Clase 11 – 2do. Módulo
05 de Diciembre del 2000
La posición de analista en los inicios del tratamiento...
La posición de analista en los inicios del tratamiento de sujetos posicionados de tal manera que la función del significante y la letra, resultan insoportables.
Mérito, de los que nos soportaron un año entero. Probablemente el nuestro haya sido el único seminario durante el 2000, o uno de los pocos, que se desplegó a través de un trabajo semanal de todo un año en la Capital Federal. Lo general es haberlos acortado a un cuatrimestre o hasta un trimestre o bimestre. Estos acortamientos son un nuevo síntoma en la formación de los psicoanalistas. Se despliega una tendencia que es absolutamente mayoritaria, cuya obsesión consiste en ahorrar cada vez más. Podríamos llamarla: El psicoanálisis de todo por dos pesos. Atraviesa a todas las instituciones y por supuesto también a los no institucionalizados. Quienes forman parte de ella, buscan los analistas más baratos, estar el menor tiempo posible en análisis (lo que implica surfearlo), no pagar por el análisis de control (suplantándolo con las supervisiones colectivas en las instituciones hospitalarias, públicas o privadas) y hacer cursos o seminarios cortos y gratuitos, a menos que formen parte de un postgrado que les de puntaje para entrar a algún fantaseado cargo rentado. Las condiciones que hicieron posible el desarrollo de esta corriente empobrecedora de los psicoanalistas y del psicoanálisis, han sido, en primer lugar, de índole económica. El progresivo deterioro de las capas medias nos ha afectado también a los psicoanalistas. Pero no ha sido lo único. Ha contribuido también el explosivo aumento del índice de colegas en condiciones académicas de enseñar Freud, Lacan, Miller y otros autores que concitan interés. Pero sabrán distinguir ustedes entre condiciones académicas y condiciones psicoanalíticas. Pero no es lo único, también ha contribuido la banalización obsesiva a la que la enseñanza del psicoanálisis ha sido sometida en las instituciones de la IPA. Pero tampoco fue lo único; también han contribuido por descarte quienes hicieron de la sesión breve, como ellos la llaman, un nuevo pattern. Generan la ilusión de que hay analistas que atienden 10’ y cobran en términos absolutos mucho menos que los que siguen el tiempo que rige la lógica del inconsciente del sujeto en cuestión, en esa única, e irrepetible sesión. Pero cuando se llega al balance final, ese supuesto analista ha cobrado mucho más con la suma de los seis que atendió en una hora y el paciente ha pagado mucho más, porque ha pagado con quedar tan refractario a su inconsciente, y por ende al de los demás, como lo estaba cuando eligió a ese analista.
Mérito, de los que nos soportaron un año entero. Probablemente el nuestro haya sido el único seminario durante el 2000, o uno de los pocos, que se desplegó a través de un trabajo semanal de todo un año en la Capital Federal. Lo general es haberlos acortado a un cuatrimestre o hasta un trimestre o bimestre. Estos acortamientos son un nuevo síntoma en la formación de los psicoanalistas. Se despliega una tendencia que es absolutamente mayoritaria, cuya obsesión consiste en ahorrar cada vez más. Podríamos llamarla: El psicoanálisis de todo por dos pesos. Atraviesa a todas las instituciones y por supuesto también a los no institucionalizados. Quienes forman parte de ella, buscan los analistas más baratos, estar el menor tiempo posible en análisis (lo que implica surfearlo), no pagar por el análisis de control (suplantándolo con las supervisiones colectivas en las instituciones hospitalarias, públicas o privadas) y hacer cursos o seminarios cortos y gratuitos, a menos que formen parte de un postgrado que les de puntaje para entrar a algún fantaseado cargo rentado. Las condiciones que hicieron posible el desarrollo de esta corriente empobrecedora de los psicoanalistas y del psicoanálisis, han sido, en primer lugar, de índole económica. El progresivo deterioro de las capas medias nos ha afectado también a los psicoanalistas. Pero no ha sido lo único. Ha contribuido también el explosivo aumento del índice de colegas en condiciones académicas de enseñar Freud, Lacan, Miller y otros autores que concitan interés. Pero sabrán distinguir ustedes entre condiciones académicas y condiciones psicoanalíticas. Pero no es lo único, también ha contribuido la banalización obsesiva a la que la enseñanza del psicoanálisis ha sido sometida en las instituciones de la IPA. Pero tampoco fue lo único; también han contribuido por descarte quienes hicieron de la sesión breve, como ellos la llaman, un nuevo pattern. Generan la ilusión de que hay analistas que atienden 10’ y cobran en términos absolutos mucho menos que los que siguen el tiempo que rige la lógica del inconsciente del sujeto en cuestión, en esa única, e irrepetible sesión. Pero cuando se llega al balance final, ese supuesto analista ha cobrado mucho más con la suma de los seis que atendió en una hora y el paciente ha pagado mucho más, porque ha pagado con quedar tan refractario a su inconsciente, y por ende al de los demás, como lo estaba cuando eligió a ese analista.
