Escribe: Sergio Rodríguez
Pasó un mes largo del desastre de Cromañón. Lamento decir que no es novedoso. Los más viejos recordamos aún, la avalancha de la puerta 12 en River Plate. Cuando la policía cerró dicha salida ante una estampida producida en las graderías, se llevó varias decenas de muertos por asfixia y aplastamiento. Los heridos pasaron el centenar. Hace treinta y pico de años un choque de trenes en General Pacheco dejó más de 200 muertos. En la estadística por episodios de este tipo, incendios y tumultos en Megadiscos, China recién ingresada a la “libertad de mercado” –no a la democracia política- acopia los dos primeros puestos del ranking mundial. Nosotros el cuarto. No nos van demasiado en zaga EE.UU. y algunos países europeos.
En Londres por ejemplo, hace pocos años se produjo un incendio en la estación de subte más concurrida por ser nudo para diversas combinaciones como lo es Carlos Pellegrini en Bs. As. Advertido con tiempo a las autoridades por un pasajero, eso no impidió el desastre que se llevó 32 muertos y muchos más afectados gravemente. Contribuyó al mismo, un diseño erróneo que incluyó materiales inflamables en las paredes, un defectuoso mantenimiento y errores humanos de los bomberos ante un incendio de características imprevistas e imprevisibles hasta que la retrosignificación las aclaró parcialmente (rasgos típicos de aquello que lo psicoanalistas llamamos lo real). Recientemente Paraguay en un siniestro de género equiparable, el de un supermercado, escaló el centenar de decesos. Está fresca aún la sangre de los tres pibes matados por un compañero en Carmen de Patagones. Laura Lueiro nos recuerda en un artículo publicado en el dossier especial de www.psyche-navegante.com, que en la Argentina se producen diariamente un promedio de 11 muertes jóvenes en hechos violentos –asesinatos, suicidios, accidentes-. También nos advierte sobre que, si recién nos conmovemos cuando el número de muertes violentas es grande (en esta ocasión cerca de 200), orillamos riberas cercanas a la perversión.
Ya que comporta rasgos de renegación de la castración, no registrarlas cuando ocurren de a una o de a pocas. Pienso algo parecido, de que dicha conmoción aparezca como ocurrió con la de Alexis Blumberg, recién cuando un padre decidido y con disponibilidad de medios rompió las complicidades y los silencios de algunas minorías burocráticas, policiales y políticas. Y vía televisión, el de las mayorías que habitualmente miran para otro lado. Entre las minorías con poder económico y de estado, ubico en los primeros lugares a las corporaciones empresarias que manejan los medios de comunicación masiva –canales de aire y cable, diarios, radios y peor aún los multimedia-, ya que dominan géneros diversos de dichos medios. Dedicados supuestamente a comunicar las novedades diarias a la sociedad, no escapan de su estructura de receptores y formadores de la opinión pública media afectada de medianía, en vez de atenerse al interés de la noticia. Pero además, lo hacen deformándola por acción u omisión a conveniencia de sus intereses empresariales. Estos, deben responder a la ley fundamental del capitalismo actual, la obtención de la mayor ganancia con la inversión del menor capital y tiempo posible, para optimizar la relación costo beneficio, tal como lo enseñó eficientemente Domingo Cavallo. A eso solía llamarle el brillante doctorado en Harvard: máxima eficiencia. A ese condicionante fundamental subordinan las interpretaciones sobre el rating, los niveles de audiencia, la venta de ejemplares y publicidad, y las relaciones con el poder económico y el político. Por eso afirmo que forman parte del Poder, pues se hallan inmersos en los enredos de las mallas de estados y capitales corporativos. Con seguir las diferencias en la información y lectura que La Nación, Clarín y Página 12 fueron haciendo de los mismos hechos, que iniciativas impulsaron y cuales devaluaban o ninguneaban; podrá advertirse lo que hay de verdad en lo que enuncio. Para funcionar así, presionan mucho sobre sus periodistas.
A modo de ejemplo, relato dos incidentes inesperados para mí. 1) La editora de una sección del gran diario argentino, que solía mantener conmigo interesantes diálogos sobre temas sociales y culturales, ni me contestó un mail que le envié criticándole un deplorable artículo de una colega sobre Cromañón. Artículo escrito con ideas proporcionales a las del diario y a las del sentido común el más engañoso de los sentidos, e inversamente proporcionales a la utilización de herramientas del psicoanálisis y del raciocinio político para leer los hechos. 2) Otro editor que siempre me trató correctamente, incluso cada vez que decidió no publicarme algunos artículos, y al que le hablé preguntándole sobre si podía interesar uno dirigido a criticar simplificaciones en lo relativo a Cromañón[1], me contestó irritado que no pensaba publicar algo así, que en todo caso hablara con los que en el diario estaban haciendo prensa para el gobierno de la ciudad.
Los seres queridos
Ricardo Estacolchic escribió en cierta oportunidad un cuento dolorosamente trágico teñido con un barniz irónico que le hizo llamarlo Los seres queridos. En él, desnudaba con el humorismo mordaz que le era característico, las paradojas que se van produciendo en las rutas de la relación con: los seres queridos.
En Cromañón todo quedó puesto a la vista, aunque el dolor de los familiares y amigos y su protesta hayan desdibujado algunas cosas. Desde posiciones sublimes como la del joven socorrista hijo de un oficial de policía retirado, que dejó su vida rescatando gente junto a muchos otros que habiendo huido del infierno, volvieron a buscar afectados (ver www.televerdades.com). Pasando por una gran cantidad de familiares, amigos y concurrentes, que resultaron anonadados por el dolor. Se relata de uno que estaba en el balcón VIP y que cuando huyó pasó por la trampa mortal del baño de mujeres, encontrándose con los niños muertos. Quedó en estado catatónico. No puede eludirse por la pena, la evidencia de que esos niños habían sido dejados por sus padres en esa guardería improvisada, con el guiño cómplice de propietarios y cuidadores. Tampoco se los puede penar apresuradamente. Seguramente ninguno de ellos concientemente, siquiera imaginó la catástrofe que estaba por ocurrir. Pero también es cierto que subidos a la moto del goce a que los incitan las publicidades habituales de la (TV “basura” como la llaman muchos periodistas españoles), así como algunas letras de Callejeros y por el dolor de existir en una sociedad cada vez más enloquecida, depositaron a sus hijos en el baño para no faltar al desenfreno gozoso del pogo, de la identificación histérica, de tóxicos, de los significantes en que se encontraban representados por las letras susodichas, y tras la búsqueda del récord de bengalas. Habría que conocer la singularidad de cada caso para conjeturar lo acontecido en cada uno de aquellos padres que no hayan muerto.
También están los otros padres, aquellos que perdieron hijos adolescentes o jóvenes. Acosados por frases del estilo de: ¿Cómo lo o la dejé ir? ¿Por qué no averigüé mejor de que se trataba? etc., etc., algunos siguen postrados, otros salieron a buscar culpables para que paguen esas muertes contranaturales. A todos, salieron a buscarlos rápidamente inescrupulosos abogados dispuestos a hacer negocio (económico, político, o una combinación) con la tragedia. Otros abogados por el contrario, siguen los dictados de su ética profesional en la orientación judicial a esos padres.
De lo que transcurre en la subjetividad de estos, algo dejó traslucir Mariana Márquez de 34 años, madre a los 15 de su hija perdida en este holocausto juvenil. Lo encaró a Ibarra[2] diciéndole: “Míreme a los ojos. Yo soy una madre ésta es mi hija de 17 años, a la que mataron. Mi hija es un cadáver, pero vos sos un cadáver político./.../ Vos sos una circunstancia. Esto le podría haber pasado a De la Rua, a Telerman, a cualquiera, pero te tocó a vos y sos el responsable político[3]”. En otro momento le dijo a La Nación: “Quiero ver preso a Ibarra y a todos los responsables. Es como si tuviera enfrente a Chabán. No puedo entender la pasividad de los familiares que estaban ahí ni la de los legisladores”. Al decir: Vos sos una circunstancia. Esto le podría haber pasado a De la Rua, a Telerman, a cualquiera, pero te tocó a vos y sos el responsable político...” articulado a “Quiero ver preso a Ibarra y a todos los responsables. Es como si tuviera enfrente a Chabán” hizo manifiesto que, a partir del dolor y otros sentimientos e ideas diversas que la embargan prefiere creer que a su hija la mataron, y toma la posición de: ojo por ojo y diente por diente contra cualquiera que se le pueda aparecer en el campo de los responsables del desastre, independientemente del grado de responsabilidad que le quepa a cada uno. Para ella es lo mismo Chabán dueño del lugar y responsable directo del cierre de las puertas de emergencias y de haber dejado que continúe el recital a pesar de advertir que resultaba peligroso que siguieran tirando bengalas, que el jefe comunal, que como ella indica es responsable político por no haberse asegurado a través de los jefes correspondientes sobre la idoneidad y honestidad del personal destinado a vigilar el cumplimiento de las normas. En su decir: “Mi hija es un cadáver, pero vos sos un cadáver político”, el pero indica la dolorosa ilusión de que el castigo político al gobernante pueda traerle algo en equivalencia a la pérdida sufrida o por lo menos hacerle sufrir a él un dolor equivalente al de ella. El artículo de La Nación agrega que “Incluso algunos (familiares) creen que la mujer puede estar influida por algún sector político”. Sea cierto o no, es absolutamente secundario. Lo fundamental reside en el dolor y las reacciones que le provoca. Si algún sector político lo aprovecha, sólo indicaría la baja calaña de los aprovechadores.
Quiero agregar para analizarlo después, un comentario inverso que me trasmitió una colega, proveniente de una ex novia de Omar Chabán. Esa mujer dijo: que “Omar era muy buen muchacho, que no tomaba ni consumía nada raro, que sólo tomaba agua mineral. Que a pesar de todo estaba tentada de ir a visitarlo a la cárcel porque le daba mucha pena lo que le estaba pasando”
Entre culpas, deudas, responsabilidades, azares, destinos y política
Éste trágico episodio cruzó una vez más, variables diversas y reacciones dispares. Todo con un punto de partida: el ser parlante no soporta lo inexplicable. Ante eso, necesita encontrar culpables, de lo contrario los sentimientos de culpa se le caen encima. Toda relación entre seres humanos va siendo definida políticamente. Si entendemos a la política como: los giros diversos que se van produciendo en los vínculos entre los humanos, según que elemento de discurso agencie, como lo haga y como respondan los otros a dicho agenciamiento. Esto ocurre en toda familia, relaciones de pareja, amistosas, de estudio, laborales, de estado etc. Es lo que Lacan formalizó y abstrajo en fórmulas, con sus matemas de discurso. En la política, se expresan virtudes y miserias de los narcisismos al vincularse entre si desde sus recorridos moebianos. Eso hace de algunos los peores y de otros, los menos peores. Un político de los 50 del siglo XX decía: la política e porca, la nostra es la menos porca.
La desgracia de Cromañón nos sorprendió a todos. Ocurrió por violaciones a normas que de no haber ocurrido, tampoco ella hubiera sucedido. Responsables principales de eso son los gerenciadores del boliche y los inspectores que faltaron a sus deberes, seguramente a cambio de coimas. También los que irresponsablemente participaron del “torneo” de bengalas. También los que se prestaron como testaferros para las sociedades fantasmas asentadas en Uruguay[4]. En otra medida las letras y publicidades del grupo Callejeros. La cadena estatal, lleva a través de diversos funcionarios que faltaron a sus deberes hasta el Jefe de Gobierno de la Ciudad y su gabinete, más teniendo en cuenta las precedentes denuncias hechas por la Defensoría del pueblo. También el macrismo y sus socios de la izquierda traficando instituciones y Lilita Carrió continuando con su pose de Blanca Nieves para especular con la catástrofe. Establecida la cadena y jerarquía de responsabilidades se debe proceder a las sanciones correspondientes. Pensar que todos equivalen a Chabán es equivalente a, desde la vereda de enfrente, pensar que Chabán es inocente porque es buen novio o amigo y toma agua mineral. No es un rasgo, el que debe decidir la suerte de cada uno de los involucrados, sino la resultante del conjunto de variables puestas en juego en lo que hace a las responsabilidades de cada uno.
No se deben dejar de tener en cuenta imponderables que se pusieron de manifiesto como coautores de la tragedia. El principal, un imaginario social juvenil privado de ilusiones de futuro y como consecuencia adherido a goces basados en tóxicos del cuerpo y del alma que los lleva a valorar la vida solamente como consecuencia de desafiar frecuentemente a la muerte. En esta ocasión, a cerca de 200, la muerte les ganó la partida. Se extiende en Japón la frecuencia de muertes pactadas (suicidios colectivos). En mayores de 50 años por problemas económicos y de salud. En jóvenes, por tornárseles insoportable una competitividad social cada vez mayor[5]. Estamos ante una cultura en decadencia que ofrenda sus hijos “al dios oscuro”[6]
María Cecilia Martínez
Agosto, 2005
Ateneo Clínico
G., de 26 años, consulta a mediados de febrero en el hospital, presentándose como uno de los chicos afectados por el incendio de Cromañón.
En la primera entrevista, G. comienza a hablar sin pausa:
“Después de lo que pasó, tengo miedo a morirme, a la oscuridad, a que me pase algo a mí o a mis hermanos. Antes era independiente. Los primeros días no me sentía mal, pero ahora, si no salgo con alguien, no me muevo.”
Relata que desde el incendio, volvió a vivir con su madre, después de diez años de vivir solo. Agrega que tuvo que dejar el trabajo que desempeñaba en un taller. Cuenta que pudo sostenerlo durante los primeros días después del incendio, pero que luego “flasheaba un montón de cosas”. Se refiere con esto a que cuando debía meterse debajo de un auto para arreglarlo, tenía la sensación de que el mismo se le venía encima “por más que supiera que estaba bien asegurado”. A esto se le sumaba que cuando debía salir a la calle a comprar algo, debía volver antes de llevar a cabo el recado porque lo invadía el temor de que algo le sucediera, sin que pueda dar cuenta de ese algo.
Continúa enumerando sus síntomas: “Me cuesta dormirme, tengo pesadillas, me despierto asustado, hasta que me duermo escucho voces, los gritos, ruidos. Hay imágenes que no se me van: un montón de pibes tirados en la calle, todos en fila”.
G. antepone a su relato este “lo que pasó” como un dato de partida. Le digo que si bien sé que habla de los hechos ocurridos el 30 de diciembre, eso no dice qué es lo que le ocurrió a él en ese lugar.
Comienza entonces a desplegar su relato, sobre el que volveremos en varias entrevistas.
Cuenta que ese día, en lugar de ir al recital en un colectivo destinado a tal fin, como hacían habitualmente, él y cuatro amigos fueron en auto y por eso llegaron algo más tarde “si no, hubiésemos estado adentro”. Para cuando llegaron, se encontraron con mucha gente saliendo desesperadamente del lugar.
Relata que entró varias veces a sacar gente: “Veía todo como en una película. Jamás pensé que se iba a morir gente. Veía los cuerpos, pero no tomaba conciencia de que había muertos. Vi a un chico que conocía sacando gente; a la hora, lo vi tirado en una esquina y me dijeron que estaba muerto: ahí me di cuenta, pero pensaba: no se pudo haber muerto”. Dice que de esta imagen no se olvida más, que no se la puede sacar de la cabeza.
Recuerda que al entrar escuchaba a gente llorando y pidiendo ayuda: “caminabas y pisabas gente como si nada. Se oían gritos. Afuera, las madres estaban desesperadas”
Comenta que se preocupó muchísimo temiendo que su madre estuviera preocupada por él: “me ponía mal pensar que me podían estar buscando sin saber que yo estaba bien. Llamé a casa y me quedé más tranquilo”.
Cuenta que uno de sus amigos se desvaneció y que fue esto, y el ver tirado al chico que conocía, lo que lo llevó a proponer que dejaran de entrar ya que a ellos también los estaban esperando: “pensé que tenía que volver a mi casa porque si me pasaba algo mi vieja se moría”. De ahí, se fue a su casa y fue recién unos días después que fue al hospital, porque tenía problemas para respirar.
Le pregunto cómo fue que se le ocurrió consultar en psicopatología. Dice que fue por haber escuchado reiteradas veces la sugerencia por televisión. Agrega que además siente que lo que le pasa no es normal. Le digo que tampoco él esperaba lo que ocurrió en Cromañón.
En la segunda entrevista, sigue insistiendo, como corolario de sus quejas, la frase: “yo era muy independiente”. Le pregunto por esto. Relata que comenzó a trabajar desde muy chico: “a los diez, once años, empecé a ayudar en el almacén de enfrente. Me gustaba la plata. Mi vieja me enseñó que si querés tener algo, tenés que hacer el esfuerzo”. Agrega que a los 16 años se fue a vivir solo porque no se llevaba bien con Aníbal, la pareja de su mamá, porque era muy autoritario: “Sentí que estaba de prestado. No me sentía parte de un lugar. Mi mamá entendió que me hacía falta irme”.
Cuenta que a su padre no lo ve desde que se separó de su mamá cuando él tenía siete meses y que no quiere volver a verlo: “si nos hubiera querido ver, nos hubiese visto”.
No le gusta hablar con otros de lo que le pasa: “yo no hablo con nadie, me banco todo yo solo”. Además, aparece que podría decirse de él que es un maricón por estar asustado.
Dice que cada vez que le hablan del tema de Cromañón, se angustia: “no termino de comprender por qué pasó, más allá de la negligencia. Los recitales eran una fiesta. Era un orgullo ir a ver a los pibes: mirá los pibes hasta donde llegaron. Eran como una banda de culto”. Cuando le pregunto si él había pensado alguna vez en los posibles peligros en los recitales, dice que no: “se suponía que había alguien que se ocupaba de eso, que nos cuidaba, no éramos nosotros los que nos teníamos que ocupar de eso”.
