jueves, 24 de abril de 2008

Clase Nº 2

Aprehensión del sujeto por el lenguaje

La castración como instalación de la función del significante, la letra y el objeto como perdido.
Fijaciones y regresiones: estructuras y efectos.

Bibliografía sugerida:
Conferencia 23: “Los caminos de la formación de síntoma” – S. Freud
“Función y campo de lapalabra y del lenguaje en Psicoanálisis” – J. Lacan
“La instancia de la letra en el inconsciente” – J. Lacan
“Aforismos de/en Lacan”- Lidia Araneo – Nº 0 al 8 de Psyche Navegante.
“Temporalidad del pasaje de lenguas” – Oscar Lamorgia – Nº 6 de Psyche Navegante.

A modo de epígrafe:

"Tengo que escribirle algunas líneas esta mañana porque ha ocurrido algo verdaderamente importante. Helen ha dado el segundo gran paso en su educación. Ha aprendido que cada cosa tiene un nombre y que el alfabeto manual es la llave para todo lo que desea conocer... Esta mañana, mientras se estaba lavando, deseó conocer el nombre del "agua". Cuando desea conocer el nombre de algo señala en su dirección y acaricia mi mano. Yo deletreé, "a-g-u-a" y ya no pensé más en el asunto hasta después del desayuno... Más tarde fuimos a la fuente e hice que Helen tuviera la jarra bajo el grifo en tanto que yo daba a la bomba. Mientras salía el agua fría y llenaba la jarra deletreé "a-g-u-a" sobre la mano abierta de Helen. La palara, que se juntaba a la sensación del agua fría que caía sobre su mano, pareció ponerla en marcha. Retiró la jarra y se quedó como extática. Su cara parecía resplandecer. Deletreó "agua" varias veces. Se inclinó hacia el suelo y preguntó por su nombre y señaló hacia la fuente y, dando rápidamente la vuelta, preguntó por mi nombre. Deletreé "maestra". Al volver a la casa se hallaba muy excitada y aprendió el nombre de todos los objetos que tocaba, de suerte que en pocas horas ha añadido treinta nuevas palabras a su vocabulario. A la mañana siguiente anduvo como un hada radiante. Volaba de objeto en objeto preguntando por el nombre de cada cosa y besándome de pura alegría... Todas las cosas tienen que tener ahora un nombre. Adonde quiera que vayamos pregunta con ansiedad por el nombre de cosas que no ha aprendido en casa. Se halla ansiosa por deletrear con sus amigas y más ansiosa todavía por enseñar las letras a cualquiera que encuentre... Nos damos cuenta que su cara se hace cada día más expresiva.
(Fragmento de una carta de la Sra. Sullivan, maestra de Helen Keller, en "La historia de mi vida" de Helen Keller)

"Todas las cosas tienen que tener un nombre" , con esta frase, la Sra. Sullivan define el momento en que Helen Keller aprehende el ordenamiento producido por el significante fálico. Tal vez sea una definición simplista, pero no deja de tener un fondo de verdad. Helen se comunicaba, hablaba a pesar de sus limitaciones. Sin duda el lenguaje había pasado por ella, pero eso es condición necesaria pero no suficiente para que un humano devenga parletre.

Ese nominar cosa por cosa bajo una ligazón entre golpes en la mano y sensaciones táctiles, sólo formaban un código. Si se desconoce el golpe pertinente no hay forma de transmitir nada, no hay posibilidad de relacionar una cosa con otra. Tampoco de suplantar un golpe por otro. La sucesión de golpes remitían punto a punto a una sensación táctil, olfativa o a la conjunción de ambas. A estas palabras/golpes, con estas características, les llamamos signos. Aquello que “significa algo para alguien” o en términos saussurianos, la combinación de un concepto y de una imágen acústica (entendiendo a esta última como huella psíquica).