En este punto advierto, que esa tendencia del psicoanálisis ha quedado identificada a los nuevos ideales de la Cultura: hacerle creer al cliente (o sea al yo) que se hace lo que él quiere, para extraerle mejor la plusvalía hasta desollarlo vivo. Ustedes dirán: “se equivocó Rodríguez, la plusvalía se le extrae al trabajador, no al cliente”. Lo que ocurre es que el capitalismo actual hace trabajar al cliente: piensen que son ustedes los peones que recorren las góndolas de los supermercados con los carritos, o los que pierden horas tratando que las telefónicas o las tarjetas corrijan el ¿error? de factura. “Pero Rodríguez... igual se equivoca, ya Lacan nos decía que el análisis es el único lugar en el que paga el que trabaja”. Pues esa fue una de las tantas boutades de Lacan. El sabía en su propio cuerpo y alma cómo trabaja el analista. Pero fundamentalmente sabía, que justamente por la existencia de la plusvalía, del plus de goce, el que más paga, siempre es el trabajador. El capitalismo actual ha convencido a los trabajadores, o sea los que no han quedado excluidos, de que ellos son consumidores. Con lo que les velan, que no son más que clientes, y les han hecho creer que son los reyes, cuando resultan ser solamente, nuevas formas de alienación al discurso del amo, o sea del inconsciente. Pero que en este caso los tiene a ellos, los amos, como únicos sujetos que agencian la marcha de las cosas. Dicha identificación de esa tendencia del psicoanálisis a los actuales ideales de la Cultura, conduce al psicoanálisis a una degradación equivalente a la que sufre la misma, como la sufrió en su momento la decadencia del imperio romano. Ustedes, que trabajaron investigando psicoanalíticamente, con entusiasmo y pasión, tal como las jornadas lo dejaron patente, no forman parte de esa corriente. Luchan como pueden, por no dejarse aplastar por el espíritu de la época, híbrido transgénico de perverso, con idiota profundo.
Les informo algunas cosas antes de empezar con la clase. El año que viene no pensaba dictar seminario. Una sugerencia del departamento de postgrado de la carrera de Psicología de la Facultad de Humanidades de La Plata, nos hará llevar allá, durante el primer semestre un condensado del que ustedes cursaron. Mi idea era y es, en eso estamos, armar un grupo de investigación sobre las formas particulares de la forclusión en cada una de las llamadas psicosis. Partiremos en consecuencia de dar por cierta la tesis lacaniana con antecedentes freudianos, sobre la forclusión del N del P en la paranoia. Investigaremos también sobre las condiciones que hacen que ocurra que prácticas que en algunos casos hacen de cuarto nudo, en otros, empujan los desencadenamientos. Llevaremos adelante este trabajo articulándolo al estudio de zonas vecinas (psicosomáticas, delincuencia, niños y psicosis). Como método nos apoyaremos en la investigación bibliográfica no reducida a la producción lacaniana y la lectura colectiva de casos clínicos, con la anotación de observaciones y la discriminación, si la encontráramos, de series de hallazgos. Pretendo que trabajemos unos tres años, con presentaciones públicas cada seis meses para desembocar en producir un buen libro. Ya hay unos 16 colegas que se han agrupado a invitación mía. Si a alguno de ustedes le interesara participar, plantéemelo, le tomaré una entrevista y si presenta lo que a mí me parecen requisitos mínimos, será aceptado.