G. se muestra impaciente por no poder volver a sentirse como antes, si bien registra una disminución de su malestar, en relación a que ha comenzado a salir solo y tiene menos dificultades para dormir. Aparece algo nuevo. Dice que cualquier cosa lo enoja: “me dicen que no y me pongo mal. Yo no soy de discutir y ahora me enojo por todo”. Se queja mucho de tener que ir seguido al hospital: “cada vez me encuentro con una cosa nueva: oculista, fonoaudiólogo, análisis de sangre”. Dice que su madre está en todo. Comenta que: “antes, cuando tenía algo, me aguantaba hasta que no podía más, no iba al médico aunque me doliera todo”. Esto lo explica diciendo que pensaba: “yo vengo por una boludez, que atiendan a otro que esté peor. Ahora lo necesito. “Ser de Cromañón” me hincha las pelotas. Yo no elegí esto. Te atienden primero en el hospital, pero me fastidia que digan: ahí está, es de Cromañón. No es que yo me agarro de eso para sacar ventaja, si no porque lo necesito. Te ves obligado a usarlo. Pero me siento un fenómeno, raro. Me pone en un lugar que no quiero estar. Me siento todo el tiempo bajo la lupa, mirado. Subís con una remera de callejeros y te miran, no sos un ciudadano común, te ponen rótulo”.
G. se pregunta qué hubiera pasado si a él le pasaba algo. Se imagina a su madre y a sus hermanos deprimidos. En esa ocasión, dirá: “me da miedo acordarme de lo que pasó, vuelven las sensaciones que tuve ahí, el miedo, las ganas de ayudar, el saber que no podía hacer más”.
Como en otras ocasiones, insiste con que él, antes, no le tenía miedo a nada. Vuelvo a interrogar esto mostrándome sorprendida y él dice: “bueno, me daba miedo quedarme solo, en soledad, quedar en la calle, no tener una casa, quedar como abandonado. No tener a nadie que se preocupe por vos o esté atento a lo que necesitas. Ser un paria: pasan todos y nadie te da bola”.
A la semana siguiente, cuenta que ha vuelto a tener pesadillas. Le pido que me relate alguna. Dice que soñó con gente muerta que lo seguía mientras él trataba de escaparse. Luego de decir que no quiere pensar, asocia: “por ahí es gente que me reclama algo. Podría haberlos ayudado”. Digo que eso fue imposible.
Luego de faltar a una entrevista, viene el siguiente lunes y me dice que faltó porque había tenido un fin de semana complicado. Me cuenta que a un amigo suyo, lo baleó el ex novio de su actual pareja y ahora está internado: “cuando me enteré, me saqué, agarré un arma y lo fui a buscar. Gracias a Dios no pasó nada porque el arma no estaba cargada”. Le pido que me explique cómo fue la situación. Relata que el arma la sacó de la casa de su amigo baleado, que le pidió a otro amigo que lo llevara a la casa del otro chico y que cuando pasó con el auto por delante de la casa de éste, disparó dos veces a la fachada de la casa, pero no se produjeron los disparos porque el arma estaba descargada. Dice que después se quedó atontado, sin entender qué le había pasado. Le digo que ésa es una buena pregunta: “Me dio bronca lo que le habían hecho. Me dio bronca que no se pudo defender, que fue como una traición, no fue parejo. Fue una injusticia. Como siempre, la policía no hizo nada. Aunque es cierto que él no hizo la denuncia porque anda robando y no le conviene”. Asocia esto con lo de Cromañón y se queja de que no se haga justicia, de que nadie se haga cargo, de que la gente no entienda. Le pregunto qué es lo que la gente debería entender: “no sé, sé lo que me pasa a mí, pero no lo entiendo, me gustaría despertarme y que todo fuera un sueño”. Vuelve a quejarse de sus síntomas y dice que le preocupa por sus hermanos, porque él siempre pudo resolver las cosas y sintió que era un ejemplo para sus hermanos: “siento que me pusieron muchas fichas”. Pregunto por esto: “mi vieja, mi tía, mis hermanos, todos dicen: G. puede, hace todo bien, siempre para adelante”.
Le digo que es importante pensar qué es lo que sucedió en esa situación y lo cito para el viernes, antes de mis vacaciones. Falta a la entrevista. Lo llamo por teléfono, me dice que no se sentía bien, que estaba engripado. Pregunto si iría a las marchas organizadas para ese fin de semana con motivo de la posible excarcelación de Chabán, a lo que me responde que quizás vaya con su madre. Le sugiero que, en caso de necesidad, se comunique al hospital durante mi ausencia.
El día de mi regreso, falta y me entero que pasó el viernes por el hospital porque quizás yo ya hubiera vuelto. Su madre llama el viernes a pedido de su hijo, solicitando un turno que le doy para el lunes.
Dice que no quiere saber nada de nada, que está cansado y que sigue nervioso. Habla de Chabán, de la falta de justicia. Me cuenta que lo estafaron los de CTI y que terminó en una discusión a los gritos. Le pregunto qué le pasa con eso: “siento que me están estafando, que no es lo que habíamos pactado, que no tengo derechos, que son impunes y nadie hace nada”. Le digo que él no se debe haber enterando hoy de estos tejes y manejes de las compañías de celulares, y que la novedad es el modo en el que él reacciona. Dice que sí, que él ahora no se calla nada. Le pregunto por este “ahora”. A lo que responde diciendo que en el pasado, cuando él sentía bronca, no decía nada, se la bancaba solo.
Le digo que esta bronca que siente ahora debe tener su historia. Que da la sensación de que varios de sus dichos (referidos a la falta de justicia, a sentir que lo estafan, que lo traicionan, que nadie se hace cargo, que él no elige), parecen, por su insistencia, estar diciendo de algo más que de lo acontecido en Cromañón, de algo bastante más atrás en el tiempo y sobre lo cual, en el pasado, él no habría podido preguntarse.
A la semana siguiente, llega y permanece en silencio. Pregunto qué pasa: “por ahí un montón de cosas, pero me cuesta hablar. A lo que ya pasó, qué remedio le puedo dar”. Pregunto por ese montón de cosas: “cosas que yo no pude elegir”. Aparece una nueva versión de su historia. Cuenta que sus amigos casados le preguntan a él “para cuándo”, pero que él no quiere perder la libertad, que todo le costó mucho. Dice que él no tenía libertad de entrar a su casa cuando quisiera, etc: “cuando mi vieja se juntó, no me preguntó si yo quería. Saber lo que yo pensaba no importó, no contó”. Relata algo de su historia familiar. Cuando él tenía doce años la madre adoptó a Ayelén, por entonces de un año: “A Aníbal no le molestó. Además, mi vieja siempre tiene lo que quiere. Las mujeres siempre tienen lo que quieren. Tienen artilugios. Al principio, Aníbal tenía más poder de decisión, era muy autoritario, capaz que era un poco cómodo de parte de mi mamá, si no era volver a empezar de nuevo sola. Para no generar conflictos, me fui. Nadie dijo nada. Me costó aguantarme la rabia. Hay cosas que no tuve y lo que tengo me costó demasiado”.
Falta a la siguiente entrevista. Pasados diez días, llama él por teléfono para pedirme un turno al que llega una hora tarde por lo que le doy un nuevo turno.
Llega media hora tarde. Dice que se siente muy desganado y triste. Dice que se siente estático, que antes tenía ganas de volver a trabajar, hacer cosas, que venía relativamente bien y ahora no quiere más que estar encerrado y solo. Le pregunto por su tristeza: Dice que todo cambió, que él cambió después de lo que pasó, que algo murió en él y que le gustaría volver a tener la vida de antes: “yo antes, venga lo que venga le daba para adelante, contra viento y marea. Ahora, no me encuentro. Me siento como sentado sin entender nada: “por qué nos pasó esto a nosotros, el destino no fue justo con nosotros”. Le pregunto por este venga lo que venga. Dice: “tenía que resolver las cosas yo solo. No había tiempo para preguntarse”. Luego: “hace quince días le quería romper la cabeza a cualquiera, ahora estoy así. Es raro”.
A la próxima entrevista, llega una hora tarde. Le digo que no puedo atenderlo, pero le pregunto qué pasó. Dice que se olvidó, que se olvida de todo. Pregunto de qué otras cosas se está olvidando y dice: “en realidad, no me olvidé, me cuesta venir, me pongo a dar vueltas y se me hace re tarde”. Cuando le pregunto por esto, dice: “quizás, no quiero enfrentarme con nada”. Le propongo que pensemos en ello y le doy un nuevo turno.
