi para que me invitan? Corrieron … pero bueno los dados están echados y aquí estoy, haciendo el aguante, como dicen los pibes ahora. Corrieron un riesgo al invitar a un psicoanalista para estos menesteres, que es el de encontrarse con algún hermenéutico capaz de matar y volver aburrido cualquier texto. Algunas experiencias así me lo advirtieron, me refiero: mesas en las que he participado a veces como público como ustedes; otras veces en la mesa y donde los psicoanalistas se ponen a interpretar a los poetas y realmente da ganas de salir corriendo.
¿Qué hago?, y en un ligero prontuario mío recién, les voy a contar yo algo. No sé si ustedes lo sabían pero invitaron a un literato aficionado. Escribo pequeños relatos y deshilachadas poesías con algunas de las cuales alguna vez los torturaré, para tratar de entender algo sobre eso, imposible de entender qué es la creación poética, que yo preferiría tratar bajo la pregunta: ¿Qué impulsa a alguien a tratar de expresarse poéticamente, a gozar escribiendo desde ese género? Para mis escasos conocimientos, gracias a ustedes, ampliado por lo que le leí a Hugo sobre este enigma, voy a tomar a José Hernández que por la boca de Martín Fierro también dijo algo muy bueno cuando payo: “que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria como el ave solitaria con el cantar se consuela, pido a los santos del cielo que ayuden mi pensamiento, les pido en este momento que voy a cantar mi historia me refresquen la memoria y aclaren mi entendimiento, vengan santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda que la lengua se me añuda y se me turba la vista. Pido a Dios que me asista en una ocasión tan ruda”. Luego trataré de analizar estos versos, contradiciendo lo que dije antes.
Con la invitación me obligaron a un flash back sobre mi experiencia como literato escaso para preguntarme por qué, cuándo, había incurrido en eso y por qué no lo sostuve. Les agradezco y les volcaré lo que en ese paneo retro-significador haya advertido. No para ponerme como ejemplo, sino para analizar el único ejemplo que está a mi alcance en sus devenires sobre historias que generaron a un hombre que lo desvelan penas extraordinarias y con el cantar, el relatar y el producir humaradas se desvela. Equívoco…, se consuela, una cosa no quita la otra, sigo develando igual por más consuelo que busque. Cuáles fueron mis primeros escritos. Composición: la vaca, parece que gustaban, siempre me felicitaban y algunos me los hacían leer en actos, la verdad no recuerdo ninguno. Luego en la secundaria por unos pocos pesos escribía cartas de amor para compañeros desesperados que se las mandaban a mujeres renuentes; o sea, las mujeres que amaban. ¿Era solo un mercenario de las letras? El detalle estaba en que yo no me había animado todavía a abordar a ninguna, ni siquiera a las que no se me presentaban huyendo y sufría, sufría mi timidez, aquellas cartas por lo tanto eran las que yo no me animaba a mandar a mis amores. Los dineros, diría un intelectual francés que ustedes conocen, venían por añadidura.
Y después…, después la vida: la práctica revolucionaria, animada supuestamente por otras pasiones que aquellas por las que había escrito para que mandaran mis amigos de la secundaria. Pero en verdad escribía sesudas cartas de amor con formas razonantes, ideológicas e irremisiblemente equivocadas. Sesudas cartas de que aunque ya supiera de mujeres seguí sin conocerlas aunque las tuviera. Parafraseando a Diógenes pregunto, ¿alguno llegó alguna vez a conocer alguna mujer? En cierto punto reapareció la poesía. En esa ocasión 1970, revolucionaria, estaba en Pekín o como ahora finamente llaman Beijing y un funcionario del comité central del partido comunista chino me explicaba por qué no habían apoyado la aventura del Che ya muerto en Bolivia. Yo sabía que todo lo que me decía era absolutamente razonable, yo mismo no había estado de acuerdo con el intento del Che en Bolivia, pero mi corazón dolía y mientras él hablaba y, aprovechándome de que no sabía leer español, escribí una poesía al Che, que a mi me pareció lograda. Lamentablemente quedó en alguno de los muebles de los ´70.
