Publicado en Página 12 el 1´ de junio de 1990.
Mientras era chupado por el televisor un habitante semi-desocupado de Lugano É-IÉ respondía a las criticas al Gobierno, realizadas por un pariente: "Bueno, los argentinos necesitamos sufrir un poco". Esta frase, tan del imaginario popular como otras que se escuchan a diario -"este país de mierda", "nos lo tenemos merecido", "lo que pasa es que nadie quiere trabajar"- forma parte del discurso melancólico cotidiano. De esta melancolización también dan cuenta hechos tales como que se hagan mal las reparaciones, que no se cumplan los compromisos de entrega, que surjan peleas por nimiedades. La teoría y la práctica psicoanalítica articulan estos fenómenos en una posición subjetiva.
"La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente odiada, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y una extrema hasta una delirante expectativa de castigo", escribió Sigmund Freud en 1915.
A diferencia de esta, el duelo es para Freud "la reacción frente a la pérdida de una persona amada, o de una abstracción que haga suyo veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. En estos años la mayoría de los argentinos ha perdido como personas amadas a Perón -por muerte a Alfonsín y a Menem -por decepción o al ideal de la Argentina como país próspero y libre. Sólo el sinceramiento sobre el pasado permitirá aclarar el presente, abandonar la melancolía y resolver el duelo ni ser así, persistir el efecto por el cual la población se hace cargo de las culpas de los dirigentes hegemónicos en los partidos tradicionales que a vez, disimular a culpa básica que corresponde a la patria contratista, a la patria financiera y a las multinacionales.
En una trama de hipocresías, las oligarquías argentinas
tuvieron siempre la habilidad de hacer la vista gorda a la "viveza criolla de los partidos gobernantes, que utilizan el aparato del Estado para dar "ocupación a sus clientelas electorales entre las que se no la subocupación y la desocupación hubiera reinado antes. Pero eso tuvo un precio en especial a partir del gobierno de Frondizi, consistente en el deterioro económico absoluto -o relativo, con respecto a las empresas privadas de los empleados del Estado. Para paliar la protesta los políticos clientelistas, con mí contraprestación, se hicieron los distraídos ante el desgano laboral, los incumplimientos de horarios, las coimas minoristas, las redes clandestinas da base para la defraudación el los servicios, los robos al minoreo, etc.
Equivalente de la plata dulce para las capas medias durante la dictadura militar, esta política de los ahora "partidos del ajuste y la reacción de sus destinatarios genera sentimientos de complicidad y aun de pura culpa propia. Buena parte del resto de la población, sufriente de los efectos de la "contraprestación", comparte ese sentimiento cayendo bajo su sombra, aunque atribuya las culpas a los otros. La frase "este país..." implica a todos.
Como contrapartida de esta melancolización da los perdedores, existe la manía de los triunfadores "La manía no tiene un contenido diverso de la melancolización, ambas afecciones pugnan con el mismo complejo, al que el yo probablemente sucumba en la melancolía, mientras que en la manía si ha dominado o lo ha hecho a un lado (...). En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida, o quizás al objeto mismo (...) Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco no demuestra también inequívocamente su emancipación del objeto que lo hacía penar", explicó también Freud.
El objeto del que se ha emancipado es, obviamente, la vieja lucha popular por una patria libre, justa y soberana. Salir de la melancolía resolver el duelo es, entonces, condición sine qua non para ponerle tope al goce maníaco de los grandes grupos económicos y sus cómplices en los partidos del ajuste.
Mientras era chupado por el televisor un habitante semi-desocupado de Lugano É-IÉ respondía a las criticas al Gobierno, realizadas por un pariente: "Bueno, los argentinos necesitamos sufrir un poco". Esta frase, tan del imaginario popular como otras que se escuchan a diario -"este país de mierda", "nos lo tenemos merecido", "lo que pasa es que nadie quiere trabajar"- forma parte del discurso melancólico cotidiano. De esta melancolización también dan cuenta hechos tales como que se hagan mal las reparaciones, que no se cumplan los compromisos de entrega, que surjan peleas por nimiedades. La teoría y la práctica psicoanalítica articulan estos fenómenos en una posición subjetiva.
"La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente odiada, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y una extrema hasta una delirante expectativa de castigo", escribió Sigmund Freud en 1915.
A diferencia de esta, el duelo es para Freud "la reacción frente a la pérdida de una persona amada, o de una abstracción que haga suyo veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. En estos años la mayoría de los argentinos ha perdido como personas amadas a Perón -por muerte a Alfonsín y a Menem -por decepción o al ideal de la Argentina como país próspero y libre. Sólo el sinceramiento sobre el pasado permitirá aclarar el presente, abandonar la melancolía y resolver el duelo ni ser así, persistir el efecto por el cual la población se hace cargo de las culpas de los dirigentes hegemónicos en los partidos tradicionales que a vez, disimular a culpa básica que corresponde a la patria contratista, a la patria financiera y a las multinacionales.
En una trama de hipocresías, las oligarquías argentinas
tuvieron siempre la habilidad de hacer la vista gorda a la "viveza criolla de los partidos gobernantes, que utilizan el aparato del Estado para dar "ocupación a sus clientelas electorales entre las que se no la subocupación y la desocupación hubiera reinado antes. Pero eso tuvo un precio en especial a partir del gobierno de Frondizi, consistente en el deterioro económico absoluto -o relativo, con respecto a las empresas privadas de los empleados del Estado. Para paliar la protesta los políticos clientelistas, con mí contraprestación, se hicieron los distraídos ante el desgano laboral, los incumplimientos de horarios, las coimas minoristas, las redes clandestinas da base para la defraudación el los servicios, los robos al minoreo, etc.
Equivalente de la plata dulce para las capas medias durante la dictadura militar, esta política de los ahora "partidos del ajuste y la reacción de sus destinatarios genera sentimientos de complicidad y aun de pura culpa propia. Buena parte del resto de la población, sufriente de los efectos de la "contraprestación", comparte ese sentimiento cayendo bajo su sombra, aunque atribuya las culpas a los otros. La frase "este país..." implica a todos.
Como contrapartida de esta melancolización da los perdedores, existe la manía de los triunfadores "La manía no tiene un contenido diverso de la melancolización, ambas afecciones pugnan con el mismo complejo, al que el yo probablemente sucumba en la melancolía, mientras que en la manía si ha dominado o lo ha hecho a un lado (...). En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida, o quizás al objeto mismo (...) Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco no demuestra también inequívocamente su emancipación del objeto que lo hacía penar", explicó también Freud.
El objeto del que se ha emancipado es, obviamente, la vieja lucha popular por una patria libre, justa y soberana. Salir de la melancolía resolver el duelo es, entonces, condición sine qua non para ponerle tope al goce maníaco de los grandes grupos económicos y sus cómplices en los partidos del ajuste.
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