En el último encuentro, comenta que se siente mejor, aunque la semana pasada se le hizo difícil porque el atentado en Londres le recordó la tragedia de Once. De ésta, dice: “fue como si te hubieran cerrado la puerta en la cara, como si te hubieran abandonado a la suerte de Dios”. Dice que eso mismo sintió cuando se fue de su casa, que no tuvo elección. Le preguntó por qué dice que no tuvo elección. Luego de relatar las restricciones impuestas por la pareja de su madre, dice: “estaba podrido de que me dijeran lo que tenía que hacer. Nunca me gustó que me digan lo que tengo que hacer. Cuando era más chico, mi vieja me enseñó a pensar. Tenía lugar para decir lo que yo pensaba. Me dejaba hacer lo que yo quería”. Interrogo sobre esto y explica que, cuando su madre le decía que no a algo, le daba una explicación de esa negativa y lo dejaba a él opinar: “Después, no había lugar de nada. Perdí mi lugar como persona, mi derecho a discutir ciertas cosas”. Le digo que más que perder su lugar parece que quedó cuestionado cuál era ese lugar.
Algunas Preguntas
Germán García, en su libro Actualidad del trauma, afirma que la oposición entre fantasía y trauma es falsa. Plantea que a esta confusión se llega cuando se pierde de vista que el trauma no es algo extraño que se enquista, si no algo familiar que se ha vuelto extraño por el encuentro con un acontecimiento exterior. Lo traumático del acontecimiento no estaría ligado a la violencia del mismo, si no a la sorpresa, a la contingencia de un encuentro con algo fuera de cálculo. Se sitúa entonces en relación a lo real de un encuentro que desestabiliza el fantasma y rompe con una realidad que hasta entonces resultaba consistente.
Entonces, no se trata de pensar al trauma como algo exterior en lo que el sujeto no estaría implicado: “... no hay fantasma sin trauma, sin acontecimiento que lo despierte o, como diría Jacques Lacan, sin encuentro. A la serie de los acontecimientos externos (...) hay que sumarle otra serie. El problema es que hay que seguir ambas series.”[7]
Este es uno de los puntos en que me interrogo. En el desarrollo del material, intenté mostrar lo que a mi entender se articula del acontecimiento Cromañon con la historia singular de G.. Pero me pregunto si en ese historizar no se deja de lado algo del acontecimiento, en tanto que encuentro con lo real, y qué tratamiento convendría darle. Es decir, cómo trabajar avanzando en la serie de la fantasía, sin descuidar la serie de los acontecimientos.
También me interesa compartir con ustedes mi pregunta acerca de cómo leer las reiteradas faltas de G. a las entrevistas, ya que me parece importante para poder pensar la dirección de la cura.
Luego de tres semanas, G. concurre al hospital espontáneamente y me pregunta si puedo atenderlo. Me cuenta que un amigo suyo, que había estado en Cromañón, había hecho un intento de suicidio por sobreingesta de pastillas. Aparece la pregunta de si esto podría pasarle a él. Ante mi pregunta, dice: “si, ya sé que cada uno tiene su historia”. Me dice que él, hace mucho tiempo, había hecho un intento. Le propongo que me espere una hora, momento en que me desocuparé y podré atenderlo. Entonces, pregunto por las circunstancias de este intento. Primero me cuenta que una noche salió con amigos, tomó mucho alcohol, luego manejó el auto de un amigo descontroladamente, y cuando su amigo bajó del auto para comprar algo, él recordó que el amigo guardaba un arma en el auto, la buscó, se la apoyó en el pecho y disparó: “por suerte, no pasó nada, porque el arma estaba descargada”. Le pregunto qué había sucedido antes. Relata que hacía un año y medio estaba saliendo con una chica de la que estaba enamorado y que unos días antes esa chica había decidido terminar la relación. Él no puede ubicar por qué tomó ella esa decisión: “estaba todo bien”. Hace hincapié en que él siempre se había ocupado de esta chica, que tenía muchos problemas, que él siempre la había ayudado: “había dado todo por ella”.
En esa misma entrevista, dice sentirse mal por el intento que hizo el amigo, se reprocha no haber estado más atento, no haberlo cuidado. Dice que él da todo por sus amigos. Yo digo que en el “dar todo”, hay un exceso. A esto, él responde que es verdad, que se queda en pelotas.
Dice que siente que es una bomba que explota en cualquier momento. Le pregunto cuál sería la explosión: “o me voy a la mierda, o los mando a todos a la mierda”. Interrogo que significa eso: “me voy de viaje a algún lado”.
Le digo que no me parece que él explote en cualquier momento, si no cuando deja de poder ubicar qué es lo que el otro espera de él, cuando siente que “se rompió un pacto”.
En el encuentro siguiente, me cuenta que está más aliviado porque se realizó algunos estudios y salieron bien. Dice que estaba muy asustado por lo que pudiera tener y que no había dormido la noche anterior.
Me dice que cuando se va de la entrevista, se le ocurren un montón de cosas, pero que después se olvida y no sabe de qué hablar. Le propongo que, si le parece, anote palabras claves de eso que se le ocurre.
Vuelve a producirse un período en el que se ausenta. Cuando vuelvo a verlo, me dice que estuvo haciendo muchos trámites y que además, estuvo una semana en San Bernardo porque se peleó con los amigos y con la madre y se fue. Me comenta que habían acordado con los amigos encontrarse antes de entrar a una reunión con el gobierno en la que iban a ver si conseguían alguna propuesta de trabajo y medicamentos para los chicos que los necesitan. Dice que llegó apenas un poco más tarde y sus amigos ya habían entrado. Dice: “me sentí re zarpado, tirado, estábamos todos juntos luchando por lo mismo y ellos me dejaron de lado”. Cuenta que sin preguntarles nada, los puteó y se fue. Le digo que vuelve a aparecer esto de que lo dejan de lado, tirado y le recuerdo que esto ha aparecido en otros relatos suyos. Dice que en la costa la pasó bien, pero que después se puso a pensar si no se habría pasado con los amigos.
Hacia el final, me dice que otra razón por la que no había venido es porque no había cumplido con el turno que yo le había dado y es un hospital público y hay otra gente que está esperando atenderse. Le digo que es cierto que es un hospital público, pero que el tratamiento es conmigo, y si bien tenemos que responder a las normas, también tenemos que ir viendo qué es lo hace que a él le cueste venir.
Cuando vuelvo a verlo, después de unas semanas, me cuenta que está mejor. Que habló “con los pibes, y las cosas se acomodaron”, que con la madre está mejor, que le sigue preguntando cosas, pero sin controlarlo tanto. Me cuenta que se hizo análisis y que la del laboratorio le dijo que tiene diabetes y que de paso aprovechó para pedirse el HIV, que eso lo tiene ansioso, si bien se ha cuidado siempre. Lo que me llama la atención, es que me dice: “me hice análisis aprovechando que una amiga de mi viejo que trabaja en un laboratorio le sacó sangre”. Le pregunto si le dice viejo a Aníbal, y me responde que si, que mal que mal fue él el que estuvo.
Como volvemos sobre el tema de este enojo con los amigos, aprovecho para preguntarle qué quiere decir zarpado y me dice que quiere decir tirado, dejado de lado, defraudado, que te van por la espalda. Entonces, le digo que parece que él siente esto ante circunstancias que después, más tranquilo las piensa de otro modo, y entonces yo me pregunto si el enojo no será de otro tiempo y está como muy presto a aparecer. Le digo que esto de ser defraudado, parece como que hubo una ilusión que se frustró. Se queda pensando. Le propongo que continuemos la próxima. Dice: uy, sí, la verdad es que hay algunas. Me dice que quizás anote algunas cosas para la próxima.
Temas de discusión:
Cómo pensar el intento de suicidio y el ir a disparar a la fachada de la casa. ¿Se trata de actino out o de pasaje al acto?
Sergio: Creo que vos hiciste una distinción referida a si media o no una actividad de pensamiento, para distinguir acting de pasaje al acto. Intuitivamente, yo he pensado que allí donde no media pensamiento, estaríamos frente a un pasaje al acto, pero creo que vos lo ubicaste a la inversa.
También se habló si esto de “ser independiente” lo deja en el desamparo, o si se trata de algo que le ha dado la madre y que le ha permitido sostenerse.
Surgió el tema de que la madre ha adoptado a dos mujeres, si esto queda del lado de un cuidado que se da a otros y no a él.
Se planteó también el tema de no haber recurrido a un psiquiatra en relación a “los impulsos” del paciente y de ser necesario, cómo introducir esto.
Tratamos el tema del pasaje de “ser de Cromañón” a la historia singular del paciente. En relación a esto se habló del peligro para el analista de quedar identificado al paciente en su sufrimiento impidiendo el despliegue de lo singular.
También, cómo pensar el lugar que ocupa el analista en la transferencia. Esto se trató en relación a las ausencias del paciente. Parece que fue compartida la idea de que se requiere que el analista oferte activamente el espacio de análisis, teniendo en cuenta que esto se jugará en la transferencia.
[1] Publicado luego en el dossier citado de Psyche Navegante
[2] Jefe del gobierno de la ciudad de Bs. As.
[3] Publicado en La Nación del miércoles 2 de febrero del 2005 página 10
[4] Página 12 3 de febrero del 2005, páginas 2 y 3
[5] Clarín: 6 de febrero del 2005, página 44
[6] Lacan en: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis
[7] García, Germán: Actualidad del trauma. Grama Ediciones, Bs. As. 2005.