Luego del Psicoanálisis, la escritura Psicoanalítica ocupó el lugar vacío que dejó la escritura militante, muchos libros, -que entre paréntesis me olvidé decirte, yo también tengo libros, muchos libros, artículos, direcciones de revistas, etc.-.
Las poesías, bien gracias, las escribían otros. Sin embargo me seguían horadando las mismas preguntas que me empujaron a militar: ¿Por qué se vive tan mal?, ¿no se podría vivir mejor?, ¿no se podría no pelear por pavadas? De vez en cuando alguna obrita de teatro, algún relato humorístico, casi como diversiones, con toda la plurisemia de esta palabra; diversiones. ¿Por qué no a la inversa? El escrito teórico encubre mucho más la expresión de las propias miserias, el literato nos las hace presente a quienes lo escribimos, nos resulta difícil no advertir que de nosotros hay ahí. Los artistas en el acto creativo son más valientes consigo mismo, se lo traduzcan o no a los otros. Pero frisando el 21, el siglo XXI se abrió lo que estaba casi cerrado, el amor, que no había sido capaz de abrirlo en otros momentos de mi vida, lo pudo en ese. Le perdí el temor a mis carencias, pude hacer con ellas algo que no fuera intentar llenarlas. Lo más impactante para mi fue que esa circunstancia abarcó por lo menos dos tiempos: en el primero, todo giro alrededor de mis pasados presentes o futuros cercanos; pero el segundo, ocurrió luego de una experiencia de entrevista analítica prolongada, en la que Emilio Rodrigué logró producir una articulación entre la poliomielitis que me había afectado a los seis años de edad, a la que se limitaban mis recuerdos más antiguos y el nombre propuesto para mi, para el libro que habíamos escrito con Ricardo Estacolchic; “Pollerudos”. Libro que hablaba sobre casos en la sexualidad masculina, incluido los nuestros, pero con la forma de relatos ficcionados. Desinhibición, amor fracasado y nuevamente ilusionado, amistad, interpretación certera abrieron ampliamente las compuertas que esforzadamente mantenían cerradas lo peor de mi narcisismo. Pero eso y el valor literario mayor o menor que tengan, ¿provienen solo de esotéricas, ocultas, reservadas inspiraciones o en él sedimentaron cuarenta años de escritura en otro género que por metonimia y metáfora velaban a la vez que daban a sospechar enigmas y pasiones que me habitaban?
Nuevamente, ¿sólo esto?, ¿o ahí se entrecruzaron también las diversas vertientes de mis historias personales? Me había tocado presenciar y formar parte de las escenas de fuertes desavenencias en el matrimonio del que fui hijo único por largos seis años, en el que mi padre amaba desesperadamente a mi madre, que no lo amaba, a la vez que soportaba estoicamente –mi madre- las explosiones violentas de ese hombre bueno que efectivamente él era. Ella, maestra sarmientina, hija por vía materna de la hija sorda de un matrimonio de raíz aristocrática, pero en leve y sostenido descenso, en una de las provincias del margen de nuestro país, cuyo abuelo fue secretario de Araoz de la Madrid y luego con Echeverría fundó la liga de Mayo, lo que no impidió que el hijo menor de anarquista a conservador y de ahí a fascista, lo que le facilitó ser gobernador y luego senador, cargo desde el cual impidió el pasaje de su cuñado, el entenado, de teniente coronel a coronel. El padre de mi madre, jefe de regimiento en dicha provincia era un entenado enganchado de soldado raso al ejército para escapar de la familia que lo había acogido.