Seguiremos adelante con la revista, que ya anda con un promedio de 8000 entradas por número. La revista auspiciará a aquellos editores y colaboradores que se decidan a dictar seminarios, grupos de estudio u otras formas de enseñanza. Tienen en sus manos una primer interesantísima propuesta a la que convocan Laura Lueiro y Silvia Sisto. Es mi anhelo que lleguen otras. De ocurrir se los haremos saber.
La clase. Los que quieran acceder a la desgrabación, háganselo saber hoy a los coordinadores pues la imprimiremos a pedido, y a través de ellos las haremos llegar, al precio habitual.
El título de la clase de hoy es: La posición del analista en los inicios del tratamiento de sujetos posicionados de tal manera, que la función del significante y la letra le resultan insoportables.
Después de todo lo que han escuchado durante el año, no me siento en condiciones de agregar demasiado. Laura, Oscar, Lidia, Sara, Silvia, hicieron alusión en sus clases a lo atinente a este tema, desde las particularidades de las patologías de las que se ocuparon.
Relataré algunas experiencias, una de ellas en curso, y en la evaluación de las mismas iré desgranando algo.
Voy a la primera de estas experiencias, como se imaginarán un poco disfrazada ficcionalmente. Recibo un llamado de una pareja de padres de las capas medias acomodadas, que me piden una entrevista. El padre era un oficial de la policía, de esos que obtienen sus ganancias rubricadas por el escalafón y por aquellas otras cosas normales que suele hacer la policía. Lo digo así porque me acuerdo de una noticia policial en la que aparecía un zafarrancho que había hecho un policía. El oficial que informaba dijo: “bueno, este oficial había realizado algunas actividades que iban más allá de lo normal de una institución”. Este señor no salía de lo normal de la institución, pero eso le daba un buen pasar. La señora era algo así como una asistente social. El chico robaba pasacasettes, tenía 15 años. Vienen con la idea de citar al chico. Lo que surgía del discurso de ellos indicaba que ese chico no iba a venir, si lo citábamos. Entonces se me ocurrió una idea diferente, por un lado, porque el chico era refractario a cualquier profesional psi y, por otro, porque percibí algunas tensiones entre ellos acerca de la educación del chico y percibí también que algunas cuestiones que le pasaban al chico tenían que ver con historias del padre, de las cuales él no tenía mucha idea. Propuse que trabajáramos un tiempo en algo así como una “orientación para padres”. Ellos me contarían lo que iba pasando, yo escucharía y les iría haciendo algunas sugerencias de cómo manejarse. Empezamos una serie de entrevistas de esa manera. La madre le recriminaba al padre que él no ponía mano firme para dirigir al chico. Cosa que era bastante cierta. El padre decía que la madre era excesivamente rigurosa con el chico. Cosa que también era bastante cierta. Lo primero que les hice notar es que esta diferencia tan fuerte, esta ausencia de una dirección única, hacía difícil que el chico aceptara algún tipo de orientación. El chico andaba con trastornos escolares; tenía una banda de amigos que curtían marihuana y cerveza; en general, no tenían relación con el sexo femenino. El trabajo fue desarrollándose así durante unos tres o cuatro meses. Se empezaron a producir variantes en la forma en que la pareja se manejaba con el pibe. No de fondo, se pueden imaginar, pero sí variantes importantes. En primer lugar, aparecía un comando único. El sacudón para el padre había sido muy grande. Entonces, estaban unidos en la idea de poner un tope al exceso de goce transgresivo. Se empezó a producir un acercamiento de otro orden entre el padre y el pibe. Hubo algunos movimientos fuertes, como prohibirle relacionarse con tales pibes, que eran los cabecillas de la banda. Otra cuestión fue enterar al pibe de que ellos se habían avivado de que él estaba robando pasacasettes. El