Pasó un mes largo del desastre de Cromañón. Lamento decir que no es novedoso. Los más viejos recordamos aún, la avalancha de la puerta 12 en River Plate. Cuando la policía cerró dicha salida ante una estampida producida en las graderías, se llevó varias decenas de muertos por asfixia y aplastamiento. Los heridos pasaron el centenar. Hace treinta y pico de años un choque de trenes en General Pacheco dejó más de 200 muertos. En la estadística por episodios de este tipo, incendios y tumultos en Megadiscos, China recién ingresada a la “libertad de mercado” –no a la democracia política- acopia los dos primeros puestos del ranking mundial. Nosotros el cuarto. No nos van demasiado en zaga EE.UU. y algunos países europeos.
En Londres por ejemplo, hace pocos años se produjo un incendio en la estación de subte más concurrida por ser nudo para diversas combinaciones como lo es Carlos Pellegrini en Bs. As. Advertido con tiempo a las autoridades por un pasajero, eso no impidió el desastre que se llevó 32 muertos y muchos más afectados gravemente. Contribuyó al mismo, un diseño erróneo que incluyó materiales inflamables en las paredes, un defectuoso mantenimiento y errores humanos de los bomberos ante un incendio de características imprevistas e imprevisibles hasta que la retrosignificación las aclaró parcialmente (rasgos típicos de aquello que lo psicoanalistas llamamos lo real). Recientemente Paraguay en un siniestro de género equiparable, el de un supermercado, escaló el centenar de decesos. Está fresca aún la sangre de los tres pibes matados por un compañero en Carmen de Patagones. Laura Lueiro nos recuerda en un artículo publicado en el dossier especial de www.psyche-navegante.com, que en la Argentina se producen diariamente un promedio de 11 muertes jóvenes en hechos violentos –asesinatos, suicidios, accidentes-. También nos advierte sobre que, si recién nos conmovemos cuando el número de muertes violentas es grande (en esta ocasión cerca de 200), orillamos riberas cercanas a la perversión.
Ya que comporta rasgos de renegación de la castración, no registrarlas cuando ocurren de a una o de a pocas. Pienso algo parecido, de que dicha conmoción aparezca como ocurrió con la de Alexis Blumberg, recién cuando un padre decidido y con disponibilidad de medios rompió las complicidades y los silencios de algunas minorías burocráticas, policiales y políticas. Y vía televisión, el de las mayorías que habitualmente miran para otro lado. Entre las minorías con poder económico y de estado, ubico en los primeros lugares a las corporaciones empresarias que manejan los medios de comunicación masiva –canales de aire y cable, diarios, radios y peor aún los multimedia-, ya que dominan géneros diversos de dichos medios. Dedicados supuestamente a comunicar las novedades diarias a la sociedad, no escapan de su estructura de receptores y formadores de la opinión pública media afectada de medianía, en vez de atenerse al interés de la noticia. Pero además, lo hacen deformándola por acción u omisión a conveniencia de sus intereses empresariales. Estos, deben responder a la ley fundamental del capitalismo actual, la obtención de la mayor ganancia con la inversión del menor capital y tiempo posible, para optimizar la relación costo beneficio, tal como lo enseñó eficientemente Domingo Cavallo. A eso solía llamarle el brillante doctorado en Harvard: máxima eficiencia. A ese condicionante fundamental subordinan las interpretaciones sobre el rating, los niveles de audiencia, la venta de ejemplares y publicidad, y las relaciones con el poder económico y el político. Por eso afirmo que forman parte del Poder, pues se hallan inmersos en los enredos de las mallas de estados y capitales corporativos. Con seguir las diferencias en la información y lectura que La Nación, Clarín y Página 12 fueron haciendo de los mismos hechos, que iniciativas impulsaron y cuales devaluaban o ninguneaban; podrá advertirse lo que hay de verdad en lo que enuncio. Para funcionar así, presionan mucho sobre sus periodistas.
A modo de ejemplo, relato dos incidentes inesperados para mí. 1) La editora de una sección del gran diario argentino, que solía mantener conmigo interesantes diálogos sobre temas sociales y culturales, ni me contestó un mail que le envié criticándole un deplorable artículo de una colega sobre Cromañón. Artículo escrito con ideas proporcionales a las del diario y a las del sentido común el más engañoso de los sentidos, e inversamente proporcionales a la utilización de herramientas del psicoanálisis y del raciocinio político para leer los hechos. 2) Otro editor que siempre me trató correctamente, incluso cada vez que decidió no publicarme algunos artículos, y al que le hablé preguntándole sobre si podía interesar uno dirigido a criticar simplificaciones en lo relativo a Cromañón[1], me contestó irritado que no pensaba publicar algo así, que en todo caso hablara con los que en el diario estaban haciendo prensa para el gobierno de la ciudad.
Los seres queridos
Ricardo Estacolchic escribió en cierta oportunidad un cuento dolorosamente trágico teñido con un barniz irónico que le hizo llamarlo Los seres queridos. En él, desnudaba con el humorismo mordaz que le era característico, las paradojas que se van produciendo en las rutas de la relación con: los seres queridos.
En Cromañón todo quedó puesto a la vista, aunque el dolor de los familiares y amigos y su protesta hayan desdibujado algunas cosas. Desde posiciones sublimes como la del joven socorrista hijo de un oficial de policía retirado, que dejó su vida rescatando gente junto a muchos otros que habiendo huido del infierno, volvieron a buscar afectados (ver www.televerdades.com). Pasando por una gran cantidad de familiares, amigos y concurrentes, que resultaron anonadados por el dolor. Se relata de uno que estaba en el balcón VIP y que cuando huyó pasó por la trampa mortal del baño de mujeres, encontrándose con los niños muertos. Quedó en estado catatónico. No puede eludirse por la pena, la evidencia de que esos niños habían sido dejados por sus padres en esa guardería improvisada, con el guiño cómplice de propietarios y cuidadores. Tampoco se los puede penar apresuradamente. Seguramente ninguno de ellos concientemente, siquiera imaginó la catástrofe que estaba por ocurrir. Pero también es cierto que subidos a la moto del goce a que los incitan las publicidades habituales de la (TV “basura” como la llaman muchos periodistas españoles), así como algunas letras de Callejeros y por el dolor de existir en una sociedad cada vez más enloquecida, depositaron a sus hijos en el baño para no faltar al desenfreno gozoso del pogo, de la identificación histérica, de tóxicos, de los significantes en que se encontraban representados por las letras susodichas, y tras la búsqueda del récord de bengalas. Habría que conocer la singularidad de cada caso para conjeturar lo acontecido en cada uno de aquellos padres que no hayan muerto.
También están los otros padres, aquellos que perdieron hijos adolescentes o jóvenes. Acosados por frases del estilo de: ¿Cómo lo o la dejé ir? ¿Por qué no averigüé mejor de que se trataba? etc., etc., algunos siguen postrados, otros salieron a buscar culpables para que paguen esas muertes contranaturales. A todos, salieron a buscarlos rápidamente inescrupulosos abogados dispuestos a hacer negocio (económico, político, o una combinación) con la tragedia. Otros abogados por el contrario, siguen los dictados de su ética profesional en la orientación judicial a esos padres.
De lo que transcurre en la subjetividad de estos, algo dejó traslucir Mariana Márquez de 34 años, madre a los 15 de su hija perdida en este holocausto juvenil. Lo encaró a Ibarra[2] diciéndole: “Míreme a los ojos. Yo soy una madre ésta es mi hija de 17 años, a la que mataron. Mi hija es un cadáver, pero vos sos un cadáver político./.../ Vos sos una circunstancia. Esto le podría haber pasado a De la Rua, a Telerman, a cualquiera, pero te tocó a vos y sos el responsable político[3]”. En otro momento le dijo a La Nación: “Quiero ver preso a Ibarra y a todos los responsables. Es como si tuviera enfrente a Chabán. No puedo entender la pasividad de los familiares que estaban ahí ni la de los legisladores”. Al decir: Vos sos una circunstancia. Esto le podría haber pasado a De la Rua, a Telerman, a cualquiera, pero te tocó a vos y sos el responsable político...” articulado a “Quiero ver preso a Ibarra y a todos los responsables. Es como si tuviera enfrente a Chabán” hizo manifiesto que, a partir del dolor y otros sentimientos e ideas diversas que la embargan prefiere creer que a su hija la mataron, y toma la posición de: ojo por ojo y diente por diente contra cualquiera que se le pueda aparecer en el campo de los responsables del desastre, independientemente del grado de responsabilidad que le quepa a cada uno. Para ella es lo mismo Chabán dueño del lugar y responsable directo del cierre de las puertas de emergencias y de haber dejado que continúe el recital a pesar de advertir que resultaba peligroso que siguieran tirando bengalas, que el jefe comunal, que como ella indica es responsable político por no haberse asegurado a través de los jefes correspondientes sobre la idoneidad y honestidad del personal destinado a vigilar el cumplimiento de las normas. En su decir: “Mi hija es un cadáver, pero vos sos un cadáver político”, el pero indica la dolorosa ilusión de que el castigo político al gobernante pueda traerle algo en equivalencia a la pérdida sufrida o por lo menos hacerle sufrir a él un dolor equivalente al de ella. El artículo de La Nación agrega que “Incluso algunos (familiares) creen que la mujer puede estar influida por algún sector político”. Sea cierto o no, es absolutamente secundario. Lo fundamental reside en el dolor y las reacciones que le provoca. Si algún sector político lo aprovecha, sólo indicaría la baja calaña de los aprovechadores.
