jueves, 31 de julio de 2008

Seminario 20

13 de febrero de 1973

Clase 5: Aristóteles y Freud
La otra satisfacción

Tratando hace mucho, mucho tiempo de la ética del psicoanálisis, partí nada menos que de la Etica a Nicómaco de Aristóteles.

Se deja leer. Aunque presenta un inconveniente para algunos de los que están aquí, y es que no puede leerse en francés. Es, patentemente, intraducible. Existía antaño en la editorial Garnier algo que me hizo creer que podía haber una traducción, de un tal Voilquin. Obviamente, se trata de un universitario. No es culpa suya que el griego no pueda traducirse al francés. Las cosas se han condensado de tal forma que ya en Garnier, que además se fusionó con Flammarion, no le dan a uno más que el texto francés; confieso que los editores me enfurecen Uno se percata entonces, cuando lo lee sin tener el griego a la vista, que no hay solución. Resulta, propiamente hablando, ininteligible.

Todo arte y toda búsqueda, así como toda acción y toda deliberación meditada— ¿qué relación hay entre semejantes artefactos?—, tienden, al parecer hacia algún bien. Por tanto, en ocasiones y con toda razón, se ha definido el bien como aquello a lo que se tiende en toda circunstancia. No obstante esto cae aquí como una mosca en la sopa puesto que no ha sido mencionado todavía— hay al parecer una diferencia entre los fines.

Desafío a quienquiera a aclarar esta masa espesa sin recurrir a abundantes comentarios que hagan referencia al texto griego. Al fin y al cabo, es imposible pensar que es así simplemente porque se trata de notas mal tomadas. Y así, con el paso del tiempo, alguna lamparilla se prende en la mente de los comentaristas: se les ocurre que, si se ven forzados a hacer tantos esfuerzos, a lo mejor será por alguna razón. No es de ningún modo obligatorio que Aristóteles sea impensable. Volveré a esto.

En cuanto a mí, lo que estaba escrito, dactilografiado a partir de la estenografía de lo que había yo dicho de la ética, le pareció más que utilizable a la gente que en ese momento se ocupaba de llamar sobre mí la atención de la Internacional de psicoanálisis, con los consabidos resultados. Les hubiera gustado, pese a todo, que salieran a flote esas reflexiones sobre lo que de ética implica el psicoanálisis. Hubiese sido pura ganancia: yo me hubiera desinflado como un globo, y la Ethique de la psychanalyse (Etica del psicoanálisis) hubiese quedado boyante. Esto es un ejemplo de que el cálculo no basta, pues impedí que apareciera esa Ethique (Etica). Me negué a ello partiendo de la idea de que a la gente que no quiere tener nada que ver conmigo, yo, por mi parte, no busco convencerla. No hay que convencer. Lo propio del psicoanálisis es andar sin vencer. Con o sin pendejos vencidos.

Después de todo, y bien mirado, como seminario no estaba nada mal. En esa época, alguien que no participaba para nada en ese cálculo lo había redactado, así, en juego limpio como la plata y de todo corazón. Lo había convertido en un escrito, un escrito suyo. No tenía pensado por lo demás hurtarlo, y lo hubiera producido tal cual, si yo lo hubiese deseado. Pero no quise. Es tal vez hoy, de todos los seminarios que otra persona está encargada de sacar a la luz, el único que reescribiré yo mismo, y del que haré un escrito. Al fin y al cabo tengo que hacer uno, ¿por qué no escoger ese?.

No hay razón para no ponerse a prueba, y examinar cómo ese terreno, del que Freud hizo su campo, era visto por otros antes que él. Es otra manera de poner a prueba de qué se trata, a saber, que ese terreno no es pensable sino gracias a los instrumentos con que se opera, y que los únicos instrumentos que sirven de vehículo al testimonio son escritos. Hay una prueba muy sencilla que lo muestra: al leerla en la traducción francesa, de la Etica a Nicómaco no se entiende nada, desde luego, pero no menos que lo que digo yo, de modo que está bien así.

