Sección: Televisión y Medios Masivos de Comunicación
(O, de la Vergonzante Soledad Urbana -en Multitud)
Llegando Navidad, hace estricta y sajonamente 5 años, en Hamburgo, Wolfgang perdía no sólo la vida, sino también su patronímico. Sus restos fueron púdicamente rebautizados (por lo menos para los medios masivos de comunicación) y por todo apellido pasó a llevar solamente una D. ¿Vergüenza de la caja boba por el primer fusilamiento por rayos catódicos que registra la historia?. La guía de televisión en la mano indicó su última lectura, en el vestíbulo de la Parca. “No hubo amigos ni familiares ni conocidos que notaran que faltaba Wolfgang. Lo buscaron por un asunto de dinero; la madre que pagaba silenciosamente todas las cuentas, murió[1]”
Wolfgang alguna vez dejó el ejército en el que militó cuatro años para casarse con Waltraub, la joven austríaca que lo supo enamorar. Se quedó a vivir con ella en su pueblito, pero no se acostumbró. Su mamá y Hamburgo –sus grandes ciudades de los orígenes- lo llamaban. Allí fue, y Waltraub detrás de él. Hasta que ella se aburrió, y se volvió a donde crecían las violetas de los Alpes. Él se quedó con la mamá, el televisor y ese enorme puerto, del que no se podía ir. Luego, una operación que le invalidó el sobrestimado cuerpo, las muletas, el alcohol (-igual que tu padre le increpaba la madre) y otra vez la televisión, hasta después morir. Su cuerpo solo, desecado y reducido al esqueleto en el sillón, era la imagen misma de la desolación y del darse a ser devorado. La madre no averiguó, siguió pagando sus cuentas hasta también morir. La televisión siguió emitiendo, también hasta morir. No hay que dejar deudas chicas, hubiera dicho don Lisandro de la Torre. Los vecinos, ni registraron. Uno... a lo sumo, quiso creer que estaba en un geriátrico. Geriátrico: caja de seguridad en que se arrumban los viejos guardados en caución hasta que la muerte los repare.
En el otro extremo, Hollywood alumbra una megafantasía. Un director y productor de televisión compra un niño y desde el vientre lo filma continuamente. Es el más grande y veraz reality show que se haya hecho nunca. Una ciudad de plástico... ¿hay alguna en Estados Unidos que no lo sea? Un cielo de cartón pintado, una multitud de extras y algunos buenos actores le dan contexto a la vida de Truman (¿casualmente el mismo apellido del presidente norteamericano que inició la guerra fría, en los finales de los 40?) Él, el único real, era el que más parecía un actor. Los actores, los más reales. Los televidentes, los más atrapados. El director -prisionero de su creación. Y este, inocente títere, hasta que sospecha sobre la existencia de un complot, que casas más, casas menos, los psicoanalistas, psiquiatras y otras yerbas, escuchamos cotidianamente como delirio. Truman, horrendamente solo, transcurre acompañado por una maraña de actores y personal técnico que le arma la vida, mientras la multitud aúlla, se identifica, lo juzga, opina, pide por él y para él. Mientras, se rebela solo, quiere huir y arriesga morir. Finalmente la cuestión era sencilla, abrir una puerta en el decorado, y salir. ¿Era sencilla? ¿Salir a donde? Del otro lado, fuera de la escena, un agujero negro. Todos gritan, se emocionan y se abrazan, cuando decide y se va. Pero... ¿a dónde se fue?. Todos gritan y aplauden porque el que arriesga es él. Ellos, sin excepción, quedan en sus rutinas, chupeteando TELEVISIÓN.
El cruce entre el hecho real de un muerto sentado cinco años frente a su televisor sin que nadie lo eche de menos o lo huela (hay demasiado olor a podrido, como para percibir el de un simple cadáver) y la ficción de un criado por la TV para el puro goce de su creador, sus patrones, el personal técnico y sus espectadores, es una enorme y maravillosa metáfora sobre la Cultura. ¿Sobre la de estos fines de siglo, como gustan maullar los seguidores de modas tan antiguas como el milenarismo cristiano? Convengamos que ambos acontecimientos tienen el aderezo particular que otorga la tecnología. Pero como estructura formal, ¿es una novedad, que LA MADRE, si no hay otro falo que le trabe las mandíbulas, no pueda evitar el goce de devorarse a su tierno bebé? ¿Es novedad, que todos estemos presos de una estructura de la que somos las piezas que le da vida? ¿Es novedad que la realidad sea ficcional, y la ficción resulte real? ¿Es novedoso que la masa se dé a ser chupada? ¿Sólo en estos finales de siglo ocurre que la mayoría de los sujetos no acudan a la cita con su responsabilidad?
La pregunta es: ¿quién o qué, le pondrá el cascabel al gato y el límite a la televisión? O en nombre de la omnímoda libertad de expresión (para las grandes corporaciones –las únicas con poder para ejercerla) seguirá expandiéndose la más inmensa hipnosis que nunca se haya puesto in- mundo.
[1] Clarin Viernes 20 de noviembre de 1988
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario