Corrían
tiempos difíciles para los bien
pensantes, o pensantes, o… -que parecieran pensar-.
Así
que, el “boga” de nuestra historia, decidió archivar hasta que aclare, su pasión por defender derechos humanos. Era
idealista, pero no zonzo. Estuvo entre los que decidió no exiliarse, pero sí, mandarse a guardar. Hombre apasionado,
se encontraba como tigre enjaulado.
Nunca mejor puesto el refrán.
Pero
la pasión, no lo dejaba tranquilo. Tampoco las sombras de los que ya no
estaban. De algunos, se sabía. Méjico, España, Cuba, Italia… vaya a saber…
Hasta Suecia… De otros nada, a lo sumo rumores… Algunos reaparecieron unos años
después. La mayoría desaparecieron para siempre. Trabajosamente, fueron
reconocidos algunos pocos restos humanos. El “boga”, estaba entre los más informados de los que andaban a salto de mata. A él le habían llegado
los rumores de lo que pasaba en la ESMA. Así qué cuando veía pasar uno
de bigotitos anchoas, corte media americana y mirada torva, en la
primera esquina se hacía humo. Ni qué
decir, ante la sombra de un Falcón verde. Nada que oliera a
milico lo dejaba indiferente.
Pero…
¿Y la pasión, donde metía la pasión? ¿¡Qué mejor que los agujeros para meter
algo!?
Cambió
de rubro. Se dedicó a levantar minas. Tenía su pinta el hombre. Y una voz, una
voz como no había dos. Simpático, dicharachero, se había defendido de su
ruptura de su amor de la adolescencia, despuntando
el vicio, con compañeritas de la facultad. Y mal no le había ido. En la cancha se ven los pingos y… se hacen los cancheros, agregaría con
destreza nuestro naufrago de las oleadas estudiantiles. Así que las calles de
Buenos Aires… qué tienen ese no sé qué,
viste, adquirieron un nuevo protagonista de los piropos porteños. Y no
había curva interesante que se le
resistiera. Así que raudo, con su cabellera de joven y jopo despeinado, “no
dejaba títere con cabeza”, o mina con bombacha… No es una asociación feliz,
¿no? ¿Me habré ganado el odio de las lectoras? No, son inteligentes y saben que
no es a ellas a las que me estoy refiriendo ¿o sí?
En
eso andaba el muy fresco –viejazo de
la época- cuando se le cruzó Ella.
¿Veintitrés,
veinticuatro años…? Más, seguro qué no, tal vez menos. Alta, delgada y a la vez
muy bien provista. De atrás y de adelante también. Pisaba fuerte, segura y se
movía como un felino, parecía que no tocaba las baldosas. Mirada segura, dura y
acariciante al mismo tiempo. Y los ojos… grandes, verdes enmarcados por amplias
cejas negras, grandes pestañas y un cutis mate salido de Las Mil y Una Noches.
Nuestro amigo no podía creer lo que estaba viendo. Dudó un instante. No pensó
que el minón ese fuera a darle bola. Es más, pensó que por ahí le armaba un
escándalo en plena calle, y era lo que menos le convenía en los tiempos que se
vivían y con el “pedigré” que tenía. No,
no era adecuado correr riesgos.
Pero
pudo más el indio y casi sin darse
cuenta, estaba caminando al lado y preguntándole la hora. Rápida la dama, le
visteó la izquierda con reloj y medio
chinchuda le dijo –pero si usted tiene
reloj. Se sintió el más ganso de los gansos, pero reaccionó rápido. –Justamente, creo que anda mal, por eso le
pregunto. Disculpe si la molesté. La disculpa, le gustó al avión. Lo miró de arriba abajo y se
percató del porte que cargaba el preguntón. Entonces, registró la voz. Todo
daba. Aminoró el paso, y ya con otra forma le dijo -¿sabe qué pasa? Está lleno de “vivos” que como a una la ven plantada,
se quieren pasar de rosca. Piola la mina, pensó nuestro hombre. Arriesgó un
poco más… -Y sí, con los tiempos que
corren, hay que andar con cuidado… Más en confianza, ella le contestó. -Por supuesto, una se puede topar con cada
rarito… Él pensó, así que te creías que soy “trolo”, vas a ver cuándo desenfunde. Decidió apurarla -¿Y… si nos tomamos un café? -¿Adonde? No la quiso asustar y si
mostrar solvencia. –Vamos al de las
Artes… Se le arremolinaron recuerdos de su época de estudiante, cuando para
hacerle la corte a su ex esposa, en vez del bar de la facu, la invitaba
enfrente, al recién inaugurado Café de las Artes. Ella pensó,
uuuyyyy, ¿será medio trolito el pibe? Mejor apurarlo. -No pibe. Menos de Los Lirios,
no voy a ningún lado. Al flaco la jeta se le volvió un caleidoscopio. Menos
negro, todos los colores. Sorpresa, alegría, calentura, y pa’ qué negarlo un
poco de cagazo. ¿Podría con semejante minón? Encima frentera. Pero ya no podía recular. Mientras, una puta gota de
sudor le caía por la arruga del medio de la frente, esa que siempre se le hacía
cuando desconfiaba de saber qué hacer con un problema. Apechugó y casi gritando
le dijo -¡Dale, vamos!