pibe empezó a mejorar en la escuela; deja de robar pasacasettes. Se distancia de la bandita y traba relaciones con otros pibes de la escuela, que eran barulleros, pero, digamos, normales. También empiezan a aparecer escarceos con pibas del colegio. Les propuse que espaciáramos las entrevistas, que, en todo caso, me llamaran, si encontraban dificultades. Yo tenía en mi horizonte, por lo que iba pasando en las entrevistas, la idea de que el padre entrara en análisis. Cuando planteo esto de espaciar las entrevistas, el padre me pide una entrevista personal. En esa entrevista me dice que nunca había tenido confianza en los psicólogos, pero que él había tenido una vida difícil y que se había dado cuenta en estas entrevistas de que muchas de las cosas del pibe tenían que ver con cuestiones de él. El padre de este hombre había muerto cuando él tenía un año. La madre no se había casado nunca más; se ve que había caído en una melancolía subclínica de las que hemos hablado. Habían sido una familia de muy buen pasar. Durante muchos años hasta que él fue adolescente vivieron de lo que ella fue vendiendo de las pertenencias de la casa. Con lo cual, el clima que se había ido instalando en esa casa era depresivo. Esto había producido un efecto muy fuerte en este hombre. Además, una de las hermanas era una enferma grave. Este hombre había ido a trabajar desde adolescente y había hecho la carrera que les conté, pero siempre había vivido bajo la sensación de que la vida era injusta con ellos. Siempre había tenido la secreta fantasía de resarcirse a través de algunos robos. Aparece obviamente la relación entre el deseo no ejecutado del padre y el deseo realizado subrogadamente por el hijo. A partir de ahí se fue desarrollando un análisis, llamémoslo así, por unos tres años. Este hombre no traía sueños, no introducía equívocos ni fallidos. Sí tenía un rigor lógico importante y una sensibilidad especial para situarse frente a los señalamientos que yo le hacía de las fracturas de su lógica. Era un hombre que antes de empezar este trabajo, siendo joven, había tenido un infarto. No se cuidaba físicamente. En todo este trabajo se fueron produciendo una serie de modificaciones en la relación de él con su vida. Además, se produjeron modificaciones en la relación con su agresividad y la de su esposa. Ellos dormían con un dogo criollo sobre la cama. ¿No sé si tienen idea de lo que es un dogo criollo? (risas). Es una especie de caballo, por su tamaño, y una mezcla de león y hiena, por su maldad. A él le costaba dormir, y no entendía por qué. El dogo era una metáfora encarnada sobre la cama de la violencia inhibida, pero sostenida, en el matrimonio. Llevó meses de trabajo. Primero, la mujer no quería saber nada con desprenderse del dogo. Con lo cual quedó claro que la que tenía los instintos criminales más fuertes era ella. Además, él pensaba que el dogo lo quería menos a él. La escena final del desprendimiento no fue fácil. Parece que no es sencillo desprenderse de un dogo. Lo llevaron con un camión de esos que transportan caballo a un lugar que estaba como a 600 kms. Se los digo, no para reírme de las dificultades de la pareja (¿quién soy yo con mis propias dificultades para reírme de las de otra pareja?), sino para darles una idea de esta cuestión de los pacientes que no soportan la letra y el significante. Obviamente, tienen que tramitar su inconsciente, porque no es que no lo tienen, sino que es un problema de la relación del yo con el inconsciente, a través de metaforizaciones muy particulares. Durante todas esas entrevistas, yo tuve una posición de casi amigo, de casi padre de esta persona. Hubo un momento en que tuvo un golpe de fortuna y me dijo que tenía que dedicarse a ese golpe de fortuna y que iba a interrumpir momentáneamente. De casualidad me lo encontré hace un tiempo y me dijo: “Dr., un día de estos lo voy a llamar”. Esas cosas que se dicen. Uno de los casos.
