01 de noviembre de 2007
Para Residentes del hospital Alvarez
El cuerpo del analista tiene cabeza. A veces sirve, a veces no (la cabeza).
Sirve, cuando vibra al compás de lo que escucha, lo que ve, lo que palpa, y como consecuencia: Lo que lee en las letras que trasmite el analizante, de diversas formas. Si así es utilizado, sirve.
¿Cuándo no sirve la cabeza? Cuando la obsesión de ubicar lo que recibe del analizante dentro de esquemas conocidos, le impide encontrarse con el saber por-venir. Tampoco sirve, cuando la rumiación obsesiva instala al analista que fracasa, al postergar (lo que fue traducido como procrastinar) su acto.
A veces con pelo, a veces no, a veces teñido a veces no (el cabello). A veces con implantes capilares algunos varones y de siliconas algunas mujeres (estas, no en la cabeza).
Tiene cara. Lo que es muy importante, pues por más diván que se utilice, el paciente en diversos momentos y oportunidades se la ve, y lee consciente e inconscientemente lo que en ella se dibuje para él. Sea el producto de fantasmas del analista, del paciente o del entrecruzamiento de ellos. Hay caras de las clásicas, tiran a imitar a Freud, barbita, bigote, anteojitos redondos en los más atávicos, a última moda en los más agiornados. Era casi infaltable, la pipa. También están los que les (¿nos?) gusta posar de marginales y rebeldes. Pelos al viento, mirada de: ¡qué me importa la mirada que atraigo!, andar apurado. Los más copiados de Freud, tienen un andar de pasos largos, cansino o lento... ¡vaya a saber! Espalda gibosa, como mostrando al mundo cuanto pesan las miserias neuróticas[1] que diariamente se cargan sobre sus hombros. Debemos tratar que nuestro semblant habitual, no nos obstaculice producir el semblant necesario para causar el deseo de analizarse en cada paciente y su circunstancia. Claro que esto va resultando del pasaje del analista por su análisis. En los comienzos exige mucho más puesta en escena como efecto de elucubraciones concientes y a la medida que el análisis va produciendo efectos desacorazantes, o sea debilitantes de defensas y blasones (rasgos de carácter), se va produciendo imperceptiblemente para el analista en función.
Ellas: bellas, esbeltas provocativas cuando son jóvenes, como la mayoría de las jóvenes y más aún cuando los libros de Freud y los primeros análisis las incitaron a abrir el corral de su libido. Pasados los años, los kilos solieron hacer su obra y no siempre con el estilo de Botero[2]. Cada kilo que suben, agregan alguna pulsera o collar a las muchas que ya llevan y algún color en sus ropas, que de jóvenes no se animaban a usar. En estos últimos 10, 15 años, se han agregado las cirugías estéticas y las siliconas. A veces bien, a veces mal, Mirta Legrand y Ernestina Herrera de Noble, muestran. Claro que no todas se hacen tantas operaciones. También hay señoras que mantienen su compostura y se ubican en la edad que portan cuando eligen vestimentas. Algún buen análisis las ha ido ayudando a hacer un duelo adecuado por lo que va perdiendo su cuerpo. Además, si anduvo bien, les facilitó descubrir que con el paso de los años se pierde en el cuerpo y se puede ganar en otros terrenos.
Los hombres nos apretamos el cinturón lo más que podemos. Y corremos, algunos en Palermo, otros siempre en el mismo lugar, la cinta del Gym o de la casa. Resulta curioso correr para no avanzar y sí, retroceder en kilos y colesterol. Casi suena metafórico. En fin, como dice la cueca, el cuerpo de los analistas: casas más, casas menos, ¡igualito que el de los demás! Con algunos rasgos del oficio: 8, 10 horas sentados, oyendo sobre el dolor de existir, y recordando el propio si se lo había olvidado.
Entonces, el pasaje de los años incide en nuestra imagen cosa a tener en cuenta en el movimiento de semblanteo. Incide también en lo que va agregando, si es analizada, de experiencia y como consecuencia de habilidades de “cintura” en el trabajo.
A sabiendas o no, siempre funciona como herramienta.
El hombre de las ratas se cruzó con Ana al entrar a una sesión. Para lo simbólico de Pablo Lorenz, ella formaba parte del cuerpo de Herr Doctor. Esa noche soñó con unos lentes de bosta. La ambición anal tomó como resto diurno al síntoma de Freud[3]. Emilio Rodrigué en su biografía de Freud, ubica a Ana Freud como síntoma del fundador y yo agregaría, y de la fundación. Y al psicoanálisis como sinthôme de don Sigmund. Otra vez, el Dr. le convidó té con arenques y el paciente soñó un coito con la señorita de ano a ano, ejecutado con un falo de arenques fecales. Fueron dos de los sueños más importantes del Hombre de las ratas. En ambos, el cuerpo de Freud estuvo presente metonímica y metafóricamente.