Quiero agregar para analizarlo después, un comentario inverso que me trasmitió una colega, proveniente de una ex novia de Omar Chabán. Esa mujer dijo: que “Omar era muy buen muchacho, que no tomaba ni consumía nada raro, que sólo tomaba agua mineral. Que a pesar de todo estaba tentada de ir a visitarlo a la cárcel porque le daba mucha pena lo que le estaba pasando”
Entre culpas, deudas, responsabilidades, azares, destinos y política
Éste trágico episodio cruzó una vez más, variables diversas y reacciones dispares. Todo con un punto de partida: el ser parlante no soporta lo inexplicable. Ante eso, necesita encontrar culpables, de lo contrario los sentimientos de culpa se le caen encima. Toda relación entre seres humanos va siendo definida políticamente. Si entendemos a la política como: los giros diversos que se van produciendo en los vínculos entre los humanos, según que elemento de discurso agencie, como lo haga y como respondan los otros a dicho agenciamiento. Esto ocurre en toda familia, relaciones de pareja, amistosas, de estudio, laborales, de estado etc. Es lo que Lacan formalizó y abstrajo en fórmulas, con sus matemas de discurso. En la política, se expresan virtudes y miserias de los narcisismos al vincularse entre si desde sus recorridos moebianos. Eso hace de algunos los peores y de otros, los menos peores. Un político de los 50 del siglo XX decía: la política e porca, la nostra es la menos porca.
La desgracia de Cromañón nos sorprendió a todos. Ocurrió por violaciones a normas que de no haber ocurrido, tampoco ella hubiera sucedido. Responsables principales de eso son los gerenciadores del boliche y los inspectores que faltaron a sus deberes, seguramente a cambio de coimas. También los que irresponsablemente participaron del “torneo” de bengalas. También los que se prestaron como testaferros para las sociedades fantasmas asentadas en Uruguay[4]. En otra medida las letras y publicidades del grupo Callejeros. La cadena estatal, lleva a través de diversos funcionarios que faltaron a sus deberes hasta el Jefe de Gobierno de la Ciudad y su gabinete, más teniendo en cuenta las precedentes denuncias hechas por la Defensoría del pueblo. También el macrismo y sus socios de la izquierda traficando instituciones y Lilita Carrió continuando con su pose de Blanca Nieves para especular con la catástrofe. Establecida la cadena y jerarquía de responsabilidades se debe proceder a las sanciones correspondientes. Pensar que todos equivalen a Chabán es equivalente a, desde la vereda de enfrente, pensar que Chabán es inocente porque es buen novio o amigo y toma agua mineral. No es un rasgo, el que debe decidir la suerte de cada uno de los involucrados, sino la resultante del conjunto de variables puestas en juego en lo que hace a las responsabilidades de cada uno.
No se deben dejar de tener en cuenta imponderables que se pusieron de manifiesto como coautores de la tragedia. El principal, un imaginario social juvenil privado de ilusiones de futuro y como consecuencia adherido a goces basados en tóxicos del cuerpo y del alma que los lleva a valorar la vida solamente como consecuencia de desafiar frecuentemente a la muerte. En esta ocasión, a cerca de 200, la muerte les ganó la partida. Se extiende en Japón la frecuencia de muertes pactadas (suicidios colectivos). En mayores de 50 años por problemas económicos y de salud. En jóvenes, por tornárseles insoportable una competitividad social cada vez mayor[5]. Estamos ante una cultura en decadencia que ofrenda sus hijos “al dios oscuro”[6]
María Cecilia Martínez
Agosto, 2005
Ateneo Clínico
G., de 26 años, consulta a mediados de febrero en el hospital, presentándose como uno de los chicos afectados por el incendio de Cromañón.
En la primera entrevista, G. comienza a hablar sin pausa:
“Después de lo que pasó, tengo miedo a morirme, a la oscuridad, a que me pase algo a mí o a mis hermanos. Antes era independiente. Los primeros días no me sentía mal, pero ahora, si no salgo con alguien, no me muevo.”
Relata que desde el incendio, volvió a vivir con su madre, después de diez años de vivir solo. Agrega que tuvo que dejar el trabajo que desempeñaba en un taller. Cuenta que pudo sostenerlo durante los primeros días después del incendio, pero que luego “flasheaba un montón de cosas”. Se refiere con esto a que cuando debía meterse debajo de un auto para arreglarlo, tenía la sensación de que el mismo se le venía encima “por más que supiera que estaba bien asegurado”. A esto se le sumaba que cuando debía salir a la calle a comprar algo, debía volver antes de llevar a cabo el recado porque lo invadía el temor de que algo le sucediera, sin que pueda dar cuenta de ese algo.
Continúa enumerando sus síntomas: “Me cuesta dormirme, tengo pesadillas, me despierto asustado, hasta que me duermo escucho voces, los gritos, ruidos. Hay imágenes que no se me van: un montón de pibes tirados en la calle, todos en fila”.
G. antepone a su relato este “lo que pasó” como un dato de partida. Le digo que si bien sé que habla de los hechos ocurridos el 30 de diciembre, eso no dice qué es lo que le ocurrió a él en ese lugar.
Comienza entonces a desplegar su relato, sobre el que volveremos en varias entrevistas.
Cuenta que ese día, en lugar de ir al recital en un colectivo destinado a tal fin, como hacían habitualmente, él y cuatro amigos fueron en auto y por eso llegaron algo más tarde “si no, hubiésemos estado adentro”. Para cuando llegaron, se encontraron con mucha gente saliendo desesperadamente del lugar.
Relata que entró varias veces a sacar gente: “Veía todo como en una película. Jamás pensé que se iba a morir gente. Veía los cuerpos, pero no tomaba conciencia de que había muertos. Vi a un chico que conocía sacando gente; a la hora, lo vi tirado en una esquina y me dijeron que estaba muerto: ahí me di cuenta, pero pensaba: no se pudo haber muerto”. Dice que de esta imagen no se olvida más, que no se la puede sacar de la cabeza.
Recuerda que al entrar escuchaba a gente llorando y pidiendo ayuda: “caminabas y pisabas gente como si nada. Se oían gritos. Afuera, las madres estaban desesperadas”
Comenta que se preocupó muchísimo temiendo que su madre estuviera preocupada por él: “me ponía mal pensar que me podían estar buscando sin saber que yo estaba bien. Llamé a casa y me quedé más tranquilo”.
Cuenta que uno de sus amigos se desvaneció y que fue esto, y el ver tirado al chico que conocía, lo que lo llevó a proponer que dejaran de entrar ya que a ellos también los estaban esperando: “pensé que tenía que volver a mi casa porque si me pasaba algo mi vieja se moría”. De ahí, se fue a su casa y fue recién unos días después que fue al hospital, porque tenía problemas para respirar.
Le pregunto cómo fue que se le ocurrió consultar en psicopatología. Dice que fue por haber escuchado reiteradas veces la sugerencia por televisión. Agrega que además siente que lo que le pasa no es normal. Le digo que tampoco él esperaba lo que ocurrió en Cromañón.
En la segunda entrevista, sigue insistiendo, como corolario de sus quejas, la frase: “yo era muy independiente”. Le pregunto por esto. Relata que comenzó a trabajar desde muy chico: “a los diez, once años, empecé a ayudar en el almacén de enfrente. Me gustaba la plata. Mi vieja me enseñó que si querés tener algo, tenés que hacer el esfuerzo”. Agrega que a los 16 años se fue a vivir solo porque no se llevaba bien con Aníbal, la pareja de su mamá, porque era muy autoritario: “Sentí que estaba de prestado. No me sentía parte de un lugar. Mi mamá entendió que me hacía falta irme”.
Cuenta que a su padre no lo ve desde que se separó de su mamá cuando él tenía siete meses y que no quiere volver a verlo: “si nos hubiera querido ver, nos hubiese visto”.
No le gusta hablar con otros de lo que le pasa: “yo no hablo con nadie, me banco todo yo solo”. Además, aparece que podría decirse de él que es un maricón por estar asustado.
Dice que cada vez que le hablan del tema de Cromañón, se angustia: “no termino de comprender por qué pasó, más allá de la negligencia. Los recitales eran una fiesta. Era un orgullo ir a ver a los pibes: mirá los pibes hasta donde llegaron. Eran como una banda de culto”. Cuando le pregunto si él había pensado alguna vez en los posibles peligros en los recitales, dice que no: “se suponía que había alguien que se ocupaba de eso, que nos cuidaba, no éramos nosotros los que nos teníamos que ocupar de eso”.