El punto de la generalización, "todas las cosas", organiza las sensaciones en un universal y el "tienen que tener" advierte que podrían no tenerlo.Lo que no tiene nombre carece de lugar en el universal. Marca clara de la contradicción que el significante fálico porta sobre sí mismo, señalar justamente lo no significable pero que permite establecer determinadas relaciones entre significantes, por oposición y diferencia, y de esta manera es causa de todos los efectos de significación. El significante en tanto elemento en la sucesión de otros significantes, deviene en eslabón de una cadena a la que siempre es posible agregar un elemento más.

Un niñito de tres años pregunta a una mujer mientras señala al señor que la acompaña: ¿y él, qué es tuyo?. La mujer responde: El es mi marido. Ah!!, dice el niño, entonces vos sos la marida de é!!!

Las relaciones de parentezco ,justamente, no son factibles de adquirirse por sensaciones. No hay nada en la fisonomía que distinga a un padre de un tío, o de un hermano. Son relaciones producidas por el significante. A esto Lacan lo definía como "discurso sin palabras". Ese niño desconocía la palabra apropiada, pero estaba bien anoticiado de las relaciones recíprocas.

En ese sentido es que el lenguaje preexiste al sujeto y es su condición fundante. Nacemos en un entramado simbólico constituído tanto por el lenguaje como por el entrecruzamientos de discursos que nos recibe. El linaje, las costumbres, la cultura, la estructura de parentezco, conforman el lugar del Otro que por sostenerse en la cadena significante como tal aparece imaginariamente como completo, como sosteniendo en su seno la totalidad del saber.

Es necesario un movimiento de apropiación de al menos un significante del campo del Otro para que se produzca alguna significación al sujeto. Ese al menos uno, extraído del campo del Otro, ya no le pertenecerá más. Se inscribirá como significante de la falta en el Otro, en términos freudianos, como castración en la madre. Ese/esos significantes que pasarán a representar al sujeto siguen estando a disposición del Otro pero ya no le pertenecen. (Ej: cuando escuchamos nuestro nombre propio dirigido a otra persona. Es el mismo pero no es el mismo).

Es el discurso del Amo el que funda el inconsciente produciendo significación al sujeto y un resto. (tema a desarrollar).
Es función del significante representar a un sujeto para otro signficante - que a su vez representa a un sujeto. Lo cierto es que difícilmente el significante pueda representar a un sujeto o a alguna otra cosa. Lo representa siempre en forma inacabada, fallida, casi anecdótica.

Destino de los humanos, el estar condenados a hablar. Por hablar, la cosa se pierde. La cosa, en el sentido de la cosa freudiana, la alteridad radical, en definitiva: la madre. La cosa remite a la primera experiencia de satisfacción. Experiencia mítica que nunca aconteció en la realidad pero que es condición lógica de los vericuetos a que sometemos a la necesidad. Para que algo se necesite, para que algo falte, debió haber estado. Este “debió haber estado”, marca el axioma imcomprobable pero eficaz, que sostiene el intento de recuperar lo perdido en el cuerpo, a travez de significantes y formalizado como demanda. Se intente o no satisfacerla, la consecuencia es la misma: insatisfacción. Porque no hay forma de hacer coincidir la respuesta a la demanda con aquella experiencia mítica. En lo sucesivo cada nuevo intento de recuperar el objeto dejará un resto sin significar. Esto es, que cada vez que se nombre algo, por el mismo acto de nombrarlo algo quedará sin significar allí, porque la distancia entre el significante y el objeto es proporcional a la distancia entre lo obtenido por la demanda y el objeto perdido. Ese resto no significable, producto de la operación significante, constituirá lo que Lacan llamó objeto "a", objeto causa del deseo. Objeto incognocible por definición, resto, desecho, hiancia. A nivel de la cadena significante, por encima de la barra de la castración, se instalará un significante privilegiadísimo cuya función es señalar aquello que no es significable pero sin significarlo. (función del 0 y el 1 en los números naturales).