Paso al otro. Una neurosis obsesiva de carácter, usando las categorías habituales de diagnóstico. La cuestión no es ésa en las entrevistas iniciales. Él venía con la idea, bastante común, de que al psicólogo van los locos, y que él como no lo estaba no tenía por qué ir. Pero se enamoró de una dama un tanto complicada, y al mismo tiempo tenía un amigo psicólogo. En el cocktail que se armó entre las dificultades con la dama que por supuesto se enganchaban con sus propias complicaciones, y la insistencia del amigo, me vino ver. Las primeras entrevistas tuve la sensación de que esa pareja no iba a durar mucho tiempo. Era una pareja imposible. También tuve la idea de que el muchacho, ni bien la chica lo abandonara él iba a dejar “la terapia”, como él decía. Ir a terapia era como un convenio con la chica. Ambos iban a la terapia y así los problemas de la pareja se iban a solucionar. El muchacho me caía muy simpático, era muy agradable. Yo no podía creer las cosas que escuchaba. Él se ponía muy nervioso porque la chica usaba escotes pronunciados. Parece que la chica era rica en lo que mostraba a través del escote. Esto lo ponía muy nervioso a él. Era casi insoportable. Había otras cuestiones de este mismo orden que lo crispaban, hasta transformarlo en un pequeño Otelo. Desarrollamos el trabajo durante un tiempo. Trajo algún sueño infantil, pocos equívocos, pero al tiempo empezó a pescar la función del equívoco y a respetarlo. Pero él estaba muy concentrado con lo que le pasaba con la chica. Él venía a hablar de lo que la chica le hacía para que yo le dijera que le pasaba a la chica. Hubo todo un tiempo de trabajo para que se fuera situando con lo que le pasaba con respecto a la chica. La pareja no mejoraba, más bien lo contrario. Llega un momento en que rompen. A la sesión siguiente, como pensé que iba a suceder, viene a decirme que ya no iba a venir. Pero cuando viene a decirme esto, me cuenta que se iba a su país de origen, a visitar al padre. El detalle es que el padre está muerto hace como veinte años. En realidad, iba a visitar la tumba. Empieza a desplegar todo un discurso en relación al padre y empieza a aparecer que mucho de lo que le sucedía con la chica tenía que ver con la separación de los padres y cómo él había vivido lo que sintió como un rechazo del padre. Había sido una de esas separaciones turbulentas donde el padre había quedado en otro país; la madre había venido para acá. El padre había venido pocas, pero intensas, veces. Él tenía diez años cuando murió el padre. Él se la había pasado rechazando al padre porque creía que el padre lo había rechazado a él. El que, rechazando al padre, porque creyó que lo había rechazado, se enamoró de él sin saber que había tomado forma de mujer; y pudo hipotetizar que tal vez no fue tan malo, ni lo rechazó tanto, sino que era tan loco, como esa joven mujer. En ese punto interrumpió ese trabajo que estábamos haciendo, pero planteándome, y creo que lo cumplirá, que iba a volver porque había sido muy fuerte y muy importante.