La
mina, ya tenía la derecha extendida, un taxi abría su puerta y… cosa rara, ella
lo empujó y metió adentro. Cuando quiso a acordar, el conserje les estaba
abriendo la puerta del “nido de amor”. Un par de chupones algún manotazo… y
ella ya se había sacado la blusa y un estallido de tetas, impedía ver otra
cosas. Apurada, se estaba bajando la pollera, antes que él se hubiera sacado la
corbata. Sí señores, porque en ese
siglo se usaba corbata. Y mucho más un “tordo” que trajinaba pasillos y
secretarías de Tribunales. Lex dura Lex. Y el verano apretaba.
Mis dedos sobre la net book, no va tan rápido como los dedos de la dama entre las gambas de nuestro amigo.
Y mientras lo ponía de espaldas sobre la mesa, corría su cartera sobre la misma
tan ansiosamente que con ruido de algo
pesado y extraño, la cartera cayó contra el suelo y se abrió. El flaco miró de
reojo y de estar al palo, se le arrugó lo que pasó a ser un pitulín, mientras la sangre se le iba de
la cara. De roja y acalorada, pasó a ser blanco azulada del susto. Su verba
famosa en los estrados del Palacio de Talcahuano, pasó a ser un torpe
tartamudeo interrumpido por la falta de aire, mientras su brazo colgando
enderezaba cómo podía el índice de la mano libre para señalar lo que había
caído de la cartera abierta.
Ya
caliente, pero de bronca, la mina le preguntó -¿qué te pasa pibe, nunca viste un fierro? –Un, un, un…No lograba salir del tartamudeo. – ¡Un fierro! Le repitió la mina, y agarrándola de la culata le
refregaba el caño por la napia al tartamudo en pelotas hipnotizado por el caño.
Éste alcanzó a preguntar, mientras corría el arma que le rozaba la nariz y con
la otra mano se tapaba lo que ya no
alcanzaba a ser ni un cucuruchito -¿Y
qué hace usted con un fierro? Ya no se animó a tutearla. Suave como una
amoladora le ladró -¿Nunca te cojiste a
una oficial de la Federal? A esa altura, el flaco no existía, sólo era un
temblor tapándose lo que ya no estaba, y tenía una única obsesión. ¿Y si se
aviva quien soy y me boletea? Me deja
un bufo al lado y argumenta legítima defensa, ella es mujer y yo varón,
desempolvan mis antecedentes y pasa a ser la heroína que se cargó a un
subversivo en combate. El seso se le transformó en mierda, y el temblor en
nueva calentura. O me la garcho como corresponde, o estoy perdido. Se le fue
encima decididamente, entró a besarla y chuparla por todos lados y al verla
caliente como una chancha, se volvió a calentar. Reapareció el “palo” y la
ensartó. Hay que reconocer que el flaco no estaba mal provisto. Así que cuando
la entró, la oficial de la Federal sintió que los galones desaparecían, que
lágrimas de gusto caían por sus mejillas y en medio de gritos y sacudones lo
abrazaba al flaco que compartía las convulsiones. En un extremo alarido, los
dos acabaron juntos.
Luego,
ella se durmió como gatita satisfecha. En el flaco, retomado por el susto, no
aflojaba la tensión. Así, que no pegó un ojo. Cuando escuchó roncar a la
oficial, corrió suavemente la sábana, la tapó como si fuera la mamá y en
puntitas de pie y con la ropa colgándole del antebrazo se metió en el baño. Se
cagaba encima, pero aguantó. No era cuestión de andar haciendo ruidos. A ver si
la despertaba. Se puso la ropa como pudo, menos una media que no encontró, se
pasó el peine por el jopo y salió tan cuidadoso como había entrado. ¡Ah! De la
corbata, se olvidó.
Ya
abajo le dijo al conserje, -cuando salga
la señorita, dígale que me tuve que ir corriendo por razones de trabajo, que
después la llamo al Departamento Central… El conserje comprensivo –y que
conocía a la mina de otros batuques- sonrió, inclinó ligeramente la cabeza y tomó
la suculenta propina.
Mientras,
el flaco ya en la calle caminando por Avenida San Martín, respiraba a todo
pulmón el aire puro que venía de la Facultad de Agronomía. No lo podía creer,
estaba libre, y sólo era las dos de la madrugada. La noche, estaba en pañales.
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