Mi padre, albañil de por lo menos segunda generación de tales, anarquista hasta la revolución rusa, luego comunista hasta que fue asesinado el hijo de Trotzky. Su padre anarquista, autodidacta interpretaba a Manuel de Falla y a Isaac Albéniz en guitarra de conciertos. Su mujer enviudada de un Juan Antonio Rodríguez, guitarrista y alcohólico, azarosamente se casó con un homónimo, Juan Antonio Rodríguez mi abuelo, con igual virtud de guitarrista sin alcohol pero con violencia. Al primer hijo, mi padre, lo llamó Juan Antonio. ¿Por cuál de los dos previos o por los dos? Podría seguir con mi olimpo familiar, pero solo quería dar una pequeña muestra para que se pudiera advertir que mi familia como la mayoría de las familias fue un conventillo que podría darle letra a don Armando y a don Enrique Santos Discépolo.
Mi padre trató de hacer algo con eso y antes de terminar la primaria, a los 29 años, escribió un libro de poemas que desde el nombre ya es todo un mensaje, como diría Hugo Mujica, si no lo interpreto mal, “de vacío desde el vacío, pasión y búsqueda”, con una firma que indica que lo que quería hacer escuchar era su voz, firmó, Aldo Clamor. Aldo es mi segundo nombre que, usos y costumbres mediáticas y, luego la escritura de mi propio nombre, dejaron caer, o sea, el nombre que él usaba como poeta.
El saber necesario para que un escritor se haga, proviene de prácticas e historias que lo habitan, muchas sin que él lo sepa en su consciente e incluso por fuera de su reservorio inconsciente. De ahí volvamos a Martín Fierro: “Que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria como el ave solitaria, con el cantar se consuela, pido a los santos del cielo que ayuden mi pensamiento, les pido en este momento que voy a cantar mi historia me refresquen la memoria y aclaren mi entendimiento, vengan santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda que la lengua se me añuda y se me turba la vista, pido a Dios que me asista en una ocasión tan ruda”.
La palabra pena, según el diccionario: “castigo impuesto por autoridad legítima, que ha cometido un delito o falta. Cuidado, aflicción o sentimiento interior grande. Dolor, tormento o sentimiento corporal”. O sea, fíjense que por lo tanto en la palabra pena aparece no sólo el dolor sino también el sentimiento de deuda, el sentimiento de culpa. Desvela: “de desvelar, del latín… (Va no importa), quitar, impedir el sueño, no dejar dormir. Poner gran cuidado y atención en lo que uno tiene a su cargo o desea hacer o conseguir. De des y velar, descubrir, poner de manifiesto”. O sea, el Martín Fierro probablemente ha sido uno de nuestros primeros psicoanalistas. Ante la carencia y a soledad radical, con poetizar se consuela. De consolar, descanso y alivio de la pena, molestia o fatiga que aflige y oprime el ánimo, gozo, alegría. Les pido en este momento que voy a cantar mi historia. Siempre el poeta de algún modo canta su historia. Yo leía poesías de Hugo y trataba de averiguar tu historia, por supuesto que no podía averiguar la historia de él ¿verdad?, pero transmite algo que nos sitúa, nos ubica frente a un hombre en relación a su historia.
Me refresquen la memoria y aclaren mi entendimiento, para lo cual necesita convocar a su memoria y leerla con entendimiento. En una ocasión tan ruda, lo cual es cierto, es muy duro, digamos para poder poetizar hay que soportar la rudeza de aquello sobre lo que se quiere hablar. Dice: “pero una ocasión tan ruda que la lengua se me añuda y se me turba la vista”. O sea fíjense que ahí él pone por un lado el tema de lo que le ocurre con voz del poeta. Yo no sé que te pasa a vos Hugo, pero a mi me gusta mucho más escuchar las poesías relatadas por el propio poeta, recitadas por el propio poeta, que por los que se dedican a poner en escena las poesías teatralmente. El peor recuerdo que tengo, acá ninguna de ustedes la conoció, inclusive tal vez el propio Hugo tampoco, fue Berta Singelman, me resultaba insoportable escucharla relatar poesías.