Lo inconciente (1915)
Pasando ahora a los hallazgos positivos del psicoanálisis: Pudiéramos decir que en general un acto psíquico pasa por dos fases con relación a su estado entre las cuales se halla intercalada una especie de examen (censura). En la primera fase el acto psíquico es inconsciente y pertenece al sistema Inc. Si al ser examinado por la censura es rechazado, le será negado el paso a la segunda fase; lo calificaremos de «reprimido» y tendrá que permanecer inconsciente. Pero si sale triunfante del examen, pasará a la segunda fase y a pertenecer al segundo sistema, o sea al que hemos convenido en llamar sistema Cc. Sin embargo, su relación con la conciencia no quedará fijamente determinada por su pertenencia al sistema Cc. No es todavía consciente, pero sí capaz de conciencia (según la expresión de J. Breuer). Quiere esto decir que bajo determinadas condiciones puede llegar a ser, sin que a ello se oponga resistencia especial alguna, objeto de la conciencia. Atendiendo a esta capacidad de conciencia, damos también al sistema Cc. el nombre de «preconsciente». si más adelante resulta que también el acceso de lo preconsciente a la conciencia se halla determinado por una cierta censura, diferenciaremos más precisamente entre sí los sistemas Prec. y Cc. Mas, por lo pronto, nos bastará retener que el sistema Prec. comparte las cualidades del sistema Cc. y que la severa censura ejerce sus funciones en el paso desde el Inc. al Prec. (o Cc.).

Con la aceptación de estos dos (o tres) sistemas psíquicos se ha separado el psicoanálisis un paso más de la psicología descriptiva de la conciencia, planteándose un nuevo acervo de problemas y adquiriendo un nuevo contenido. Hasta aquí se distinguía principalmente de la Psicología por su concepción dinámica de los procesos anímicos, a la cual viene a agregarse ahora su aspiración a atender también a la tópica psíquica y a indicar dentro de qué sistema o entre qué sistemas se desarrolla un acto psíquico cualquiera. Esta aspiración ha valido al psicoanálisis el calificativo de psicología de las profundidades (Tiefenpsychologie). Más adelante hemos de ver cómo todavía integra otro interesantísimo punto de vista. Si queremos establecer seriamente una tópica de los actos anímicos, habremos de comenzar por resolver una duda que en seguida se nos plantea. Cuando un acto psíquico (limitándonos aquí a aquellos de la naturaleza de una idea) pasa del sistema Inc. al sistema Cc. (o Prec.), ¿hemos de suponer que con este paso se halla enlazado un nuevo registro, o como pudiéramos decir, una segunda inscripción de la representación de que se trate, inscripción que de este modo podrá resultar integrada en una nueva localidad psíquica, y junto a la cual continúa existiendo la primitiva inscripción inconsciente? ¿O será más exacto admitir que el paso de un sistema a otro consiste en un cambio de estado de la idea que tiene efecto en el mismo material y en la misma localidad? Esta pregunta puede parecer abstrusa, pero es obligado plantearla si queremos formarnos una idea determinada de la tópica psíquica; esto es, de las dimensiones de la profundidad psíquica. Resulta difícil de contestar, porque va más allá de lo puramente psicológico y entra en las relaciones del aparato anímico con la anatomía. En líneas muy generales sabemos que tales relaciones existen.

Más allá del principio del placer (1920)
Al juzgar nuestra especulación acerca de las pulsiones de vida y de muerte, nos inquietará poco que aparezcan en ella procesos tan extraños e inimaginables como que una pulsión sea esforzada a salir fuera por otra, o que se vuelva del yo al objeto, y cosas parecidas. Esto sólo se debe a que nos vemos precisados a trabajar con los términos científicos, esto es, con el lenguaje figurado {de imágenes} propio de la psicología (más correctamente: de la psicología de las profundidades). De otro modo no podríamos ni describir los fenómenos correspondientes; más aún: ni siquiera los habríamos percibido. Es probable que los defectos de nuestra descripción desaparecieran si en lugar de los términos psicológicos pudiéramos usar ya los fisiológicos o químicos. Pero en verdad también estos pertenecen a un lenguaje figurado, aunque nos es familiar desde hace más tiempo y es, quizá, más simple.