G. se muestra impaciente por no poder volver a sentirse como antes, si bien registra una disminución de su malestar, en relación a que ha comenzado a salir solo y tiene menos dificultades para dormir. Aparece algo nuevo. Dice que cualquier cosa lo enoja: “me dicen que no y me pongo mal. Yo no soy de discutir y ahora me enojo por todo”. Se queja mucho de tener que ir seguido al hospital: “cada vez me encuentro con una cosa nueva: oculista, fonoaudiólogo, análisis de sangre”. Dice que su madre está en todo. Comenta que: “antes, cuando tenía algo, me aguantaba hasta que no podía más, no iba al médico aunque me doliera todo”. Esto lo explica diciendo que pensaba: “yo vengo por una boludez, que atiendan a otro que esté peor. Ahora lo necesito. “Ser de Cromañón” me hincha las pelotas. Yo no elegí esto. Te atienden primero en el hospital, pero me fastidia que digan: ahí está, es de Cromañón. No es que yo me agarro de eso para sacar ventaja, si no porque lo necesito. Te ves obligado a usarlo. Pero me siento un fenómeno, raro. Me pone en un lugar que no quiero estar. Me siento todo el tiempo bajo la lupa, mirado. Subís con una remera de callejeros y te miran, no sos un ciudadano común, te ponen rótulo”.
G. se pregunta qué hubiera pasado si a él le pasaba algo. Se imagina a su madre y a sus hermanos deprimidos. En esa ocasión, dirá: “me da miedo acordarme de lo que pasó, vuelven las sensaciones que tuve ahí, el miedo, las ganas de ayudar, el saber que no podía hacer más”.
Como en otras ocasiones, insiste con que él, antes, no le tenía miedo a nada. Vuelvo a interrogar esto mostrándome sorprendida y él dice: “bueno, me daba miedo quedarme solo, en soledad, quedar en la calle, no tener una casa, quedar como abandonado. No tener a nadie que se preocupe por vos o esté atento a lo que necesitas. Ser un paria: pasan todos y nadie te da bola”.
A la semana siguiente, cuenta que ha vuelto a tener pesadillas. Le pido que me relate alguna. Dice que soñó con gente muerta que lo seguía mientras él trataba de escaparse. Luego de decir que no quiere pensar, asocia: “por ahí es gente que me reclama algo. Podría haberlos ayudado”. Digo que eso fue imposible.
Luego de faltar a una entrevista, viene el siguiente lunes y me dice que faltó porque había tenido un fin de semana complicado. Me cuenta que a un amigo suyo, lo baleó el ex novio de su actual pareja y ahora está internado: “cuando me enteré, me saqué, agarré un arma y lo fui a buscar. Gracias a Dios no pasó nada porque el arma no estaba cargada”. Le pido que me explique cómo fue la situación. Relata que el arma la sacó de la casa de su amigo baleado, que le pidió a otro amigo que lo llevara a la casa del otro chico y que cuando pasó con el auto por delante de la casa de éste, disparó dos veces a la fachada de la casa, pero no se produjeron los disparos porque el arma estaba descargada. Dice que después se quedó atontado, sin entender qué le había pasado. Le digo que ésa es una buena pregunta: “Me dio bronca lo que le habían hecho. Me dio bronca que no se pudo defender, que fue como una traición, no fue parejo. Fue una injusticia. Como siempre, la policía no hizo nada. Aunque es cierto que él no hizo la denuncia porque anda robando y no le conviene”. Asocia esto con lo de Cromañón y se queja de que no se haga justicia, de que nadie se haga cargo, de que la gente no entienda. Le pregunto qué es lo que la gente debería entender: “no sé, sé lo que me pasa a mí, pero no lo entiendo, me gustaría despertarme y que todo fuera un sueño”. Vuelve a quejarse de sus síntomas y dice que le preocupa por sus hermanos, porque él siempre pudo resolver las cosas y sintió que era un ejemplo para sus hermanos: “siento que me pusieron muchas fichas”. Pregunto por esto: “mi vieja, mi tía, mis hermanos, todos dicen: G. puede, hace todo bien, siempre para adelante”.
Le digo que es importante pensar qué es lo que sucedió en esa situación y lo cito para el viernes, antes de mis vacaciones. Falta a la entrevista. Lo llamo por teléfono, me dice que no se sentía bien, que estaba engripado. Pregunto si iría a las marchas organizadas para ese fin de semana con motivo de la posible excarcelación de Chabán, a lo que me responde que quizás vaya con su madre. Le sugiero que, en caso de necesidad, se comunique al hospital durante mi ausencia.
El día de mi regreso, falta y me entero que pasó el viernes por el hospital porque quizás yo ya hubiera vuelto. Su madre llama el viernes a pedido de su hijo, solicitando un turno que le doy para el lunes.
Dice que no quiere saber nada de nada, que está cansado y que sigue nervioso. Habla de Chabán, de la falta de justicia. Me cuenta que lo estafaron los de CTI y que terminó en una discusión a los gritos. Le pregunto qué le pasa con eso: “siento que me están estafando, que no es lo que habíamos pactado, que no tengo derechos, que son impunes y nadie hace nada”. Le digo que él no se debe haber enterando hoy de estos tejes y manejes de las compañías de celulares, y que la novedad es el modo en el que él reacciona. Dice que sí, que él ahora no se calla nada. Le pregunto por este “ahora”. A lo que responde diciendo que en el pasado, cuando él sentía bronca, no decía nada, se la bancaba solo.
Le digo que esta bronca que siente ahora debe tener su historia. Que da la sensación de que varios de sus dichos (referidos a la falta de justicia, a sentir que lo estafan, que lo traicionan, que nadie se hace cargo, que él no elige), parecen, por su insistencia, estar diciendo de algo más que de lo acontecido en Cromañón, de algo bastante más atrás en el tiempo y sobre lo cual, en el pasado, él no habría podido preguntarse.
A la semana siguiente, llega y permanece en silencio. Pregunto qué pasa: “por ahí un montón de cosas, pero me cuesta hablar. A lo que ya pasó, qué remedio le puedo dar”. Pregunto por ese montón de cosas: “cosas que yo no pude elegir”. Aparece una nueva versión de su historia. Cuenta que sus amigos casados le preguntan a él “para cuándo”, pero que él no quiere perder la libertad, que todo le costó mucho. Dice que él no tenía libertad de entrar a su casa cuando quisiera, etc: “cuando mi vieja se juntó, no me preguntó si yo quería. Saber lo que yo pensaba no importó, no contó”. Relata algo de su historia familiar. Cuando él tenía doce años la madre adoptó a Ayelén, por entonces de un año: “A Aníbal no le molestó. Además, mi vieja siempre tiene lo que quiere. Las mujeres siempre tienen lo que quieren. Tienen artilugios. Al principio, Aníbal tenía más poder de decisión, era muy autoritario, capaz que era un poco cómodo de parte de mi mamá, si no era volver a empezar de nuevo sola. Para no generar conflictos, me fui. Nadie dijo nada. Me costó aguantarme la rabia. Hay cosas que no tuve y lo que tengo me costó demasiado”.
Falta a la siguiente entrevista. Pasados diez días, llama él por teléfono para pedirme un turno al que llega una hora tarde por lo que le doy un nuevo turno.
Llega media hora tarde. Dice que se siente muy desganado y triste. Dice que se siente estático, que antes tenía ganas de volver a trabajar, hacer cosas, que venía relativamente bien y ahora no quiere más que estar encerrado y solo. Le pregunto por su tristeza: Dice que todo cambió, que él cambió después de lo que pasó, que algo murió en él y que le gustaría volver a tener la vida de antes: “yo antes, venga lo que venga le daba para adelante, contra viento y marea. Ahora, no me encuentro. Me siento como sentado sin entender nada: “por qué nos pasó esto a nosotros, el destino no fue justo con nosotros”. Le pregunto por este venga lo que venga. Dice: “tenía que resolver las cosas yo solo. No había tiempo para preguntarse”. Luego: “hace quince días le quería romper la cabeza a cualquiera, ahora estoy así. Es raro”.
A la próxima entrevista, llega una hora tarde. Le digo que no puedo atenderlo, pero le pregunto qué pasó. Dice que se olvidó, que se olvida de todo. Pregunto de qué otras cosas se está olvidando y dice: “en realidad, no me olvidé, me cuesta venir, me pongo a dar vueltas y se me hace re tarde”. Cuando le pregunto por esto, dice: “quizás, no quiero enfrentarme con nada”. Le propongo que pensemos en ello y le doy un nuevo turno.