El tercer caso que les quiero contar es el de una consulta que recibo de una madre, muy desesperada. Era hija de padres que creyeron fuertemente en una ideología que se proponía cambiar el mundo y que, creyendo tan fuertemente en esa ideología, prácticamente no habían tenido una relación parental con los hijos. Además, eran cultores de ese ateísmo militante que, como ella dice, es otra forma de religión. Cada uno de los hijos se las arregló como pudo. Una hija se hizo mística. Ella tomó algunas corrientes de las terapias alternativas y de la filosofía que gira alrededor de ellas. Otra hermana directamente tuvo cuatro o cinco brotes. Ella y el marido tuvieron un problema grave en la época del proceso, por el cual el marido estuvo secuestrado y luego fue liberado. Tuvieron una ruptura matrimonial complicada. ¿Vieron esas parejas que son muy amigas entre sí y se cruzan? El marido no vio nunca más a sus hijos. Una de las hijas, por el relato de ella, es una joven esquizofrénica frágilmente estabilizada, alrededor de un delirio y de una modalidad de socio-fobia. Esa frágil estabilidad hace que constantemente estallen violencias familiares muy importantes entre esta chica y el hermano, entre esta chica y la madre. Ella venía prácticamente a pedirme que la interne. Investigando la cuestión, me entero de que las violencias no llegan a mayores. Por otro lado, la chica lleva una vida en la cual mantiene ciertos vínculos sociales. El otro problema con que se topa esta madre es que esta chica empieza una carrera y la deja, empieza otra y la deja. Me hizo acordar a un caso que traía Laura. Debe haber pasado por siete u ocho intentos de carrera. Cada uno de esos intentos, terminó en abandono, en función de ese delirio en el que ella se sostiene. Esta chica no quiere ir al analista, no quiere ir a ningún psi. Entonces, empecé un trabajo con la madre, orientado a ver cómo trabajar con la chica. Lo cual empezó a producir algunos efectos. Los psicoanalistas tenemos que tener claro que algunas cuestiones que nos resultan muy obvias, cuando uno se las comunica a la persona, es como si descubrieran un mundo. Es evidente que esta chica tenía agujeros muy grandes en el mito familiar. El delirio intenta construir un mito de sus orígenes. Comunicarle esto a la madre, le produjo un alivio que se notó en la distensión de la cara, en la postura de los hombros. También decirle algo tan sencillo como que ella no tiene que ponerse a discutir el delirio. El problema no es el delirio en sí. En la tercera o cuarta entrevista, empezó a decirle que venía a la chica y que venía porque estaba muy preocupada por que veía que ella sufría. Hasta ese momento, lo que le decía cuando iba a ver a algún psi, era que iba porque no sabía qué hacer con ella, que no terminaba ninguna carrera, que se iba de todos los trabajos. El discurso de la madre, aparecía en función de la cuestión productiva, de la inserción en el estudio y en la producción. Yo le moví el centro de ahí y le dije: “dígale la verdad, dígale por que vino”. Por supuesto que la mamá lloraba muy angustiada, muy dolida. Ella se siente muy culpable, porque cuando se produjo la separación ella le obstaculizó al marido ver a la chica. Esta mujer hizo varias cosas. Por un lado, llamó al ex marido y le planteó la situación. Él, por lo menos, se comunicó telefónicamente con la chica. Se empezaron a producir algunas variantes en cuanto a la pacificación de los vínculos entre la madre y la hija. Yo le dije que le diga que estaba viniendo a verme porque estaba muy dolida por los sufrimientos de ella y que yo le dije que si alguna vez quiere venir a verme, yo encantado la recibiría. Ahí estamos.