Recuerdo un analista que fundamentándose en la abstinencia y le neutralidad analíticas me criticaba mi consultorio por estar poblado de máscaras, fotos y cuadros. El de él, tenía las paredes blancas sin un solo adorno, al igual que las mesitas y demás muebles. Eso sí, no faltaba la poblada biblioteca con las obras completas de Freud, Lacan, Melanie Klein y muchos otros libros de autores psicoanalíticos, más varios de ficción y filosofía. Le hice observar que sus paredes blancas y sus libros, daban tanta o más información sobre él, que sobre mí el aquelarre que puebla mi consultorio. Y en ambos, para bien y para mal. Piezas del aquelarre han jugado funciones importantes en sueños y otras formaciones del Inconsciente de muchos que se analizan o analizaron conmigo. Recuerdo un señor empresario muy serio y creyente religioso que me habían derivado. Se sentó frente a mí y comenzó a contarme sus cuitas de amor. Más de 60 años, siempre había sido estrictamente fiel y monógamo. Pues bien, a la vejez, viruela. Estaba perdidamente enamorado de una joven secretaria, lo que lo desesperaba, pues él quería a su esposa, hijos, familia y no quería tener ningún traspié que pusiera en peligro esos vínculos. Estaba convencido de que estaba loco. Ya Freud decía en Psicología de las masas y análisis del yo que el enamoramiento es un estado de psicosis transitoria (¿Habrá sido por su experiencia con Lou Andrea Salomé[4]) Bueno, pues este señor estaba absolutamente convencido que había enloquecido. En un momento tengo que salir un instante y cuando vuelvo me dice: -Mire doctor, lo estuve pensando y yo con usted no me puedo analizar, si usted tiene tantas máscaras no puede arreglar mi locura. Tenía su razón, él quería desenmascararse y suponía que alguien tan afecto a las máscaras no lograría hacerlo. Era la primer entrevista, demasiado temprano para decírselo, así que opté por darle la mano y no resistirme a que buscara un analista serio o sea, con máscaras en su práctica que convocara más fácilmente la creencia, que era adepto a desenmascarar. La transferencia, que en los comienzos de su ir instalándose, puede ir haciéndolo de una manera imaginariamente real, suele tomar fuertemente como referencia: lo que los ojos creen ver en la mirada que mira, las vestiduras, los gestos, la respiración, la escenografía del consultorio; los oídos en la voz y las palabras que oye o que no escucha, etc. del candidato a psicoanalista. Están los analistas que dan tímidamente la mano, casi como un colgajo, los que aprietan fuerte, los que aceptan besitos y los que no, lo mismo que con el tuteo, etc. Ya en situación, los que creen convenientes prolongados silencios iniciales interrumpidos a lo sumo por un carraspeo (son humanos) o con uno o dos: ajá. Cada uno de esos estilos, que en algunos son simples inhibiciones evitativas, produce efectos en quien consulta: fugas, desbloqueos, idealizaciones, etc. Lo importante no reside en, -a que molde responder-, sino en estar atento a observar que semblante, que apariencia se está portando, para adecuarlos según las reacciones que van produciendo en quien consulta. Lo que hay que buscar es que la transferencia se instale, para en su análisis, ir destituyéndola y curando al ser parlante que reclama eso de nosotros. Habrá que ir atravesando lo imaginario, el engaño de la mirada, del oído y la piel, para que lo simbólico, especialmente lo significante (lo que representa un sujeto para otro significante[5]) convocado por la letra, horade lo real, reordene el goce, acercándolo a los deseos del analizante en vez de obstaculizarlos.
El que demanda tratamiento, también se nos aparece.
Nosotros los psicoanalistas también somos parletres, a pesar de aquellas/os que se empeñan en disimularlo tras los oropeles de erudiciones universitarias (profundamente humanas y simuladoras). Sufrimos lo mismo y de lo mismo que nuestros analizantes: la castración del lenguaje y sus consecuencias. Ergo, en los primeros encuentros y a partir de ellos en todos, nos encontramos con desconocidos disimulados tras sus propios semblanteos. El SsS se instala entre ambos partenaires. Tratamos de ir leyendo en cada enunciación el efecto sujeto dividido que la misma produce, para comunicársela si estamos en tiempo adecuado y si nuestra propia división no nos impidió escucharlas y/o leerlas.
Dicha operatoria se produce a partir de como se encadena en cada circunstancia nuestro nudo de cuatro[6], con el del analizante. De ahí que no sea poco común que la mejor interpretación y/o operación[7] provenga de alguna formación del Inconsciente del analista. El deseo del analista la vehicula y le da «punch». También, para que poco a poco, golpe a golpe[8], repetición a repetición, podamos ir construyendo las escenas fantasmáticas que soportan los deseos de cada analizante. Nuestro yo quedará en «stand by» sí y sólo sí, nos dejamos llevar como objetos a por dicha articulación entre los dos nudos. Se producirá entonces, entre analista y analizante un tercer anudamiento al que contribuirá decisivamente cada 4º nudo, poniendo en escena el encadenamiento correspondiente a ese instante de dicho análisis, su semblante en ese momento.