El yo y el ello (1920)
Pero más sustantivas aún son las consecuencias para nuestra concepción de lo inconciente. La consideración dinámica nos aportó la primera enmienda; la intelección estructural trae la segunda. Discernimos que lo Icc no coincide con lo reprimido; sigue siendo correcto que todo reprimido es icc, pero no todo Icc es, por serlo, reprimido. También una parte del yo, Dios sabe cuán importante, puede ser icc, es seguramente icc. (ver nota) Y esto Icc del yo no es latente en el sentido de lo Prcc, pues sí así fuera no podría ser activado sin devenir cc, y el hacerlo conciente no depararía dificultades tan grandes. Puesto que nos vemos así constreñidos a estatuir un tercer Icc, no reprimido, debemos admitir que el carácter de la inconciencia {Unbewusstsein} pierde sígnificatividad para nosotros. Pasa a ser una cualidad multívoca que no permite las amplias y excluyentes conclusiones a que habríamos querido aplicarla. Empero, guardémonos de desdeñarla, pues la propiedad de ser o no conciente es en definitiva la única antorcha en la oscuridad de la psicología de las profundidades.

Psicología de las masas y análisis del yo – Introducción (1921)
La psicología colectiva, no obstante encontrarse aún en sus primeras fases, abarca un número incalculable de problemas que ni siquiera aparecen todavía suficientemente diferenciados. Sólo la clasificación de las diversas formas de agrupaciones colectivas y la descripción de los fenómenos psíquicos por ellas exteriorizados exigen una gran labor de observación y exposición y han dado origen ya a una extensa literatura. La comparación de las modestas proporciones del presente trabajo con la amplitud de los dominios de la psicología colectiva hará ya suponer al lector, sin más advertencia por parte mía, que sólo se estudian en él algunos puntos de tan vasta materia. Y en realidad, es que sólo un escaso número de las cuestiones que la misma entraña interesan especialmente a la investigación psicoanalítica de las profundidades del alma humana.

Breve informe sobre el psicoanálisis (1923)
Si se perseveraba en las intelecciones psicológicas obtenidas mediante el estudio de los sueños, sólo restaba dar un paso para proclamar al psicoanálisis como doctrina de los procesos anímicos más profundos, no accesibles directamente a la conciencia -como «psicología de las profundidades»-, y para poder aplicarlo a casi todas las ciencias del espíritu. Este paso consistía en la transición de la actividad anímica del individuo a las operaciones psíquicas de comunidades humanas y pueblos, vale decir, de la psicología individual a la de masas. Y muchas y sorprendentes analogías obligaron a darlo. Así, se había averiguado que en los estratos profundos de la actividad mental inconciente los opuestos no se distinguen entre sí, sino que son expresados por el mismo elemento. Pero el lingüista Karl Abel había formulado ya en 1884 («Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas») (ver nota) la tesis de que las lenguas más antiguas conocidas no proceden de otro modo. Por ejemplo, el egipcio antiguo tenía al comienzo una sola palabra para decir «fuerte» y «débil», y sólo más tarde se separaron, por medio de ligeras modificaciones, las dos partes de la antítesis. Todavía en las lenguas más modernas pueden pesquisarse nítidos relictos de ese sentido contrario; así, en el alemán «Boden», que designa tanto lo más alto como lo más bajo de la casa, semejante al latín «altus», que significa lo alto y lo profundo. De tal modo, la equiparación de los opuestos en el sueño es un rasgo arcaico universal del pensamiento humano.
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Si nos es lícito suponer dondequiera la presencia de las constelaciones más universales de la vida anímica inconciente (los conflictos de las mociones pulsionales, las represiones y satisfacciones sustitutivas), y sí existe una psicología de las profundidades que lleva a la averiguación de esas constelaciones, es razonable esperar que aplicando el psicoanálisis a los más diversos campos de la actividad espiritual se sacarán a luz por doquier resultados importantes y no alcanzados hasta ahora. Un medular estudio de Otto Rank y Hanns Sachs (1913) intentó resumir el trabajo de los psicoanalistas que pudo satisfacer tales expectativas hasta esa fecha. Por razones de espacio me es imposible tratar de completar aquí ese recuento. Sólo puedo destacar la conclusión más importante, apuntalándola en algunos detalles.

