Desde que el poder, pasó a depender más de la opinión pública que de las armas, a los políticos se les fue tornando cada vez más importante volverse reconocibles. Votos son amores. Por eso, que sean “figuritas repetidas en televisión, no sorprende.
En cambio maravilla, que esa pasión haya capturado a muchos jueces de la Nación.
Ellos, de imagen tan austera y republicana hasta hace poco tiempo, no resisten la tentación de que la cámara los exhiba. ¿A que se debe el cambio?
Algunas hipótesis.
De aquella imagen dependía la efectividad de la Justicia. De guardar distancia de la masa. Lo que la sacralizaba desencarnando a sus ejecutores, indiferenciandolos de la letra de las leyes que debían aplicar. Eran casi, Se podría decir: -casi se transformaban en la encarnación misma de la ley. De lo que dependía su “buen nombre y honor” y su amor propio.
Ahora se cruzan otras variables. Sociedad de masas (número, concentración, indiferenciación, desconocimiento) hacen que el “nombre” ya no alcance. Entonces se mete la omnipresencia de la TV asegurándole imagen al “nombre”A lo que se suma, que la sola existencia de los medios -verdaderamente masivos- hace que la resolución de juicios de resonancia y el futuro de sus jueces, dependan mucho de la opinión pública. La batalla judicial se extiende a los sets televisivos. Más aún, desde la vigencia de los juicios orales y públicos. Agreguémosle que para varios ex-integrantes del poder judicial, que pueden estar haciendo escuela, la carrera no terminó en las dignidades más altas del mismo, sino en estudios jurídicos provistos de clientes de buen “target”, en el poder político, o en directorios de empresas poderosas (para todos los cuales, un minuto de publicidad televisiva es altamente rentable).
Finalmente: como todos, extrañan el barrio aquel en el que los vecinos los reconocían y los saludaban. En pantalla, a los más modestos, la televisión les devuelve ese goce. A los otros, la ilusión (a veces el medio) de ir a la “pole position”.
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