Quería analizar un poco estos tres casos. En los tres, la clave está, estuvo, en el semblant. En el primer caso, el semblant fue el de orientación para padres. En un segundo momento, fue el de casi un amigo, casi un padre que no se ausenta. En el segundo caso, primero fue el de un tipo sorprendido que hacía notar los puntos que se le escapaban de las dificultades que surgían entre él y la muchacha. En ese sentido, hubo un momento muy importante de ruptura que parecía casi definitiva, siempre las rupturas parecen definitivas. Él recurrió al amigo psicólogo, y el amigo le dijo que estaba cansado, que había trabajado mucho y que no se podía encontrar con él. Ahí empecé a tener la pista sobre la cuestión del padre. Ahí capté el efecto de dolor que le produjo que el amigo le dijera que ese día no podía charlar con él. Una semana después, me habla un viernes a la noche llorando por los líos con la chica. En ese momento, tuve en cuenta al otro y le dije: “vení mañana a la mañana al consultorio y charlamos bien”. Ese es un momento de semblant importante. Ahí no fue importante lo que se haya charlado ese sábado. Lo importante fue ese movimiento donde yo no me ausento. La ausencia del amigo le había reproducido aquella ausencia del padre, muy relacionado también con el tipo de piba que era ella. Con el tercer caso, casi les diría que le estoy apareciendo a ella como una especie investigador en antropología. Les dije que el problema de la chica esquizofrénica es que no tiene un mito sobre sus orígenes, pero la madre tampoco logra armar un buen mito sobre sus propios orígenes. Entonces, estamos entre los dos buscando tejer esos mitos. En ese sentido, o tengo algo de shaman en mi semblant o algo de investigador en antropología. Me parece que esto tiene que ver con hacer del consultorio un espacio habitable, que no es lo mismo que confortable. Puede tener momentos y hasta periodos en los que el clima se torna duro, pero el entrevistado lo soportará, si le nace la convicción de que eso está sirviendo para enfrentar la pena que lo trae.
Las interpretaciones van tomando lugar despaciosamente, según y cuando, el posicionamiento puntual en ese momento lo permite. En cambio, de entrada tiene una función fundamental el encuentro con dificultades lógicas: paradojas, aporías, inconsistencias en general. Hay momentos donde situar de un pantallazo, ciertas evidencias que retejen la filogenia, o la destejen, o incorporan un elemento ignorado, o aislado, o renegado, que tranquiliza y facilita continuar el juego.
Finalmente, sobre el debate entre Eduardo Said y yo como expresiones en apariencia polarizadas de dos posiciones diferentes y que aparecen contradictorias en el movimiento lacaniano, sobre si la construcción del semblante es pensada o es puro efecto del Inconsciente del analista. El inconveniente está en la disyunción. Me parece que para pensar la cuestión del semblant también vale la indicación de Freud que retoma Lacan, en el seminario 1, lo del martillo ajustado para cada mano. Y como se lo hará dependerá mucho de en que tiempo se encuentre cada uno con respecto a su propia formación. Para eso hay una clave: la construcción del semblant debe cabalgar en el deseo del analista de establecer la máxima diferencia entre Ideal y objeto. De ahí que el analista resulte abstinente. Podría hacer una ecuación y decir que cuanto más joven es el analista más necesita pensar qué semblant construye; mientras más vejete, más zorro es el analista, el semblant se le construye, ni lo piensa. Por supuesto, hay todo un período intermedio donde se entrecruzan las variables. Lo fundamental es que si uno logra tener en cuenta aproximativamente la posición fantasmática del entrevistado (observen que no digo “paciente”) en ese momento de las entrevistas, el analista encontrará el lugar donde ubicarse. Hay una fórmula que la trabajé en las jornadas del año pasado y que la sigo sosteniendo. Si ustedes recuerdan la fórmula del fantasma (sujeto, lousange, a), a mi modo de ver el analista se ubica en el lousange. Ni excesivamente cerca, ni excesivamente lejos. Ni excesivamente en conjunción, ni excesivamente en disyunción, de lo que aparece como una de las vestiduras del objeto, causar el deseo del paciente. Fíjense que en el primer caso, me vestí de orientador de familia, para pasar a ser un casi amigo, un casi padre. En el segundo caso funcioné bastante como un casi padre. En el segundo caso funcioné como un tejedor de mito. En esos tratamientos, funcioné en el lugar, de lo que en esas primeras escenas aparecía como lo más dolorosamente faltante. Pasamos a preguntas y comentarios.
