03 marzo 1992
Las palabras del primer ministro Japonés Miyazawa, luego desdichas, sobre la ociosidad y la incapacidad laboral del trabajador norteamericano tuvieron la virtud, después de tantos años en que el Establishment hizo suponer que todo se trataba de tecnología, de volver a colocar en el centro del debate económico la cuestión de la fuerza de trabajo. Lo obvio, que no hay cadena de producción que por lo menos en su inicio no tenga un cerebro y manos humanas que la comanden, queda expuesto nuevamente gracias al señor Miyazawa. Lo que también queda a la vista es que la ideología hegemónica en el mundo actual, el eficientismo, supone que lo que mas le conviene alas sociedades es apretar todas las tuercas en pro de mejorar la productividad. Como las tuercas fundamentales que constituyen la fuerza de trabajo son la materia gris y el músculo, el "ajuste" mundial de la economía y su cavallesca versión argentina se centra en lograr que la gente trabaje cada vez más, mejor y por menos dinero. Y ahí salta a la vista lo que causa el deseo de los dueños del ajuste, sean japoneses, norteamericanos, europeos occidentales/orientales o "argies", apenas encubierto por expresiones como "optimización de los beneficios o tasa de la mayor ganancia". El objeto está en extremar la plusvalía que se extrae al productor aunque eso derive en un evidente deterioro en las condiciones de vida del género humano. Y me refiero no sólo a lo mas visible, la conformación de sociedades duales en las que la marginación degrada aceleradamente, pudriendo los lazos de solidaridad, llevando al enfrentamiento y el sacrificio a las jóvenes generaciones y a los pobres en general (ver el film Los dueños de la calle).
También caen degradados los amos que queman en la pira de la libre competencia sus propias vidas, la relación con sus familias, su tiempo, su calidad de vida. Tomados en el engranaje de que su empresa o negocio debe ser el mas "eficiente" para no desaparecer a manos del otro, "sacrifican" sus vidas haciendo hasta de las horas de esparcimiento, horas de trabajo en "relaciones públicas", no usando la multitud de objetos para el confort por falta de tiempo y haciendo de los suntuarios nada más que tarjeta de presentación para ganar posiciones en el "libre mercado".Drogas y sexo funcionan de combustible y aturdimiento para seguir en carrera hacia un desenlace que tipo Maxwell Taylor o no, en el minuto del final, si alcanzan a mirar hacia atrás, los encuentra con que la tensión gozosa de sus cuerpos no fue más que, principalmente, expresión del jadeante seguimiento de los números de las bolsas de valores planetarizados al segundo por satélites y fax. De la calidad de vida de los trabajadores en relación de dependencia, ni hablemos.
Las sociedades, funcionan como efecto de que los deseos de los sujetos para efectivizarse necesitan de la red cultural en que ellas se sostienen y que irremisiblemente se vehiculiza a través del Otro, de los ideales bajo los que se ordena. A la vez los deseos se originan en lo que aparece como faltante. En la cultura industrial y pos-tindustrial, que merced al desarrollo tecnológico multiplicó geométricamente la capacidad productiva del animal humano, aparece como insuficiente la productividad. La paradoja lo que evidencia, es que esa falta no está referida a la productividad, sino a una Cultura que ordena al deseo buscando obtener el mayor beneficio para los amos. En esas circunstancias, la productividad siempre va a resultar insuficiente.
¿Esta locura productivista es una condena ad eternum para la humanidad? No se puede saberlo. Las irracionalidades del accionar humano no hay pedagogía que las corrija, como la historia lo muestra abundantemente. Cuando se producen cambios, resultan de efectos imprevistos de modificaciones en la Cultura que forjan nuevas condiciones en la estructura ordenadora del deseo exigiendo decisiones e ideales nuevos a sus sujetos. La invención de la máquina posibilitó asentar el ideal de la tasa de la mayor ganancia que significó un inmenso reordenamiento cultural y subjetivo.
Hay síntomas sociales que abren alguna cuota de esperanza. Por ejemplo el "Flower power" -hippismo de los 60- o la aparición y expansión del ecologismo en los 70/80.Junto a la crisis en los lazos familiares, de amistad, de vida en sociedad, del cuidado del descanso y del propio cuerpo, metaforizan que falta calidad de vida. En estas circunstancias, denunciar al ideal "eficientista" puede ir estando en tiempo, y tomar el valor de interpretación ya que el malestar tampoco perdona a las "alturas".
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