Y entonces dice: “…pido a los santos del cielo que ayuden mi pensamiento, pido a Dios que me asista”. Pide a la forma como él imagina, a lo que nosotros los psicoanalistas llamaríamos Otro con mayúscula y que verdaderamente es el saber que significa a cada palabra con la cual nos queremos hacer representar y que representa el vacío que el poeta quiere transmitir (se). Esta es, si yo no entendí mal, es una de las tesis fundamentales de esa introducción tuya, esta cuestión de cómo el poeta lo que hace es transmitir el vacío de su vacío, y representarlo como tal, o sea no como algo que se resuelve. Bueno, de ahí es que en su momento, hace años, yo había matematizado, lo guardé ahí escondido para que no se nos horrorizara Hugo pero ahora se los voy a mostrar, el discurso del científico, del analista pasando al acto y del verdadero artista. Con esto además estoy diciendo algo, que a mi me parece importante, que es tres oficios aparentemente tan diferentes como el del científico, imagínense cualquiera de las ciencias duras, un físico por ejemplo, me refiero por supuesto a las ciencias básicas, no a las aplicadas. El psicoanalista, que estuvo hablando la colega antes y el poeta, tienen un núcleo común, ese núcleo común es la inquietud que lo desvela, que no deja descansar, para la cual no hay consuelo y que empuja a cada uno a su forma a tratar de producir algo en relación a eso.
Ese matema, para los que entiendan algo de Lacan, nosotros lacaneanos, es esto, si ustedes observan acá está el clivaje del sujeto, ese agujero insondable, irresoluble que está, que a la vez sostiene y hace trabajar al saber, pero que es un saber que no es el saber. Por ejemplo hay mucha gente que va a talleres literarios y me parece bárbaro, realmente uno ve los progresos que hacen gracias a que van a talleres literarios, y reciben un saber que es una herramienta técnica, útil, importante, pero no es solo ese saber es también el saber inconsciente. Por eso yo les contaba el conventillo de mi familia, porque es obvio que cada vez que yo me siento a escribir, algo de eso va apareciendo en lo que yo voy escribiendo. Pero además, hay otro saber que es, tal vez es más importante y que creo es sobre el que habla Hugo y que es ese saber que sabe que está, lo no radicalmente sabido y por lo tanto imposible de saber y sobre lo cual la poesía también trata de trasmitir. Eso opera entonces, sobre el objeto a producir el poeta, el poema, está bien, ahí tuve otro equívoco, el poeta dije en vez del poema, ¿verdad? Pero está bien, porque en verdad el poeta produce a la poesía, es la poesía la que lo produce al poeta. Es su poesía la que produce al poeta y esa poesía sería lo que ahí simbolizamos como S1, como el nuevo significante que es la poesía en si. Bueno, nada más.
HUGO MUJICA: Voy a plantear lo que considero mi estética en realidad, pero a la vez con una modestia extrema, considero que es la base de todas las otras estéticas, que sería planteo de la escucha. Y empiezo con una cita de Heidegger: “El hablar no es simultáneamente sino previamente un escuchar, esta escucha del habla precede también, y del modo más inadvertido a cualquier otra escucha, no solo hablamos el habla, hablamos desde el habla. Somos capaces de ello solamente porque ya desde siempre hemos escuchado el habla. Escuchamos el habla de tal modo que nos dejamos decir su decir, el escuchar es un dejarse decir”.