Norberto Lloves: Pensaba en el título que pusiste; esto de lo insoportable de la función del significante y de la letra. Me gustaría que desplegaras un poco de qué se trata esto. En los tres casos, me parece que aparece algo insoportable del orden de la transmisión. Me gustaría que aclararas esto.
Sergio Rodríguez: Me hacés una observación que tal vez me lleva a articular algo nuevo. No desplegué lo de la dificultad con la letra y el significante en estos casos, porque es algo que se ha recorrido a comienzos del seminario. Vos observaste algo común, por lo menos en los dos primeros casos y algo relacionable en el tercero. Creo que la gente que viene a entrevistarse con nosotros con mucho rechazo a tener en cuenta el efecto de la letra y, por lo tanto, la función simbólica del significante, está muy atada a la relación imaginaria con el significante, en el mejor de los casos. Retomo lo de Freud de filogenia, ontogenia y trauma. Lo que ha ocurrido en la filogenia ................. y en la ontogenia......................, es que la respuesta del sujeto no ha podido tener eficacia en relación al trauma, de tal forma que su narcisismo no quede profundamente herido. Un narcisismo profundamente herido puede manifestarse francamente o puede manifestarse, como en el caso del oficial de policía, en la vía contraria, como un hombre muy soberbio que se las sabe todas. Son dos formas de vestir ........................... Cuando aparece el equívoco, el sueño o el fallido, y los analistas debemos operar desde la función de la letra, les resulta insoportable porque el narcisismo lo vive como nuevas heridas. La respuesta típica es: “no, no tiene nada que ver; no fue más que una equivocación”. Están inmediatamente tratando de cerrar la herida. Ahora, si no hay relación a la letra, uno podría decir que operan dos cosas donde la causa y el efecto se relacionan a través del fracaso de la transmisión. Por eso me parece interesante lo que planteás. Es sólo a través de la función de la letra y el significante que hay transmisión posible. Si el sujeto queda encerrado en el orden del signo, se congela toda posibilidad de transmisión. Esto en los dos primeros casos, aparece como transmisión en la secuencia generacional y en el tercer caso aparece como déficit de transmisión en la secuencia generacional. Eso es lo que diría frente a tu observación.
Silvia Dubinsky: ¿De qué tipo de rechazo se trató en cada caso? Me parece diferente el caso de esta mujer, el del muchacho que venía por la novia, de otro rechazo. Recordaba que hay un rechazo del que sabemos que no se trata de que haya una aceptación. Por ejemplo, cuando alguien dice: “esto no tiene nada que ver conmigo”. Algo ahí dice que no se quiere saber más de eso. Por eso pregunto de qué tipo de rechazo se trata.
Sergio Rodríguez: ¿Lo decís por el segundo caso?
S. Dubinsky: En general. Porque cuando se plantea un rechazo, todo aparece como una descripción y otro me parece que aparece en otros términos más estructurales.
Sergio Rodríguez: Sí. Los analistas de todas las corrientes, empezando por Freud, dice que el no de un paciente a una interpretación no indica que la interpretación esté .......................................... El rechazo que nosotros percibimos pone en riesgo el inicio del tratamiento. Por eso el seminario se llamó “Tratamiento de inicios difíciles... prevención de interrupciones tempranas”. Por ahora, no se me ocurre decirte que eso está relacionado con el arte del analista. Por ahora, no sé formalizarte una diferencia clara entre los dos tipos de rechazo. La diferencia está. No nos preocupa demasiado, en la marcha de un tratamiento, cuando alguien dice “no”. Acá estamos frente a uno de esos “no” que, de insistir nosotros, podrían producir la interrupción del tratamiento. Bueno, si no hay más preguntas, terminamos acá. Nos vamos a comer pizza. Para los que no puedan venir, feliz año 2001.
Versión no corregida por el autor.
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