El significante fálico o falo simbólico es el significante que indica la castración y por lo tanto el límite al universal. Es la barra que tacha al sujeto constitutendolo en sujeto deseante por estar siempre comandado por el saber inconsciente en su incesante intento de signficar el objeto “a”.Operando como función a nivel de la cadena, determinará la legalidad entre los significantes (oposición y diferencia) y entre los efectos del significado (condensación y desplazamiento). Señala lo que en la cadena falla, no anda, trastabilla: equívocos, lapsus, inconsistencias lógicas, etc. Y por señalarlo establece un ordenamiento que permite detener la cadena significante produciendo distintos efectos de significación.

Esos efectos de significación, es decir, la producción de significado al sujeto, articula la cadena significante a la gramática pulsional a través de la letra. La letra en tanto elemento irreductible del lenguaje, es el “soporte material” en que el discurso se asienta.
(Definición de discurso como estatuto del enunciado. Enunciado y enunciación). Soporte material, porque la letra no es puramente simbólica, la letra para poder hacerse presente requiere de cierta materialidad: sonido o trazo. La letra, al igual que la pulsión, es un concepto límite entre lo psíquico y lo somático. La letra hace carne y se encarna, es marca, surco, huella, de la operación significante sobre la sustancia gozante que genera como resultado la separación entre el cuerpo y el goce. El goce desplazado deja una marca de su estancia que se inscribe como rasgo unario. Ese rasgo comandará el saber hacer como medio de goce. Para gozar hay que saber cómo gozar y son las letras las que soportan ese saber.

Leer a la letra, transliterar, es la propuesta de Freud al sostener que el sueño no es un jeroglífico. No hay una clave oculta cuyo develamiento permitiría acceder a la verdad. Él dice que el sueño es un rebús. Rebús es ese tipo de juego que aparece en las revistas de palabras cruzadas, también presentes en algunos libros infantiles, donde una frase está representada por imágenes. Reemplazando en forma correcta cada imagen por letras, sílabas o palabras, se llega a la resolución del acertijo.

La diferencia entre el rebús y el sueño (o el síntoma ya que tiene la misma estructura) es la sobredeterminación producida por la posibilidad que el lenguaje otorga de condensar y desplazar. Por lo tanto no hay una resolución única del acertijo. Hay varias, tantas como la multivocidad significante lo permite hasta el límite determinado por el significante fálico.
Para ejemplificar esta cuestión, y al mismo tiempo introducirnos en otro aspecto del tema que me interesa plantear voy a leerles un pequeño recorte clínico que fue publicado en el Nº8 de Psyche Navegante:

“Me quedé pensando en lo que dijiste el otro día...”
¿Qué habrá sido?, me pregunto con mansa curiosidad ya que sólo se trata de esperar.

Esta frase típica se repite en muchos de mis pacientes. Y casi con seguridad, el contenido de lo que “supuestamente” dije, resulta ser desconocido para mí. Rara vez me he encontrado que tal situación tenga alguna relación con algo que yo hubiera querido decir cuando lo dije. Se trata de lo que dije sin querer decirlo en aquello que dije. En algunas especiales ocasiones, se trata lisa y llanamente de una interpretación del paciente, ya que lo que relata jamás fue formulado por mí.

Esta vez, lo que dije, fue casi “ingenuo”: “Te quedás con algo de él”.
Una prueba casera de diagnóstico de embarazo le había confirmado sus fantasías tras un atraso considerable. Eufórica relataba los movimientos que podía realizar como quien planea una partida de ajedrez. No pensaba comunicarle la noticia al futuro padre que hacía poco tiempo había pasado a ser ex pareja-novio-amante-socio-patrón. ¿Para qué?

Pero un padre es necesario en estas circunstancias y su ex marido, sin duda, aceptaría criar un hijo ajeno con tal de ser recibido nuevamente en su casa.
Dije muchas cosas, pero evidentemente la única que fue verdaderamente dicha fue esa: “Te quedás con algo de él”.
El “quedarse pensando” precipitó en una menstruación que puso fin al “confirmado” embarazo, al mismo tiempo que dio inicio a las distintas significaciones de la frase:
Se quedaba con un sauvenir de su ex pareja, un recuerdo de la pasión que los había unido.