En el último encuentro, comenta que se siente mejor, aunque la semana pasada se le hizo difícil porque el atentado en Londres le recordó la tragedia de Once. De ésta, dice: “fue como si te hubieran cerrado la puerta en la cara, como si te hubieran abandonado a la suerte de Dios”. Dice que eso mismo sintió cuando se fue de su casa, que no tuvo elección. Le preguntó por qué dice que no tuvo elección. Luego de relatar las restricciones impuestas por la pareja de su madre, dice: “estaba podrido de que me dijeran lo que tenía que hacer. Nunca me gustó que me digan lo que tengo que hacer. Cuando era más chico, mi vieja me enseñó a pensar. Tenía lugar para decir lo que yo pensaba. Me dejaba hacer lo que yo quería”. Interrogo sobre esto y explica que, cuando su madre le decía que no a algo, le daba una explicación de esa negativa y lo dejaba a él opinar: “Después, no había lugar de nada. Perdí mi lugar como persona, mi derecho a discutir ciertas cosas”. Le digo que más que perder su lugar parece que quedó cuestionado cuál era ese lugar.
Algunas Preguntas
Germán García, en su libro Actualidad del trauma, afirma que la oposición entre fantasía y trauma es falsa. Plantea que a esta confusión se llega cuando se pierde de vista que el trauma no es algo extraño que se enquista, si no algo familiar que se ha vuelto extraño por el encuentro con un acontecimiento exterior. Lo traumático del acontecimiento no estaría ligado a la violencia del mismo, si no a la sorpresa, a la contingencia de un encuentro con algo fuera de cálculo. Se sitúa entonces en relación a lo real de un encuentro que desestabiliza el fantasma y rompe con una realidad que hasta entonces resultaba consistente.
Entonces, no se trata de pensar al trauma como algo exterior en lo que el sujeto no estaría implicado: “... no hay fantasma sin trauma, sin acontecimiento que lo despierte o, como diría Jacques Lacan, sin encuentro. A la serie de los acontecimientos externos (...) hay que sumarle otra serie. El problema es que hay que seguir ambas series.”[7]
Este es uno de los puntos en que me interrogo. En el desarrollo del material, intenté mostrar lo que a mi entender se articula del acontecimiento Cromañon con la historia singular de G.. Pero me pregunto si en ese historizar no se deja de lado algo del acontecimiento, en tanto que encuentro con lo real, y qué tratamiento convendría darle. Es decir, cómo trabajar avanzando en la serie de la fantasía, sin descuidar la serie de los acontecimientos.
También me interesa compartir con ustedes mi pregunta acerca de cómo leer las reiteradas faltas de G. a las entrevistas, ya que me parece importante para poder pensar la dirección de la cura.
Luego de tres semanas, G. concurre al hospital espontáneamente y me pregunta si puedo atenderlo. Me cuenta que un amigo suyo, que había estado en Cromañón, había hecho un intento de suicidio por sobreingesta de pastillas. Aparece la pregunta de si esto podría pasarle a él. Ante mi pregunta, dice: “si, ya sé que cada uno tiene su historia”. Me dice que él, hace mucho tiempo, había hecho un intento. Le propongo que me espere una hora, momento en que me desocuparé y podré atenderlo. Entonces, pregunto por las circunstancias de este intento. Primero me cuenta que una noche salió con amigos, tomó mucho alcohol, luego manejó el auto de un amigo descontroladamente, y cuando su amigo bajó del auto para comprar algo, él recordó que el amigo guardaba un arma en el auto, la buscó, se la apoyó en el pecho y disparó: “por suerte, no pasó nada, porque el arma estaba descargada”. Le pregunto qué había sucedido antes. Relata que hacía un año y medio estaba saliendo con una chica de la que estaba enamorado y que unos días antes esa chica había decidido terminar la relación. Él no puede ubicar por qué tomó ella esa decisión: “estaba todo bien”. Hace hincapié en que él siempre se había ocupado de esta chica, que tenía muchos problemas, que él siempre la había ayudado: “había dado todo por ella”.
En esa misma entrevista, dice sentirse mal por el intento que hizo el amigo, se reprocha no haber estado más atento, no haberlo cuidado. Dice que él da todo por sus amigos. Yo digo que en el “dar todo”, hay un exceso. A esto, él responde que es verdad, que se queda en pelotas.
Dice que siente que es una bomba que explota en cualquier momento. Le pregunto cuál sería la explosión: “o me voy a la mierda, o los mando a todos a la mierda”. Interrogo que significa eso: “me voy de viaje a algún lado”.
Le digo que no me parece que él explote en cualquier momento, si no cuando deja de poder ubicar qué es lo que el otro espera de él, cuando siente que “se rompió un pacto”.
En el encuentro siguiente, me cuenta que está más aliviado porque se realizó algunos estudios y salieron bien. Dice que estaba muy asustado por lo que pudiera tener y que no había dormido la noche anterior.
Me dice que cuando se va de la entrevista, se le ocurren un montón de cosas, pero que después se olvida y no sabe de qué hablar. Le propongo que, si le parece, anote palabras claves de eso que se le ocurre.
Vuelve a producirse un período en el que se ausenta. Cuando vuelvo a verlo, me dice que estuvo haciendo muchos trámites y que además, estuvo una semana en San Bernardo porque se peleó con los amigos y con la madre y se fue. Me comenta que habían acordado con los amigos encontrarse antes de entrar a una reunión con el gobierno en la que iban a ver si conseguían alguna propuesta de trabajo y medicamentos para los chicos que los necesitan. Dice que llegó apenas un poco más tarde y sus amigos ya habían entrado. Dice: “me sentí re zarpado, tirado, estábamos todos juntos luchando por lo mismo y ellos me dejaron de lado”. Cuenta que sin preguntarles nada, los puteó y se fue. Le digo que vuelve a aparecer esto de que lo dejan de lado, tirado y le recuerdo que esto ha aparecido en otros relatos suyos. Dice que en la costa la pasó bien, pero que después se puso a pensar si no se habría pasado con los amigos.
Hacia el final, me dice que otra razón por la que no había venido es porque no había cumplido con el turno que yo le había dado y es un hospital público y hay otra gente que está esperando atenderse. Le digo que es cierto que es un hospital público, pero que el tratamiento es conmigo, y si bien tenemos que responder a las normas, también tenemos que ir viendo qué es lo hace que a él le cueste venir.
Cuando vuelvo a verlo, después de unas semanas, me cuenta que está mejor. Que habló “con los pibes, y las cosas se acomodaron”, que con la madre está mejor, que le sigue preguntando cosas, pero sin controlarlo tanto. Me cuenta que se hizo análisis y que la del laboratorio le dijo que tiene diabetes y que de paso aprovechó para pedirse el HIV, que eso lo tiene ansioso, si bien se ha cuidado siempre. Lo que me llama la atención, es que me dice: “me hice análisis aprovechando que una amiga de mi viejo que trabaja en un laboratorio le sacó sangre”. Le pregunto si le dice viejo a Aníbal, y me responde que si, que mal que mal fue él el que estuvo.
Como volvemos sobre el tema de este enojo con los amigos, aprovecho para preguntarle qué quiere decir zarpado y me dice que quiere decir tirado, dejado de lado, defraudado, que te van por la espalda. Entonces, le digo que parece que él siente esto ante circunstancias que después, más tranquilo las piensa de otro modo, y entonces yo me pregunto si el enojo no será de otro tiempo y está como muy presto a aparecer. Le digo que esto de ser defraudado, parece como que hubo una ilusión que se frustró. Se queda pensando. Le propongo que continuemos la próxima. Dice: uy, sí, la verdad es que hay algunas. Me dice que quizás anote algunas cosas para la próxima.
Temas de discusión:
Cómo pensar el intento de suicidio y el ir a disparar a la fachada de la casa. ¿Se trata de actino out o de pasaje al acto?
Sergio: Creo que vos hiciste una distinción referida a si media o no una actividad de pensamiento, para distinguir acting de pasaje al acto. Intuitivamente, yo he pensado que allí donde no media pensamiento, estaríamos frente a un pasaje al acto, pero creo que vos lo ubicaste a la inversa.
También se habló si esto de “ser independiente” lo deja en el desamparo, o si se trata de algo que le ha dado la madre y que le ha permitido sostenerse.
Surgió el tema de que la madre ha adoptado a dos mujeres, si esto queda del lado de un cuidado que se da a otros y no a él.
Se planteó también el tema de no haber recurrido a un psiquiatra en relación a “los impulsos” del paciente y de ser necesario, cómo introducir esto.
Tratamos el tema del pasaje de “ser de Cromañón” a la historia singular del paciente. En relación a esto se habló del peligro para el analista de quedar identificado al paciente en su sufrimiento impidiendo el despliegue de lo singular.
También, cómo pensar el lugar que ocupa el analista en la transferencia. Esto se trató en relación a las ausencias del paciente. Parece que fue compartida la idea de que se requiere que el analista oferte activamente el espacio de análisis, teniendo en cuenta que esto se jugará en la transferencia.
[1] Publicado luego en el dossier citado de Psyche Navegante
[2] Jefe del gobierno de la ciudad de Bs. As.
[3] Publicado en La Nación del miércoles 2 de febrero del 2005 página 10
[4] Página 12 3 de febrero del 2005, páginas 2 y 3
[5] Clarín: 6 de febrero del 2005, página 44
[6] Lacan en: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis
[7] García, Germán: Actualidad del trauma. Grama Ediciones, Bs. As. 2005.
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