Voy a tomar como metáfora y como aprendizaje, pero que llamaré la estética del silencio, al tradicional saludo japonés, cuando aún no era mera formalidad sino era una ritualidad. Ese ancestral saludo japonés se articula en tres momentos, tres momentos de un único gesto. Cuando dos personas se encuentran, ambas inclinan la cabeza, por un instante la detienen baja, técnicamente la hunden en la nada, y sumergidos allí, el yo cotidiano se desprende de su ilusorio ego, de su ilusorio yo; vuelve a esa nada y desde esa nada vuelve a surgir, vuelve a erguirse y mira entonces que ya no está enfrentando a él sino quien esta entonces ante él, o sea, aquel que lo recibe como a un igual. Recién entonces el menor de las dos personas espera que el mayor le dirija la palabra, escucha el que debe aprender a escuchar, el que escuchando aprende a responder y recién finalmente responde.
Hay un silencio, una escucha y un hablar. Hablar, cuando no hablamos desde la prisa de un sujeto urgido por decirse a si mismo, ilusorio dueño de su propia habla, es siempre responder. A todo responder antecede primero un silencio y después ese silencio se torna y se abre escucha. Que este gesto, este saludo ritual oriental se repita en cada encuentro, implica que de alguna forma hay que aprenderlo cada vez, hay que recuperarlo en cada encuentro y renovarlo y llevarlo a cada palabra o plasmarlo en cada poema. Implica que siempre y cada vez, un acontecimiento, nunca una repetición; cada vez por única vez, como el milagro o la creación, solo desde ese origen, desde ese silencio cada palabra puede nacer inicial, cada vez puede nombrar por única vez. Me atrevería a pensar, me atrevo y lo digo, que hay así como una estética perenne y es la estética del silencio. No es vanguardia, menos aún estridencia o novedad, sino que es milenaria, antigua, tan antigua como que estaba allí antes de que el nombre hable e incluso antes que el hombre acontezca.
Por millones de años, podríamos decir que la tierra estuvo en silencio, después el hombre apareció, aun no hablante y en ese silencio milenario, dijo sus primeras palabras. Antes sus oídos se dilataron, comulgaban, escuchaban y recién después hablaron, como si en el encuentro de ese silencio y la escucha humana se hubieran engendrado la palabra. Es la estética, la estética de la que les hablo del silencio, o simplemente el ser del silencio que a todo precede, el silencio que pide nuestro silencio para romper el suyo y esa ruptura es el brote de cada palabra, de esa ruptura nace cada decir y emerge cada sentido.
¿Qué dice el silencio? Dice lo que nosotros decimos, lo que poetizamos, lo que no hubiéramos sabido si no lo hubiéramos escrito, pero no lo hubiéramos escrito si de alguna forma el silencio nos lo hubiera inspirado. El silencio pide nuestro callarnos, nuestra escucha para darse a decir, para que lo digamos cuando escribimos, para que lo demos a escuchar a quien lea lo que llegamos a escribir. Me repito, en el silencio el silencio habla, da la palabra y en la palabra, si es la palabra poética, se dé a escuchar. De nuevo llama, resuena, se vuelve a decir en el lector. Por eso en la poesía, cuando es una poesía lograda, las palabras no solo se dicen a ellas, también y sobre todo, dan a escuchar el silencio desde el cual se dicen. Esa es la estética del silencio, suele ser la menos escuchada, quizás porque no es fácil, ni fácil ni gratificante. Pide nada menos que callarnos, que no reflejarnos, nada menos que entregarnos, pide el pudor de lo lento, la desnudez, la intemperie, el recogimiento y la solitaria espera que es el escuchar, eso tanto más basto que el oír. Nos pide nuestro oír y nuestra voz y a cambio nos da su palabra. En nuestra voz oímos su sentido. No está ni en las embriagadas alturas del romanticismo ni en la terrenal facticidad del objetivismo, ni siquiera en las palabras con las que el barroco juega a jugar creando ecos. Todo eso esta allí, todo sale del silencio, de un silencio anterior a todo, todo lo otro siempre es después, todo lo otro es el trueno y no el relámpago, lo iluminado y no la luz. Después de todos al nacer no nacemos hablantes sino que nacemos oyentes, en lo originario en lo antes que saber (…)
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