Octubre de 1989
"Asumo, en cambio, mi injusta condena como un acto de servicio que, con fe en Dios nuestro señor, ofrezco a mi Patria, al Ejército y a todo el pueblo argentino". Del escrito que Jorge Rafael Videla envió al tribunal que lo juzgó y condenó.
El presidente Carlos Menem, que se identificó con Cristo cuando en su discurso de asunción metaforiza a la Argentina con Lázaro al decirle "levántate y anda", se ufanó de que "se hará cargo de los costos políticos", cuando firmó el indulto a los que secuestraron y desaparecieron a miles, robaron niños, robaron propiedades, desataron una aventura militar en Malvinas que costó la vida de centenares de chicos y arruinó la que les quedó a muchos otros.
Ambos se ofrecieron en el altar del sacrificio en pro de un "supremo bien" para el país sobre el que sólo ellos sabían.
Trágico mesianismo megalómano, en cuya piedra verdaderamente sacrificada es la Nación que, anarquizada por los "salvadores de la patria" desde 1820, no logra consolidar un estatuto civilizado, donde la vida de los seres humanos no dependa de los caprichos de iluminados, sino que está bajo la protección de las leyes y de las instancias legales encargadas de hacerlas cumplir.
Todavía vibra en nuestra retina la imagen de aquel niño de nueve años matado por la policía en San Miguel, en medio del hambre y la locura hiperinflacionaria, por haberse llevado unos comestibles de un supermercado. Para él no hubo, no hay, no habrá reconciliación ni paz. Tampoco para los otros muchos miles. Sus ojos están irremisiblemente muertos.
Los indultados hicieron desaparecer a la mayoría de los que se rebelaron contra la injusticia social. O simplemente hablaron contra ella. O más simplemente aún, sólo tenían, y a veces sin saberlo, algún amigo entre los anteriores. El decreto presidencial con la ideología de la reconciliación adjunta, quiere hacer desaparecer el acto desaparecedor de los desaparecedores.
El riesgo está en que desaparezca la República. Las encuestas hablan de una mayoría que mantiene expectativas favorables en el Presidente. Es lógico. Estando al borde del abismo,lo más tranquilizante es no perder las esperanzas. Pero lo real, no se arregla con gestos espectaculares, ni con posturas de mártir salvador. Mucho menos vendiendo al país al mejor postor.
En los tiempos de la velocidad tecnotrónica, el propio tiempo cambió su medida. El efecto imaginario de traje nuevo durar un suspiro. La verdadera tragedia argentina reside en que no aparece, salvo honrosas excepciones, una dirigencia seria, pensante, respetuosa de su pueblo y que prepare la recuperación del país sosteniéndose en la ley, en sus instituciones y en el respeto a lo que vota la ciudadanía.
No como ocurre ahora, que el primer paso del gobernante electo fue nombrar ministro de economía a quien, en la entrevista a esos efectos, le explicitó: "Yo no voté a su programa".
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