Se quedaba con algo que a él le pertenecía y que sustraído, daba consistencia a una suerte de venganza.
Se quedaba con el desprecio que le genera su ex marido, tan “poco hombre” como para aceptar un hijo de otro.
Se quedaba con su hombría, se la apropiaba para tener ella, la sartén por el mango.
Se quedaba con un hijo más, su edad le está indicando que ya no quedan muchas posibilidades a futuro.
Se quedaba con un hijo para sí misma remendando un narcisismo largamente herido.
Se quedaba, en definitiva, sumergida en sus odios y amores, presta a quedarse repitiendo lo mismo por el largo tiempo que demandara la crianza del hijo.
Se quedaba sosteniendo lo que ahora resultaba evidente: el odio como condición necesaria para poder amar a un hombre.
Se quedaba con algo de ... su padre.

Volviendo a la frase, que a esta altura tiene el estatuto de una interpretación, encuentro lo que en ella hay de producción inconsciente. Ya no mía, ni de ella. Producida allí en un entre que nos implica en tanto sujetos. Su saber inconsciente puesto a trabajar con lo producido por mi saber hacer sobre su decir da por resultado una pérdida (menstrual) pero también algo nuevo: una nominación para una modalidad de goce que la aleja de su deseo.

Cuando escribí este recorte, buscaba una palabra que reemplazara al “entre”. No me gustaba porque “entre” de alguna forma remite a “al menos dos”, “entre” esto y aquello.
Y el concepto de inconciente como discurso del Otro, es decir, producido en discurso, no tiene relación con un espacio recortado entre dos individualidades. En todo caso es una especie de juego donde ambos portavoces juegan con las mismas fichas con la particularidad de que cada ficha tiene distinto valor de acuerdo a cómo y en qué momento se juegue.

Tecnlogía mediante, (bocatto di cardinale para obsesivos), ahora podemos teclear la palabra “entre” en el C.D. de las obras completas de Lacan y encontrarnos con que la ha utilizado 7.298 veces. Lo cual no aclara demasiado, pero siguiendo una parte de esa insistencia, me encontré con que yo no me estaba planteando nada nuevo. Lacan, desde el principio al fin, se retuerece buscando otra palabra. En algún momento, en “Ou Piere”, dice que el “entre” es una categoría matemática que se llama “mesología” y que su uso en matermática sería fiel al concepto de incociente. Si bien promete desarrollarla en clases futuras de su seminario, parece ser que nunca lo hizo. A falta de un matemático a mano nos quedaremos con la duda y trataremos de trabajarlo nosotros.

Hay un párrafo muy interesante, que Lacan escribe en “Función y campo de la palabra” y que me parece pertinente para desplegar esta cuestión.
Dice: “La omnipresencia del discurso humano podrá tal vez un día ser abarcada bajo el cielo abierto de una omnicomunicación de su texto. Que no es decir que será por ello más conconcordante. Pero es éste el campo que nuestra experiencia polariza en una relación que no es entre dos sino en apariencia, pues toda posición de su estructura en términos únicamente duales le es tan inadecuada en teoría como ruinosa en su técnica”.

La ubicación en los tres registros del inconciente producido, despeja la cuestión. “No es entre dos, sino en apariencia”, dice Lacan.
La escena en la que se despliega este recorte clínico está organizada desde el registro imaginario: consultorio, una hora determinada, alguien que parece ser un paciente, recostado en un anacrónico diván, relata sus sufrimientos con la recóndita esperanza de que la que está detrás le dé alguna palabra que sirva para terminar con ellos. Escena por demás artificiosa, con un dedicado esfuerzo de producción. Parece que hablan, parece que se entienden y hasta parece que la analista comprende lo que sucede.

