jueves, 22 de mayo de 2008

Costos y beneficios del capitalismo salvaje

13-08-1997


La relación costos/beneficios, regla de oro del modo de producción capitalista, se ha transformado en el Ideal supremo de la Cultura de la posmodernidad. En ese sentido debemos tener claro que no es cierto lo que dicen algunas viudas de la izquierda, de que vivimos en una sociedad en la que han caído los ideales. Transitamos un periodo de la historia, donde triunfaron otros ideales que los que algunos propugnábamos y que parecieron estar cerca de la victoria, en las décadas de los 60/70. En buena medida cayeron, porque los que enarbolamos, resultaron impotentes para dinamizar las sociedades que gobernaron. Dicha impotencia provino, en una de sus razones fundamentales, de que la inexistencia del estímulo de la proporcionalidad de la ganancia con el esfuerzo y de las medidas disciplinarias para los incumplidores, hundió a esas sociedades en la molicie y la rutina. En esa verdad se apoya actualmente el capitalismo para justificar la exacerbación de la explotación (exacerbación al máximo, de la cuota de plusvalía que les sustraen a los trabajadores). Producen así una ecuación que parecería fatalmente irremisible. Si quieres que la sociedad funcione, aprieta las clavijas. Los proyectos de precarización laboral campean por el mundo, bajo los zobacos de “damas de hierro” de Felipillos Socialdemócratas o califas sudamericanos.
Digamos entonces que se ha instalado una máquina que domina ingobernable, a capitalistas y trabajadores, pues ha acudido en su ayuda para deschavetarla, la globalización. Que consiste en que, si los obreros de la industria metalmecánica alemana, transan con sus patronales y logran en lugar de una ola de despidos, la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales concediendo a su vez rebajas salariales, los más salvajes (menos civilizados) de los patrones trasladan sus empresas a lugares del Asia, en los que consiguen mano de obra adaptable por un plato de arroz (a veces pagado por “camaradas comunistas”). Lo que tiene un efecto multiplicador, pues empuja a la desventaja a los patrones más civilizados, los que cumplen con el acuerdo. Quedan así en peligro de extinción, dichas empresas y en consecuencia las fuentes de trabajo de los obreros que habían logrado el acuerdo civilizador. Cualquiera sabe que idéntico peligro de extinción, a plazos un poco más largos está corriendo el ecosistema, lo cual no ha emocionado ni hecho temblar a los capitalistas norteamericanos, que por medio de su representante -Bill (alias huevo izquierdo de águila) hizo saber en la Asamblea de la ONU dedicada al medio ambiente, que no piensan hacer nada para protegerlo, pues eso afectaría sus beneficios económicos,
Pero no hilemos tan alto y relatemos una anécdota de la cotidianeidad de quien escribe estas líneas.
Pequeño burgués acomodado, no posee automóvil para no tenerse que tomar el trabajo de manejar. Le resulta más cómodo y no más caro, cruzar la puerta de su casa, estirar la mano y subir a un taxi. Desprejuiciado y amante del confort elige cual va a tomar, aprovechando la desocupación que ha hechado a tantos a subirse a un taxi, pero para manejarlo. De Peugeot para arriba, y que estén limpios y arreglados. En uno de esos menesteres hace el gesto consabido y el “tachero” en la “luna de Valencia” pasa de largo en su flamante Peugeot. Una “cucaracha 12” que venía atrás, vio la escena y “ni corto ni perezoso”, frenó en seco, poniendo sus puertas de atrás en las narices y a la mano de nuestro atildado “pequebú”. Este, sorprendido, no atinó a otra cosa que pese a su disgusto por la “albóndiga”, subir. Ya arriba, tuvo que soportar el ataque de alegría del “descuidista” por su éxito en “robar” un pasajero. Escuchaba la catarata de palabras con cara de nada, hasta que un frase le arrancó una sonrisa. Dijo el maestro de la calle: -“como dice el refrán: el bien de uno empieza, donde comienza el mal de otro”.
Analicemos la escena: A nuestro pequeño burgués (o sea yo) no le importa la incidencia que puede tener en la producción y por la tanto en la ocupación de mano de obra, que él no compre auto. Tampoco le importa que su hábito electoral perjudique a los “proles o pymes”de los “Renault 12”. Lo que verdaderamente le importa es su comodidad. Al cazador de pasajeros, tampoco le importa que el otro pobre haya perdido un viaje, él está contento por el que ganó.
Quiero decir: lo constitutivo para el ser humano, como bien lo refirió el “maestro de la calle”, es el mal del otro. Para tratar de manejar esa verdad de la estructura, los seres humanos han ido a través de millones de años construyendo la Cultura. Lo que no ha resuelto demasiado, ya que siempre ha ocurrido a través de paradojas que reconocen como causa, esa verdad “de que el bien de uno empieza, donde comienza el mal del otro”. No obstante, resulta mejor que si la anomia diera lugar a un desnudo “sálvese quien pueda” y a una desnuda “ley del más fuerte”.
Se me puede decir: -“su anécdota implica a dos “perejiles”, en este número de Lote estamos hablando del capitalismo, de los peces gordos. De acuerdo, pero no olviden que la decadencia de los regímenes comunistas, no fue solamente obra y gracia de sus burócratas, sino también de la masa de “perejiles” que se apoltronó a pellizcar ventajas. Costo y beneficio. Eterna historia de la humanidad. Sólo subsiste, lo que al que está arriba le produce beneficio. La aparición de las matemáticas, luego de las calculadoras hasta la actualidad informática, permitieron darle rigor científico a la explotación del hombre por el hombre y facilitación tecnológica. Pero lo que la sostiene, es la voracidad de todos (sea de comida, de drogas, de objetos, de amor propio, de dominio, o de cualquier otra cosa). Por eso el último evangelio, el marxista, también fracasó. El paraíso no existe, ni el que imaginó la Biblia, ni el que vislumbró Carlos Marx [1] ¡Sí, el infierno! Lo vivimos diariamente, alimentado por nuestra propia voracidad. De ahí que cualquier diseño proyectivo de modelos, esté destinado a fracasar. Este de la g;lobalización y el libre mercado también. Su costo es demasiado grande para beneficio de muy pocos. Y de estos, sólo para su ego, pues en ese altar inmolan a sus familias y a ellos mismos. ¿El futuro? Otra vuelta del “eterno retorno”. Los marginados un día no soportarán más y aliados a los más civilizados “harán tronar el escarmiento” entre “sodomitas, somorranos y romanos” (¡cuantos anos!) del 2000 y algo más. Seguramente el escarmiento estará inficionado de medios no civilizados y los que queden arriba, se portarán bien por algunos años o hasta tal vez por alguna generación, hasta que la “posición obligue”, se engolosinen con los posibles beneficios a extraer y comience una nueva función, en la que los que fueron “buenos”, pasen ahora a ser malos.

[1] Leer su trabajo “Las luchas de clases en Francia”.

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