Autobiografía (1924)
No me siento con derecho a mencionar aquí sino aquellos nuevos descubrimientos en los que me ha correspondido una amplia participación, o sea, los referentes a la teoría de los instintos y a la aplicación de nuestra disciplina a las psicosis. He de añadir que nuestra creciente experiencia nos ha demostrado cada vez con mayor evidencia que el complejo de Edipo constituye el nódulo de la neurosis, siendo el punto culminante de la vida sexual infantil y el foco del que parten todos los desarrollos ulteriores. Esta circunstancia dio fin a la esperanza de hallar por medio del análisis un factor específico de la neurosis, y hubimos de reconocer que las neurosis no poseen ningún contenido especial exclusivamente peculiar a ellas, y que los neuróticos sucumben bajo el peso de circunstancias que los normales logran dominar felizmente. Este descubrimiento no constituyó para nosotros sorpresa alguna, pues se armonizaba perfectamente con el anteriormente realizado de que psicología de las «profundidades», fruto del psicoanálisis, no era sino la psicología de la vida anímica normal. Nos había, pues, sucedido lo que a los químicos cuando comprobaron que las grandes diferencias cualitativas de los productos se reducían a modificaciones cuantitativas en las proporciones de la combinación de los mismos elementos.

Pueden los legos ejercer el psicoanálisis? (1926)
«¡Interpretar! Peliaguda palabra. No me gusta oírla, con ella usted me destruye toda certeza. Si todo depende de mi interpretación, ¿quién me asegura que interpreto correctamente? Todo queda así librado a mí albedrío».

¡Calma! La situación no es tan mala. ¿Por qué excluiría usted a sus propios procesos anímicos de la legalidad que reconoce a los de los otros? Si ha adquirido cierta autodisciplina y dispone de determinados conocimientos, sus interpretaciones no serán influidas por sus cualidades personales y acertarán en lo justo. No digo que para esta parte de la tarea resulte indiferente la personalidad del analista. Cuenta cierta fineza de oído para lo reprimido inconciente, que no todos poseen en igual medida. Y es esto, en especial, lo que impone al analista la obligación de someterse él mismo a un análisis en profundidad a fin de volverse idóneo para una recepción sin prejuicios del material analítico. De todos modos resta algo, equiparable a la «ecuación personal» en las observaciones astronómicas; ese factor individual siempre desempeñará en el psicoanálisis un papel más importante que en otros campos. Un hombre anormal puede convertirse en un físico correcto, pero como analista su propia anormalidad le impediría aprehender sin deformaciones los cuadros de la vida anímica. Puesto que es imposible probar a alguien su anormalidad ' resultará particularmente difícil lograr acuerdo general en las materias de la psicología profunda. Y aun muchos psicólogos opinan que ello es imposible y cada loco tiene igual derecho a presentar su locura como sabiduría. Confieso ser más optimista en ese punto. En efecto, nuestras experiencias nos muestran que también en la psicología pueden alcanzarse acuerdos bastante satisfactorios. En verdad, cada campo de investigación ofrece su particular dificultad, que tenemos que empeñarnos en eliminar. Por lo demás, también en el arte interpretativo del análisis es mucho lo que puede aprenderse como cualquier otro tema del saber. Por ejemplo, lo que se refiere a la peculiar figuración indirecta mediante símbolos.

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