De golpe, una disrrupción. Una frase, proferida por la analista, nimia y tonta por estar orientada a producir un sentido. Casi un descuido, no sólo por haber sido dicha, sino por haber sido dicha de forma tan ambigua que el sentido se pudo escurrir produciendo distintos efectos de sentido sobre esos enunciados que alguna vez parecieron claros. La cadena asociativa lleva a distintas lecturas de lo que en esa frase hay de letra y que permite, en distintas combinaciones entramar algo de la trama. ¿Quién de las dos hace ese trabajo? No lo sé, la forma más precisa que tengo de formularlo es: “se fue haciendo”. El “se” da cuenta de un tercero impersonal arrojado allí y del que sólo nos quedan los enunciados producidos. Trabajo de lo simbólico por ceñir algo de lo real en juego.

Podría ubicar lo real, en torno a dos cuestiones. La primera, en relación al levantamiento de un síntoma que en este caso particular, se constituye como tal justamente por su caída. Hasta el momento de la pérdida menstrual no podía saberse, que ese embarazo era un embarazo de lo simbólico. En ese sentido, algo de ese embarazo quedaba en el campo de lo real, no se podía decir nada de eso porque ni siquiera se sabía que eso estaba allí. Sin embargo la materialidad de la letra se hace carne tanto en la retención de la menstruación como en su expulsión.

Segunda cuestión: En este material nos encontramos con la clásica fantasía infantil de recibir un hijo del padre, que toma cuerpo en función de tres recuerdos encubridores:
- Su padre, llegando a su casa ensangrentado. Su mamá alterada quitandole la ropa y poniéndola en remojo. La novela familiar susurra que su papá habría violado a una niña.
- Su tío manoseándola.
- Ella, aterrada, desobedeciendo a su padre, como una autómata, sin poder evitarlo, hasta hacerse pegar por él.
¿Qué encubren estos recuerdos encubridores? Lo caído bajo represión primaria, eso de lo que nada puede decirse a ciencia cierta. Solo podemos hipotetizar sobre cómo toma cuerpo la ahora peculiar fantasía infantil: Que el padre le haga un hijo a los golpes.

De acuerdo al relato de la paciente, estos tres recuerdos corresponden a la primera infancia pero no puede fecharlos con certeza. Forman una constelación.
Podemos seguir el “camino de la formación del síntoma”, tal cual lo planteaba Freud.

En la actualidad aparece el relato de una situación. Es abandonada por su compañero luego de haber sostenido con él una relación tortuosa, siempre en el límtie entre la tensión de agresividad y la agresividad de hecho. Nada de esto hizo vacilar su amor por él. La fantasía conciente es que si hubiera tenido un hijo con él, él no la hubiera dejado. Fantasía desmentida por su negativa a comunicarle el embarazo, ella “sabe” que él la dejaría igual. La fantasía se confronta con la frustración en la realidad y emprende un camino regresivo hasta un momento temprano donde ésta pareció satisfacerse, bajo la insólita ecuación: niño, pene, golpe. Podemos ubicar allí el punto de fijación de la libido que frustrada en el presente retorna y se refugia en la vivencias infantiles actualizándolas. De estas vivencias, lo que se actualiza es el odio y el deseo de embarazo pero ahora desde una posición activa. Es ella la que golpea al quedarse con el falo en su poder. Intento de resolver en el presente lo no resuelto en la situación “traumática” infantil. De esta forma, lo actual se instala como segunda escena de la primera, que cobra dimensión a raíz de la segunda.

Freud hablaba de dos tipos de regresiones. Retroceso a los primeros objetos (incestuosos) revestidos por la libido y retroceso de toda la organización sexual a estadíos anteriores. En este caso es claro que se trata del primer tipo de regresión.
Para Freud la regresión es un concepto descriptivo mientras que el de fijación es un concepto económico. Se trata de cantidad de energía libidinal inmovilizada.
Estamos hablando, en definitiva de las series complementarias.

Constitución sexual + Vivenciar infantil
/
Predisposición por + Vivenciar accidental
Fijación libidinal
/
Neurosis

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