Esta cuestión es la que le da la relevancia que tiene, al análisis del analista. Da la máxima posibilidad para que el encadenamiento no se produzca entre síntomas del analizante y del analista, sino entre sínthomes del analista y síntomas del analizante, facilitando las condiciones de posibilidad para que opere el discurso del psicoanalista según el cual en el lugar del agente operará el semblante del analista ajustado a la causa del deseo del analizante.
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S2 S1
De tal manera
Cuando ha funcionado bien y mas cerca ha llegado de su final, el inconsciente del analista y la estructuración borromeica que atrapa su ser de objeto a, queda en mejores condiciones de posibilidad para que curse el deseo del analista, semblantee la causa del deseo del analizante y dirija la actividad en la cura. Suele ser lo más habitual que para que ello ocurra, el analista ha debido visitar a más de un analista para su propia cura.
Se puede así, como efecto de lo real de la situación analítica, tamizada por la relación del analista con su inconsciente y su anudamiento según las condiciones de posibilidad en que lo dejaron los análisis cursados, posicionarse debidamente en el discurso de analista.
La vieja metáfora que planteo freud de que el analista tiene que funcionar de espejo para las protecciones del paciente, conserva todo su vigor si la tomamos como tal y no como una metonimia. ¿Qué quiero decir con esto? En primer lugar que es imposible que el cuerpo del analista funcione como un vidrio plateado que refleje sin más ni más, La imagen invertida de la periferia del paciente. La dotación pulsional del psicoanalista, sus relaciones con goces diversos, los deseos que lo habitan entrecruzándose con el deseo del analista, hacen de él un ser hablante con un cuerpo de carne y hueso que ningún análisis transforma en una gota pura de simbólico, como le gustaba ironizar a Ricardo Estacolchic. En el seminario. Libro 1 Lacan Planteó, exagerando, pero por reducción a lo fundamental que no había otra resistencia que la del psicoanalista. Luego en seminarios sucesivos habló de las resistencias del yo, del discurso, del goce, incluida la del significante y de las del superyó en los analizantes. Pero todas ellas pueden hacerse presentes también en el analista y muchas veces a través de su cuerpo y no solo de sus palabras. Por ejemplo, un corte prematuro o de alargamiento perjudicial de una sesión o de un análisis, pueden estar dando indicio de ansiedad, hasta de angustia y a veces del embelesamiento del oficiante, ante una presencia demasiado real del síntoma o un rasgo de carácter del analizante o de una presencia imaginariamente cautivante. También, de un odio renegado hacia el mismo o hacia alguna posición sacrificial del ser hablante en cuestión, en relación al (O) otro. De la misma manera, el olvido de la cita para una entreviste o sesión. O un tropiezo con el vuelco de alguna infusión sobre el/la paciente. Recuerdo que una vez, hace muchos años, atendía a un joven marginal y homosexual por quien había tomado una simpatía que me empujaba a “buscar su salvación”. Su horario era el de las 15hs. Llegue a mi consultorio a eso de las 14hs. Y me pegue un baño. Cuando eran las 14.30 sonó el timbre, yo ya me había bañado, secado y me estaba peinando. Pensé que era una persona de mi conocimiento. Me puse la toalla como un taparrabo y cual no seria mi sorpresa al encontrarme con la presencia de dicho paciendo. Lo hice pasar a la sala de espera, termine de vestirme y desarrollamos la sesión en la que apareció un recuerdo infantil, cuatro años de edad, en el que el padre le pintaba las uñas y peinaba las pestañas y las cejas. Ese mismo padre era el que lo había traído a la primera consulta. Evidentemente el cuerpo del analista opero, como resistencia y como intervención. El resultado fue favorable pero podría no haberlo sido. ¿Qué madeja de fantasías inconscientes lo había hecho a el adelantar su llegada y a mi recibirlo en esas condiciones? Solo conocemos la que emergió a través del relato sobre esos hábitos del padre. Pero lo que es evidente que la escena disparo el recuerdo, aunque tal vez lo no evidente haya funcionado disparando la escena desde el campo de la causa: ese padre perdido, ya que ahora se oponía a lo que había cultivado.
Por suerte el cuerpo del analista tiene pies. Y los pies suelen tropezar. Tal vez por eso Lacan solía decir que pensaba con los pies.
[1] Freud: Nuevos caminos de la terapia psicoanlítica
[2] El artista plástico colombiano
[3] Ver Freud en el siglo, la biografía del fundador, escrita por Emilio Rodrigué
[4] ver: Cartas
[5] Lacan desde Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis
[6] Imaginario, Simbólico, real y sinthome.
[7] Me parece un significante más adecuado
[8] Como dice Miguel Hernández a través de la voz del entrañable Joan Manuel Serrat
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